He llevado una vida normal hasta hace poco, pero ahora último me han ocurrido situaciones inquietantes, casi inexplicables. Al acostarme en la cama, he experimentado fuertes convulsiones que parecen surgir de la nada. Preocupado, acudí al hospital para descartar la posibilidad de epilepsia. Sin embargo, tras someterme a múltiples análisis, los médicos me aseguraron que no presento ningún signo de la enfermedad.
Aun así, sigo sin entender qué me está sucediendo. Lo que experimento es desconcertante: siento cómo mi pecho se eleva por sí solo, como si una fuerza invisible se apoderara de mi cuerpo. Es una sensación extraña, como si algo ajeno intentara entrar en mí. No sé si se trata de un ente, una presencia imperceptible a los sentidos, o si mi mente me está jugando una trampa. Tal vez todo sea una simple alucinación... o quizás estoy cayendo, sin darme cuenta, en el abismo de la locura.
De repente me quedé mirando por la ventana de mi habitación. El sol apenas se asomaba sobre los llanos y bañaba el campo con un resplandor que despertaba cada brizna de pasto. Max corría con una alegría desbordante, atravesando el terreno abierto con esa libertad que solo los animales conocen. Duke lo seguía de cerca, poderoso y atento, girando en torno a él como si intentara anticipar cada uno de sus movimientos.
Se revolcaban en el pasto húmedo, levantando un olor a tierra fresca; sus juegos rompían la quietud del lugar y marcaban el pulso de la mañana. Chloe los observaba desde un costado, erguida y serena, con esa mirada calculadora que siempre tenía, como si midiése el mundo desde su pequeño reino. Ozone, en cambio, se lanzó a la persecución con pasos elásticos y precisos, esquivando a Max con una agilidad que me hizo sonreír. El perro lo seguía por puro divertimento, sin intención de alcanzarlo, mientras Duke circundaba la escena como un guardián que también quería jugar.
Los vi moverse como una sola pequeña manada: carreras, giros y pausas breves; cada acto sencillo formaba una coreografía desordenada y perfecta que me sostuvo allí, inmóvil, como quien contempla algo tan natural que lo calma por dentro.
Mi esposa Hailey me dijo: cielo, ven hacia la sala y tómate un té relajante con miel. No tenía ganas de tomar té. Creo que intuyó que me encontraba nervioso. Ahora último las cosas no me han salido bien. Tras el préstamo de papá, pensé que mis finanzas las tenía bajo control, después de ese crédito creí que mi situación había quedado resuelta. Pero contrario a mis suposiciones mentales, esta enredada maldición de malos cálculos estaba consumiendo mis ánimos. Mis nervios y mi mal humor ahora último me han invadido a tal punto que he adquirido hábitos no comunes como ir a bares para tratar de ahogar mis penas.
Me siento un poco resentido con mi esposa porque, una vez más, ha olvidado mi cumpleaños. Hoy cumplo 32, pero ahora último parece que nunca recuerda las fechas importantes en el momento adecuado. El año pasado no se acordó hasta dos días después, y cuando cumplí 30, tardó un mes en darse cuenta.
Siempre intenta compensarme después de recordarlo, pero para mí, el momento ya pasó. Por mucho que lo intente, nunca se siente igual.
No obstante en mi cabeza todo resuena diferente. Agosto 2 es el cumpleaños de Matthew. Abril 14 es el cumpleaños de Rowen y septiembre 22 es el cumpleaños de Hailey. Me sé hasta el cumple de mi hermano, que es el 5 de junio. El de mi papá que es el 8 de marzo. Yo jamás olvido las fechas, en cambio mi esposa, en los últimos 4 o 5 años lo ha olvidado de modo rutinario, no solo el mío, incluso hasta el de mis propios hijos. Sé que ella tiene muchas labores que hacer. Su vida no es fácil al igual que ninguna de la de nosotros. Aunque también pienso que papá y Averett son iguales. No recuerdan las fechas de cumpleaños. ¿Será que Hailey es su verdadera hija y yo soy adoptado? ¿O será que todos siempre tienen cosas en mente que por eso es que se les olvida? -Como sea, me da igual.
Pese a todo al llegar a la sala escuché una barahúnda decir: ¡sorpresa! —Se encontraba Adisson en primer lugar y ella me regaló una caja de vinos importados. Mi esposa la había invitado y ella me dijo: mejor te hubiera traído una docena de mascotas, pero como los vinos no arrojan pelos, pensé que adornarían mejor tu vitrina.
Adisson me hizo sonreír ya que ella sabía que a mí me encantaban los vinos, nos dimos besos cruzados en las mejillas y no me atreví a abrazarla ya que mi esposa es un poco celosa.
Mi papá me dio un fuerte abrazo junto con varios palmazos en la espalda. Luego de eso me dio unas llaves y al mirar por la ventana vi estacionado afuera un Porsche gris. Entonces mi papá me dio los detalles que se trataba de el Porsche 718 Boxster. Me encontraba demasiado feliz y no supe cómo agradecerle, solo lo único que pude ofrecerle es un cálido abrazo corrido de un fuerte apretón en su espalda.
Mi esposa me regaló un reloj Omega que tanto quería para ir a la reuniones de ganaderos. Mi hermano Averett me dio un perfume: Hugo bos bottled. "Mi hija Rowen me regaló un hermoso dibujo que tenía un sol en los costados. Y ahí había un hombre con sombrero, todo flaco y desgarbado que se supone que era yo. Junto con una pelirrubia dibujada medio deforme, que se supone que era su mamá, Hailey. Un niño deforme que podía suponer que se trataba de Matthew y una niña bien ejecutada y la mejor dibujada que se supone que se trataba de ella mismo. También estaba dibujado ahí mismo el perro pastor alemán de Averett: Max.
Otro perro mal dibujado, pero no podía ser otro que el belga malinois de Matthew: Duke.
—«Chloe»: la gatita siamés de Rowen.
—Y «Ozone». El gato siamés de mi esposa Hailey.
Mi hijo Matthew me regaló de cumpleaños, un feliz cumpleaños y un cálido abrazo. Luego tocaron el timbre.
Mi empleada María dijo: patroncito de patrones, eminencia de eminencias. De mí no esté esperando ningún regalo, ya que ni cobro lo que me debe. Mis papás han de estar esperando su peor es nada que en la quincena les envío. Imagino que han de estar soportando los crujidos de sus estómagos. Pobrecitos han de estar ahora mesmo, moribundos en la miseria quedaron. Mis papás no pueden ni pedirle de favor a que sus papás. O sea, a qué mis yayos les den algo de dinerito, ellos se fueron de este mundo por las armas. Vendían armas. Tiempo después, llegaron unos rateros a robarles lo poco que tenían y, con las mesmas armas que mis yayos vendían, se los llevaron a ambos con San Pedro. Luego el negocio se fue a la quiebra. Por eso mis papás se quedaron sin herencia. Ya digo yo que las armas solo arman tragedias.
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Editado: 29.10.2025