—Cecil—
Por varias noches Cecil no había podido dormir, se sentía culpable, triste y vacía. No se arrepentía de haber hecho lo que hizo, sino más bien de lo que se arrepentía era de ser lo que era ella, una mala amiga. Cecil odiaba el momento en el que Edward se le atravesó en el corazón, ella creía que él la amaba, sin embargo, todo era mentira.
De nada le había servido el ilusionarse con un falso embarazo.
Suspiró con los ojos cristalizados, desde que Lara la encontró con él en su departamento; el dolor, la ira y la decepción en el rostro de su mejor amiga era todo lo que la rubia veía cuando cerraba sus preciados ojos aguamarina. Ella no era feliz, mucho menos lo fue después de eso.
—¡Maldición! —blasfemó llena de rabia mientras golpeaba con fuerza la mesa.
Le dolía saber que, por culpa de un amor imposible, también la había perdido.
Ella nunca había querido lastimarla, sin embargo, los celos y la rabia la habían cegado así que, ahora lo único que Cecil podía hacer por Lara era reponer el daño que le había causado, aun cuando ella había roto todos sus lazos.
Torció una mueca en sus labios pensando en la manera de recuperarla. Cecil había aprendido de la forma más dura una cruel lección de la vida, haberse metido con el novio de su mejor amiga no había sido la mejor de sus elecciones. Muchas veces ella intentó ponerse en sus zapatos, fue entonces que, mientras la imitaba la comprendió. Si ella hubiera sido Lara, tal vez ahora ella estaría en prisión al haber cometido una locura o en un psiquiátrico o peor aún, muerta de dolor, sufriendo no solo por amor sino también por soledad.
Ahora ella se daba cuenta de lo sola que siempre había estado, aquella chica era su única amiga y con la única que siempre se llevó bien. Lara al final siempre fue más que especial.
La mujer torció la boca en un gesto incómodo al profundizar sus recuerdos, el dolor en su corazón le estaba estrujando demasiado.
—¡Maldición! —Volvió a quejarse, alejando la vista de una fotografía que estaba sobre un pequeño buró a su lado.
Cecil ni siquiera sabía porque aún conservaba ese viejo retrato, en ella se encontraban las dos de niñas. Lara estaba a su izquierda luciendo una escotada playera roja que detallaba su pequeño y tierno busto infantil, que se escondía debajo de su largo cabello que caía por su pecho y espalda, mezclándose con los cabellos amarillos de ella. Ambas, estaban guiñando un ojo dejando el otro visible al mundo.
A Cecil siempre le había gustado el color de esos ojos por lo raros y hermosos que eran.
Extrañamente sonrió, en aquellos tiempos las dos se veían realmente felices.
—¿Cuándo fue que cambiamos tanto? —Se preguntó mientras tomaba el cuadro entre sus manos.
Suspiró un poco y luego caminó hacia la ventana, se recargó en el marco y bajó la mirada, divisando hacia la nada. Minutos después elevó la vista al cielo nublado, las pocas gotas de lluvia que comenzaban a caer lo hacían con una especie de delicadeza al tocar el suelo mojado, y al rociar las copas de los árboles que meneaban sus hojas en un vaivén lento y armonioso.
Sobre la acera se podían ya visualizar los hongos de algunos paraguas en donde apenas si se podían ver algunos cuerpos solitarios o en parejas. Cecil esbozó fina sonrisa al recordar su infancia, era divertido pasar el tiempo con Lara y pese a que ella era una niña mimada por el dinero y el amor de sus padres, siempre fue una chica sencilla, honesta y normal con ella; pues siempre que Lara la visitaba lo compartía todo, pero al ir pasando el tiempo, las cosas fueron cambiando. Cecil comenzó a alejarse y lo hizo aún más cuando Edward apareció.
—Hmp —expresó con monotonía.
Sus arbitrarios recuerdos hicieron que su sonrisa se desvaneciera.
Se alejó de la ventana, hizo algunas cosas y luego se dejó caer en la cama, fue entonces que en ese momento y antes de que cerrara los ojos para quedarse dormida, un nuevo mensaje llegó a su celular.
Era Amelia quien la buscaba.
"¿En dónde estás? Llevo esperándote un rato".
Fastidiada lanzó el teléfono a uno de sus costados, pensando en la mejor forma de librarse.
Aquella chica no le agradaba en lo absoluto, Amelia comenzaba a irritarla, sin embargo, tenía que estar con ella para saber qué era lo que tanto tramaba.
"Estaré ahí en diez minutos. No te muevas".