—Amelia—
Amelia se encontraba frente al espejo contándole a ella sobre sus planes, hoy los pondría en marcha, ya bastante había esperado por ello. Sonrió con humor y entre una carcajada giró a verla.
—No estoy de acuerdo con eso —replicaron desde la cama.
—No es necesario que lo estés. Solo te estoy contando lo que haré. —Le dijo sin miedo alguno—. Edward pagará por lo que nos hizo.
Cecil negó.
—Estás loca. —Le dijo tomando sus cosas—. No voy a ser tu cómplice en esto. Yo me marcho —anunció caminando hacia la puerta, a lo que la pelirroja gimió de forma divertida mientras dejaba a un lado el pañuelo con la que limpiaba una Runger 357.
—Alto ahí... —Le susurró despacio, provocando que los pasos de Cecil se detuvieran casi al instante—. No te muevas.
La rubia giró en su sitio mientras aún tenía la mano sobre el picaporte e inmediatamente, su corazón saltó dentro de su pecho al mirarla sonreír de forma perversa.
—Amelia, ¿qué haces? —preguntó con voz temblorosa al verse reflejada en sus anteojos. Su respiración comenzó a acelerarse y a hacerse cada vez más fuerte al notar a aquella mujer apuntarle con el arma en la frente—. Amelia... —repitió asustada al verla quitar el seguro.
—En un trabajo limpio jamás debe de haber cabos sueltos —dijo, y sonrió con despotismo al sentir el gatillo entre sus dedos.
Escuchar los gemidos y las súplicas de Cecil la llenaban de placer.
—Amelia por favor, no lo hagas. Te juró que no diré nada.
La mujer de ojos marrón levantó una ceja.
—¿Crees que soy tan estúpida? —inquirió con cierto sarcasmo en su voz—. No, no lo soy —dijo acercándose a su bello rostro mientras lo acariciaba con la punta del arma, a lo que Cecil cerró con fuerza los ojos—. Deberías ver tu cara —comentó alejándose un poco—. Te ves tan patética que me dan ganas de matarte. No entiendo como pude relacionarme contigo. No eres más que una vil basura miedosa —culminó dando la vuelta—. Es por esta razón que prefiero estar sola.
Cecil la miró desde la puerta, tensa y asustada, pendiente de cada uno de los movimientos que Amelia realizaba. La chica ya había perdido por completo la cordura.
—Creí que eras competencia para mí, pero me equivoqué. No eres más que una insignificante rata que merece ser aniquilada.
Amelia accionó el gatillo y Cecil gritó, viendo su vida pasar frente a sus ojos.
La rubia cayó al suelo y la mujer carcajeo.
—Ups, creo que olvide cargarla —anunció con burla.
—¡Estás demente! —Le contestó Cecil llorando—. ¡Un hombre no vale la pena!
Amelia miró hacia arriba, luego trazó una mueca en sus labios.
—Edward, sí —contestó divisándola de nuevo—. Ese imbécil era todo lo que yo tenía, pero prefirió dejarme, y si él no puede ser mío, no será jamás de nadie.
—¡Estás loca! —repitió la rubia sin dejar de lado el tono tembloroso de su voz—. ¿Crees que con asesinarlo lo resolverás todo?
—No, tal vez no. Pero al menos pagará por todo lo que nos hizo.
—¿Y tú? ¿Qué hay de ti? ¿Qué pasará contigo?
—¿Para mí? —inquirió Amelia con un ademán mientras se tocaba el pecho—. Para mí ya no hay nada así que, ya no tengo nada que perder. —Le dijo colocando las balas en su sitio.
Cecil tanteó la puerta a sus espaldas, observando como nuevamente Amelia le apuntaba, la miró ladear la cabeza y a través de sus gafas pudo notar la perversión de su mente consternada.
—Fuiste una buena amiga, de eso no me cabe la menor duda. —Cecil alcanzó a escucharla—. Sin embargo, de nada me sirves ya.
Los ojos marrones de Amelia se iluminaron con un terrible brillo al ver a Cecil tropezar con sus mismos pies al intentar escapar. La mujer logró abrir la puerta, pero no alcanzó a salir porque en eso la pelirroja elevó el arma, apuntó hacia ella y disparo.
Cecil chocó contra el marco de la puerta al escuchar el sonido estruendoso de la bala cortar el aire que lastimó sus oídos por el lugar cerrado en el cual se encontraban. La expresión que dibujó en su rostro al ser penetrada hizo que la fascinación de Amelia aumentará, ella sonrió con malicia al ver como una mancha de sangre estaba salpicada sobre la puerta blanca.