—Edward—
Mes y medio después, cuando Edward arribó en el aeropuerto, una espléndida limusina negra ya lo estaba esperando a su regreso.
—Es un placer tenerlo de vuelta, joven Edward. —Reverencio su chofer mientras le abría la puerta y buscaba de reojo a cierta mujer que no había llegado junto con él—. ¿Y su...? —inquirió, aunque de inmediato se quedó callado al ver en ese rostro una intensa mirada llena de hostilidad.
Edward no dijo nada, simplemente se limitó a subirse en el auto. Frank cerró la puerta y rodando el auto se subió en espera de una nueva orden, acomodó el espejo retrovisor y lo miró, el hombre tenía la mirada puesta en el celular mientras escribía a prisa.
—Esperaremos a que salga la señora Palmer o... —anunciaron sin dejar de mirarlo, aunque a los pocos segundos se quedaron callados.
Edward elevó su mirada, acomodó su corbata y luego hablo con ese único tono autoritario que tenía.
—Ella no vendrá —dijo—. Date prisa —ordenó volviendo la vista a su teléfono.
—¿A dónde lo llevo? —cuestionaron de nuevo.
—Tú solo maneja. —Le contestó mientras observaba a sus espaldas como el avión que lo había traído de nuevo a casa se alejaba.
Una vez que Edward llegó a su departamento, bajo del auto sin siquiera despedirse de Frank; ya que lo último que quería en esos momentos era hablar de la situación por la cual estaba atravesando, sin embargo, Edward necesitaba sacar todo lo que llevaba dentro, habían pasado seis largas semanas y aún no había tenido el tiempo suficiente para encontrar un hombro y llorar.
Detestaba la idea de llegar a la mansión o a la corporación tan solo para encontrarse con más problemas de los que ya tenía.
Pasó por recepción y el mozo lo recibió con elegancia.
—Bienvenido, señor Palmer. Es un placer tenerlo de nuevo por aquí. —Le dijo inclinándose ligeramente hacia el frente.
Edward lo miró de reojo, sonriéndole de forma ladina mientras expresaba en respuesta su clásico monosílabo.
—¿Sabes si de casualidad se encuentra Matthew? —espetó desde el elevador.
A lo que el recepcionista contestó:
—Su amigo estuvo aquí por la mañana, después se fue y hace cinco minutos volvió a salir con la señorita Ferrer.
Aquel chico de cejas pobladas y de cabello redondo levantó las cejas con picardía.
No era tan difícil de entender a lo que se refería.
—¿Ileana? —Se preguntó Edward mientras las puertas del elevador se cerraban.
¿Qué tanto había pasado durante su ausencia? ¿Desde cuándo Matthew y ella salían juntos? Si hasta donde él se había quedado, Ileana estaba comprometida con otro hombre.
Chasqueó los dientes y esperó a que las puertas se abrieran, no era de su incumbencia saber de la vida privada de los demás.
Cuando llegó a su habitación se dejó caer sobre la cama, hundió su rostro entre las almohadas y dejó que sus ojos se cerraran, esperando a que el cansancio que tenía hiciera su trabajo, poniéndolo a dormir, pero en vez de ello, los cojines se humedecieron.
—¡Maldición, maldición, maldición! —repitió varias veces en sus labios.
Él jamás creyó que la partida de Lara le doliera tanto. Recordar su sonrisa, su voz, su imagen, todo en ella le dolía.
Acordarse de sus delicados besos, sus lindas caricias, su cálida mirada, su aliento y su patética pero linda forma de ser le provocaba una inmensa tristeza que se mezclaba con la ira. Talló su rostro contra las sábanas, esperando a que sus lágrimas las cuales no había dejado salir en seis largas semanas, cesarán.
Minutos después rodó sobre la cama hasta quedar boca arriba, para ese entonces sus ojos ya estaban secos.
—¿Cómo fue que dejé que esto pasara? —Se preguntó una vez más mientras recordaba todos los buenos y malos momentos que había pasado con ella—. ¿Por qué lo hice? —Se reclamó así mismo.
Suspiró profundo, se refregó la cara y fue entonces que su dulce aroma a frutos frescos llegó a su nariz, viró a uno de sus costados y miró el buró que tenía a su lado, justo en el cajón de en medio, Edward guardaba bajo llave todos los regalos que ella le había dado. No había felicidad ni ningún otro tipo de sentimiento en su alma que se le acercará o alcanzará a conmocionar su corazón de manera positiva, al contrario, todo lo que sentía en esos momentos era sufrimiento, ira, culpa y dolor.