—Edward—
Edward se quejó molesto mientras dejaba de ver la espalda de Leonard y volteaba mirar a Lara entre sus brazos.
Era extraño mirarla de esa manera, tambaleante y encantadoramente hermosa bajo la luz de la luna, y con esa dulce sonrisa en sus labios que hacía juego junto a sus sonrojadas mejillas que lucían con gracia de bajo de sus grandes y relucientes ojos verdosos.
Ella lo miró con dulzura y luego, se acercó a su oído.
—Edward —murmuró recargando su mentón—. Por favor, bésame —suplicó rozando sus labios.
Él sintió su cálida respiración en su cuello y sin poner objeción alguna se dejó seducir.
—Lara... —pronunció con voz sosegada—. Estás ebria.
—Sí y… ¿eso qué? —inquirió ella en un tono empalagoso que en vez de asquearlo solo consiguió provocarlo un poco más.
—Lara, por favor...
—¿Qué? —La chica lo miró, reflejándose en sus pupilas—. ¿Qué sucede? Acaso... ¿no me deseas? —preguntó aspirando su aliento—. ¿O es que acaso no soy suficiente para ti? —culminó bajando la mirada.
—No, no es eso —respondió de inmediato—. Es solo que...
—¿Qué, qué...? Edward, ya no somos unos niños y no estoy tan ebria como parece. Sé lo que estoy haciendo y también sé lo que te estoy proponiendo. Quiero estar contigo, aunque sea solo una vez, eso es todo. Quiero que me ames igual que a ellas. Edward... por favor, bésame.
Él la miró por unos momentos más y sin dudarlo la besó como nunca antes.
Su beso fue suave e implacable, tan lleno de pasión que apenas si tuvieron el tiempo para respirar.
Él la tomó entre sus brazos y sin que nadie se diera cuenta la llevó hasta su habitación.
Una vez ahí, Edward la recostó sobre el colchón para comenzar a desvestirla entre risas, besos, juegos y caricias hasta que, finalmente ella... quedó en ropa interior.
El chico la miró por unos instantes, Lara poseía una piel diferente, no era como la de Amelia que era áspera y fría; o como la de Cecil que era sensible y seca, sino más bien, la de ella era como el algodón, tan suave y tersa.
La acarició lento con la yema de sus dedos, recorriendo de abajo hacia arriba hasta llegar a tocar su centro, lo cual hizo que ella gimiera doblándose hasta formar un arco perfecto.
Él sonrió con orgullo y luego bajó a probar sus labios con los ojos cerrados, sintiendo en todo momento como ella vibraba y se erizaba con cada roce que él aseguraba, a lo que ella se aferraba con fuerza a la cama, tratando de contener los desmesurados espasmos que contraían constantemente su cuerpo entre pequeños pero fuertes orgasmos.
Edward levantó la vista y la observó sin dejar de jugar con su lengua en su centro.
Tenerla en su habitación, así, como la tenía, era todo lo que él siempre había querido.
Se subió a la cama y se quitó los zapatos ayudándose de sus pies, escuchando como estos caían al suelo; sonrió de lado y en pocos segundos ya se encontraba entre sus piernas, ansioso e impaciente por tenerla.
Era la primera vez en toda su vida que él deseaba con desespero hacerle el amor a alguien que eso, de alguna manera lo frustro y confundió.
Chasqueó los dientes y giró la cabeza mientras fruncía la nariz.
Él no era así, él no debía ser así.
Edward no era de ese tipo de hombres, sin embargo, lo estaba siendo.
Él era quien estaba arriba recargado sus manos y sus rodillas en la cama para no lastimarla, estaba siendo cuidadoso, tierno y hasta cierto punto dulce y delicado, pero con un pequeño toque de su fría personalidad que compartía junto con ella, lo cual, lo hizo enojar.
Blasfemó para sus adentros y fue entonces que las palabras de Matthew rebotaron dentro de su cabeza: «Es porque te gusta, ¿verdad? Estás enamorado de Lara…».
El chico regresó su mirada a ella y la observó, Lara no le gustaba, le encantaba.
Con sumo cuidado acarició una de sus mejillas, marcando en sus dedos cada facción que recorría, luego presionó con fuerza y la atrajo hacia su boca haciendo aún lado todos sus sentimientos.
Después de todo, ella debía entender que él no era lo que aparentaba.