—Edward—
El contundente sonido de algo siendo golpeado por una fuerza descomunal se escuchó a través de todo el pasillo. Por primera vez, Edward no podía creer lo que estaba sintiendo en la superficie de sus mejillas, estas, estaban rojas y adoloridas, tan llenas de un daño y ardor inaguantables.
Su rostro estaba vuelto a un lado, y por primera vez se sintió impotente al mirar sus furiosos ojos en el espejo que tenía al frente.
Apretó los dientes y se maldijo internamente al ver aparecer en ellos unas cuantas lágrimas que se acumularon en su base. Edward, era un maldito bastardo. Estrujó sus puños con fuerza en un precipitado intento por no llorar, sin embargo, aquel sentimiento oprimió su pecho, obligándolo a derramar de forma espontánea un par de ellas.
Casi enseguida las limpió, no iba a permitirse expresar lo débil e inmaduro que se sentía. Dirigió de nuevo su vista hacia Lara y la miró tan solo para sentir un nuevo golpe que le hizo trastabillar.
Él sabía que se lo merecía.
Por mucho tiempo le había hecho tanto daño que soportar eso era nada comparado con sus engaños y el dolor que le había causado.
Lara no musito ni una sola palabra luego de ello, sus labios parecían estar sellados, sin embargo, sus afilados ojos hablaban por sí mismos al demostrar toda su ira contenida, su ceño fruncido marcaba la furia, el dolor y el odio que sentía.
Por otra parte, Edward permanecía estoico dentro de sus propios pensamientos al estarse mirando de nuevo, tenía un muy mal aspecto; se encontraba desfajado, con el pecho descubierto y los cabellos alborotados.
Respiró hondo y en medio de un gran silencio la miró salir por la puerta.
—Lara por favor. ¡Espera! —Le gritó tratando de alcanzarla, pero ella no se detuvo—. Lara, por favor —repitió desesperado hasta llegar a ella y tomarla por el brazo.
Por unos instantes ella se detuvo, quedando estática en su lugar, no miró hacia atrás, tampoco giró para verlo; simplemente miró hacia delante con la frente en alto.
—Lara... —pronunció de nuevo su nombre en un bisbiseo, aún Edward no podía creer que ella lo hubiese descubierto.
La chica lo escuchó, su voz azarada le confirmaba cuanto él temía perderla, no obstante, ya era demasiado tarde. Ella bajó su vista y miró aquel agarre en su mano, luego, sonrió con tristeza.
Edward divisó su perfil, a pesar de que ella no lo estaba mirando, pudo notar a través de su cuerpo lo mucho que ella se estaba esforzando por ocultar lo que estaba sintiendo.
—Yo... lo lamento. Lamento que vieras esto. —Finalmente se atrevió a hablar—. Se suponía que yo solo venía a...
En eso la chica lo interrumpió.
—¡¿A qué...?! —cuestionó sin mirarlo—. ¿A pasar a saludar? —citó con bastante ironía mientras giraba hacía él con los ojos enfrascados.
—Lara yo... Cometí un error. Cecil me engatuso.
—Así como también lo hizo Amelia todo este tiempo, ¿no? —añadió con fuerza a lo que él frunció ligeramente su ceño—. ¿Qué? ¿Creíste que jamás iba a enterarme de tus infidelidades? ¡Sí! También sé lo de ella. —La incredulidad en el rostro de Edward era infinita—. ¿Creíste que me seguirías viendo la cara de estúpida? —Lara amenazó con volver a golpearlo, sin embargo, no lo hizo, ya bastante mal tenía el rostro aquel hombre—. Es increíble que juraras amarme cuando me has sido infiel todo este tiempo. ¡¡Y no me digas que no!! —Le gritó llena de impotencia—. Ahora entiendo tus huidas, tus pretextos, tus contratiempos —expresó haciendo comillas con los dedos—. Debí imaginarlo. Debí aceptar lo que todos me decían cuando aún podía.
Mientras Edward escuchaba las palabras de su prometida, él estaba temblando bajo la delgada llovizna, tenía miedo de perderla, miedo de saber que una vez que ella dejará de hablar todo se terminaría. La miraba menear los labios una y otra vez, observando en aquellos ojos la misma frialdad que él comparecía todos los días.
Lara era un claro reflejo de sus sentimientos, de él.
Pronto, el chico escuchó su propia voz dentro de sus pensamientos y por primera vez notó lo que estaba sintiendo al mirarla.
Ira, dolor e impotencia al verla llorar.
Lara dejo de hablar, cerró suavemente los ojos y dejo que las gotas de lluvia se fusionaran con su rostro hasta que, finalmente, Edward pudo observar como ella se quitaba el anillo.