—Edward—
Una vez que Edward volvió al auto, encendió el motor y arrancó en una sola dirección, la mansión de los Evans; aunque antes de ir hacía allá hizo una breve parada.
Llegó a su casa derrapando como siempre, bajó a toda prisa y corrió hacia su habitación. De camino a ella se encontró con Leonard, quien estaba paseándose de un lado para otro fuera del cuarto de su padre, Edward ni siquiera le dio la suficiente importancia así que, paso por su lado, ignorándolo.
Cuando entró en su habitación lo primero que hizo fue buscar en el último cajón de su buró el anillo de compromiso de su madre. Al encontrarlo, abrió la pequeña caja de terciopelo, deslumbrándose con tan hermosa joya que brilló en lo profundo de sus pupilas, luego la colocó dentro de su bolsillo derecho para así volver a salir con toda la urgencia que tenía.
Minutos después, Edward ya estaba llegando a la casa de los Evans, miró la fachada y sin pensarlo una segunda vez, subió aquellas largas escaleras que lo condujeron directo hacia la puerta, tomó algo de aire y finalmente tocó el timbre con decisión.
—Joven Edward.
El ama de llaves lo recibió.
—¿Puedo pasar? Necesito hablar con Lara.
—¿No cree usted que ya es algo tarde? —Le preguntó a su vez con educación.
—Quizá lo es, pero necesito verla.
La mujer torció una mueca discreta en sus labios, sin embargo, continuó siendo educada.
—Lo lamento joven, pero va a tener que esperar a que sea de mañana, la señorita Evans no está disponible en estos momentos, además ya está durmiendo.
Edward frunció su ceño negándose a retirarse.
—¡Pues despiértala! —dijo.
El ama volvió a oponerse, era demasiado tarde así que, sin volver a repetirlo cerró la puerta frente a su cara.
—¡No me iré hasta hablar con ella! —gritó Edward enfadado al tiempo en que la detenía—. Dígale que baje inmediatamente.
El chico comenzaba a perder los estribos.
—Ya le dije que la señorita no está disponible. No insista por favor.
—Y yo ya te dije que no me iré —eludió Edward, arrastrando cada una de sus palabras a través de la ranura de la puerta—. ¿Quiero hablar con Lara? —espetó.
—Joven, si no se va... Le aseguro que llamaré a la...
—Está bien, Edna. —De pronto la voz de Lara se escuchó de fondo al interrumpirlos—. Déjalo pasar.
El ama de llaves volteó hacia sus espaldas, asintiendo educadamente, luego dejó a entrar a Edward quien sin decirle una sola palabra pasó por su lado hasta llegar a Lara, quien estaba parada en medio del pasillo envuelta en una bata corta, con los ojos hinchados y enrojecidos.
Edward la divisó por unos momentos en silencio hasta que finalmente, se atrevió a decir algo.
—Tenemos que hablar —musitó en un tono más sutil al verla de esa manera—. A solas —agregó mirando por el rabillo del ojo a la chica que estaba parada a sus espaldas.
—Sí ya te escuché —citó Lara con fuerza—. Edna, por favor déjanos solos. —La mujer la miró dubitativa—. Estaré bien, no te preocupes. —Con un nuevo asentimiento, el ama de llaves se retiró—. Y bien, ¿qué es lo que quieres? —demandó Lara con prepotencia a lo que Edward junto sus cejas.
—¿No crees que estás siendo demasiado grosera?
—Y tú, ¿no crees que es demasiado tarde para visitas? —contestó a su vez, sin dejar el tono desdeñoso que había adquirido su voz.
Edward blasfemo para sus adentros mientras la observaba comportarse de esa manera, expresó un pequeño mohín y suspiro; el chico no tenía ganas de discutir y aunque quisiera hacerlo, él no tenía idea de cómo poder enfrentarla así que, simplemente respiró profundo mientras recordaba la frase que alguna vez le había dicho su madre: «El peor error de un hombre, es enfrentar a una mujer enfadada».
—Si lo sé, es tarde. Pero tenía que venir —citó un poco más despacio.
—¡¿A qué?! —A pesar de haber escuchado a Edward ceder, ella continuó siendo altanera—. ¿A hacerme sentir más mal de lo que ya estoy o a decirme que soy una mala novia?