—Lara—
La sorpresa que él le había preparado al llegar a la habitación la había dejado casi con la boca abierta. Lara nunca se había imaginado que él pudiera esmerarse tanto; ella se preguntaba en qué momento él se había tomado el tiempo para planearlo, rosas, velas, vino, una luz tenue. Todo parecía tan perfecto en aquel lugar, sin embargo, no pudo evitar pensar en cuántas veces él la había traicionado con tan falsos regalos.
Lara se había propuesto intentarlo, pero no por ello estaba totalmente dispuesta a perdonarlo. Ya no era una tonta. Aquel hermoso rostro no iba a volver a engañarla.
—Edward —murmuró dentro de sus labios.
Era una situación incómoda estar con él, en una habitación solos, no era la mejor de las ideas y peor si ya estaban casados. No podían estar juntos, al menos no en esos momentos; y aunque ella deseaba estar con él, no tenía idea de cómo acercarse.
Se dejó caer sobre el colchón esperando a que el tiempo pasara lo más rápido posible, apenas habían llegado y todavía les hacían faltaban dos largas semanas para culminar con su viaje. Rodó en la cama y miró el techo de madera. Las olas del mar podían escucharse chocar una y otra vez contra los riscos, haciendo de ese sonido algo tan pacífico.
A pesar de haber estado acostada por mucho tiempo, no pudo conciliar el sueño, se incorporó y luego de tanto pensarlo se levantó. Ella lo amaba tanto que le dolía no estar con él en esos momentos, aun así, se propuso olvidar el pasado, su esposo en verdad parecía haber cambiado, se había vuelto cálido y hasta generoso.
Lara sonrió dichosa y con ese pensamiento se dispuso a dormir, pensando en la manera de cómo poder reconciliarse y en cómo poder llegar a hacer el amor.
A la mañana siguiente, ella quiso compensar su mala actitud con un desayuno, empezar con eso sería un buen inicio.
El almuerzo estaba siendo de lo más placentero e incluso, hasta divertido. Estaban pasando un día demasiado agradable como pareja hasta que de pronto, el celular de Edward sonó sobre la mesa, él lo había dejado ahí en lo que se levantaba por un helado.
Lara miró vibrar el aparato en varias ocasiones, aquella llamada parecía urgente, la chica volteo a sus espaldas y vio a Edward ocupado, luego volvió al móvil.
Ella dibujó un pequeño gesto en sus labios, en alguna otra ocasión él se hubiera llevado su teléfono, pero esta vez no lo hizo, lo que significaba que empezaba a existir una cierta clase de confianza.
Lara se estiró y tomó el aparato, divisando en la pantalla algo que volvió a dejarla perpleja.
Su nariz se frunció.
—Maldición —gruñó molesta, dejando el celular sobre la mesa. Apretó los puños y miró hacia otro lado sin poder dejar de ver en sus ojos aquella imagen en la cual él y Amelia se estaban besando.
Su mentón volvió a temblar, otra vez Edward había logrado amargarle la vida.
¿Cómo se atrevía él a decirle que la amaba cuando todavía se veía con ella?
Cuando volvieron al hotel lo primero que hizo Lara fue ignorarlo, no tenía muchos ánimos de pedir explicaciones, mucho menos de hacer reclamos. Entró en su habitación y esperó a que el coraje se le pasara.
Un par de horas después, cuando ya estaba más tranquila salió a buscarlo, pero él ya no estaba dentro de la habitación.
—Vaya, lo que me faltaba. —Se quejó en un bufido.
La chica intentó calmarse, estaba desvariando. Sus pensamientos divagaban una y otra vez con la peor de las escenas. Sin embargo, se había propuesto confiar en él y eso es lo que haría, pediría una explicación y ya después vería.
Inhaló profundo y regresó al interior de su cuarto, tomó su bolso e igual que él se dispuso a salir, necesitaba tomar aire fresco, despejar su mente y tranquilizarse. Imaginar cosas no le ayudaba a sentirse mejor.
Lara caminó por un largo rato hasta llegar a unos pequeños peñascos en donde el oleaje chocaba contra las rocas, marcando una espesa espuma. Su corazón ya estaba más calmado y su mente más tranquila; ya ni siquiera recordaba porque razón se había molestado y aunque lo recordara, era una tontería enojarse por algo tan estúpido como eso.
Se sentó en una piedra, abrazo sus piernas a su pecho y miró hacia el horizonte, clavando su vista en la lejanía; el sol ya estaba por ocultarse, el cielo había dejado de ser un brillante azul para ser un resplandeciente naranja que destellaba junto al medio círculo amarillo que quedaba, fue entonces que la brisa marina se mezcló con algunas de sus lágrimas.