—Edward—
Una vez que Edward encontró a Lara no pudo hacer demasiado para recuperarla. Cada uno de los intentos que hacía por traerla de vuelta a su vida se habían convertido en un completo fracaso, y en cierta forma era entendible. La chica se había convertido en una verdadera réplica de él, se había vuelto fría, severa y orgullosa.
Su intrascendente actitud le demostraba a él que ella no era la misma clase de mujer que había dejado atrás hace varias semanas y que, al contrario, ella era demasiado fuerte al mantenerse firme con aquella absoluta decisión que había tomado mientras que ahora él, se encontraba del otro lado, poniéndose en los zapatos de su “esposa” al sentirla distante y solitaria.
El hombre se encontraba sumido en lo profundo de sus pensamientos hasta que de pronto escuchó su nombre, era su hermano quien lo llamaba desde la puerta de su habitación.
—¿Qué es lo que quieres? —Le preguntó tajante mientras lo miraba a través del espejo, al tiempo en que terminaba de ajustarse la corbata.
Leonard no contestó enseguida, lo observó unos segundos y luego gimió en un tono indiferente.
—Necesito que te adelantes. —Le dijo con seriedad—. Tengo algunas cuantas cosas que hacer antes de llegar a la reunión y no creo poder llegar a tiempo.
—Tsk. —Se quejó el chico desviando la mirada.
Últimamente a Edward le molestaba que su hermano le pidiera esa clase favores. Se suponía que Leonard era el dueño de la corporación Palmer, más no él.
—Todo lo que necesitas está dentro de este maletín. Si ves que no llego en media hora, comienza con la junta. —Le ordenó dejando el portafolio sobre los pies de la cama, posteriormente salió de aquel lugar sin decir adiós, igual que siempre.
Entretanto, Edward expresó una nueva mueca en su rostro y volviendo su vista al frente terminó de vestirse.
Acomodó su saco y tomó sus llaves para marcharse.
Una vez que el chico salió de su habitación no pudo evitar escuchar a su padre discutir con su hermano, estos, se encontraban en el cuarto contiguo al despacho de Ayrton. Ambos hombres hablaban con un tono demasiado alto, Edward jamás los había oído hablar en ese tono. Enarcó una de sus cejas y se acercó con cautela tras haber escuchado de fondo su nombre.
—¿Se te ofrece algo? —Le preguntó su padre en un tono rudo y serio, pero extrañamente amable cuando lo notó escondido tras la puerta.
Edward negó en un movimiento, lo miró por unos momentos y sin decir nada más salió de aquel lugar sin dejar de ver por la comisura de su ojo derecho a su hermano, quien lo miraba con una sonrisa torcida en sus labios.
Chasqueó los dientes y se alejó al tiempo en que los maldecía.
Odiaba el lazo que había entre esos dos hombres, siempre lo excluían de la mayoría de las conversaciones y esa no había sido la excepción. El chico comenzaba a detestar los secretos y el trato especial que su padre tenía con Leonard.
Bufó irritado, miró la hora en su reloj y caminando hacia su auto se apresuró.
Lanzó el maletín sobre el asiento de copiloto y encendiendo el motor arrancó a toda velocidad, pero no pudo ir más allá de una milla porque en eso tuvo que detenerse abruptamente al mirarla, él no estaba para nada contento con su visita. Apretó los puños sobre el volante y bajo azotando la puerta. Ya le había dicho a ella en más de una ocasión que no quería volver a verla en su vida, sin embargo, Cecil era más que una molestia.
—¿Qué haces aquí? —profirió con enojo—. Te he dicho una y mil veces que no eres bienvenida.
—Lo sé, pero necesitaba verte —masculló ella, aunque de inmediato fue interrumpida.
Cecil se quejó al sentir el fuerte dolor en su muñeca cuando Edward le halo sin ser delicado, sin embargo, la chica hizo todo lo posible por aguantarlo.
—Edward, por favor —suplicó la rubia—. Necesito que me escuches.
Sin detenerse, Edward apresuró el paso con ella hasta llegar a la puerta.
—Que te largues, ¡¿qué no lo entiendes?! —Literalmente la empujo fuera de las rejas—. ¡No quiero volver a verte!
Cecil dio la media vuelta decidida a convencerlo, aunque no creía que eso fuera posible, sin embargo, no se retractó.
—¡No me iré hasta que me escuches! —Por primera vez ella le levantó la voz—. Edward, tienes que escucharme.