—Edward—
Sin ser consciente de la velocidad en la que manejaba, Edward rebasaba cada vehículo que encontraba en su camino, le había llevado bastante tiempo confirmar lo que Amelia le había dicho hace más de media hora.
—Lara —susurró dentro de sus labios sin saber que hacer mientras la imaginaba frente a sus ojos—. ¿Cómo no me di cuenta?
El chico iba maldiciéndose mientras manejaba, estaba molesto e irritado, pero al mismo tiempo se encontraba feliz. Un bebé no era lo primero en su lista de matrimonio. De hecho, nunca lo fue, sin embargo, saber que se convertiría en padre le provocaba una extraña sensación en su pecho. Inconscientemente sonrió, con cualquier otra mujer la noticia de ese embarazo le hubiera frustrado, pero con Lara... eso era distinto, y quizá era porque en verdad se había enamorado.
Dio media vuelta en "U" en una esquina y para cuando se percató del lugar en donde se encontraba se sorprendió, ya había llegado a la estación de trenes que momentos antes Matthew le había mencionado.
Detuvo su auto en seco y sacando su celular le marcó.
—Contesta idiota, contesta. —Edward se estaba desesperando, sin embargo, cuando el rubio le contestó, una luz de esperanza iluminó sus ojos—. Ya estoy aquí… ¿En dónde diablos estás? —Le preguntó mientras lo buscaba con la mirada. Pronto, lo divisó a unos cuantos metros más adelante cerca de la entrada, guardó su móvil y echó a correr directo hacia él—. ¿En dónde está? —inquirió con el pecho acelerado.
—Adentro, no tiene mucho que acaba de subir. —Le señalo el rubio a sus espaldas—. Corre o jamás la alcanzarás. —Le dijo con un ademán y sin esperar a nada más, Edward echó de nuevo a correr.
Apenas si el hombre divisó la entrada a la estación cuando el tren ya se estaba poniendo en marcha. Edward apretó el paso y entró a toda prisa, abriéndose paso entre la gente mientras la buscaba con la mirada, pero al no encontrarla comenzó a gritarle por su nombre con la ilusión de que ella lo escuchara, esa… era su última esperanza, porque después de ello, si ella se iba... tendría que decirle adiós para siempre.
A Edward no le importaba que la gente lo mirara de mala gana o que en el proceso de alcanzarla lo insultaran o golpearan, lo único que él quería era encontrarla, detenerla y suplicarle que se quedará.
—¡Lara! —La llamó una última vez y finalmente, en uno de los primeros vagones pudo mirarla. Su rostro, su cabello, sus manos recargadas sobre el cristal, era ella—. No, no, no —repitió cansado al verla alejarse.
El chico corrió más aprisa, pero en eso el sonido de unos disparos a sus espaldas le detuvo.
Tropezó con sus pies y cayó al suelo.
—¡Te lo advertí, Edward! Te dije que si no eras mío no ibas a ser de nadie. —Le gritó Amelia, disparando hacía él y fallando por mucho la puntería de sus tiros.
La gente pronto comenzó a correr por todos lados al tratar de protegerse, unos pasaban por su lado, tropezándose con él mientras que otros apenas si lo esquivaban. Como pudo, el chico logró ponerse de pie, luego corrió hacia aquel vagón que le importaba sin volver a mirar atrás. Trato de abrirse paso a través de todos aquellos transeúntes que le estorbaban, sin embargo, el caos se apoderó de la estación al escucharse varios disparos más.
Amelia no era muy buena con el arma. Disparaba a diestra y siniestra hiriendo a cualquier persona que se le atravesara en el camino hasta que, finalmente, pudo atinar uno de sus tiros.
Por unos momentos Edward quedó estoico en su lugar al sentir en su abdomen algo extraño, bajó su vista y se miró, su camisa blanca comenzaba a mancharse de sangre.
—Carajo —masculló en un gesto agrio al tocarse, aunque su lesión no había sido grave.
Presionó la herida y soportando el dolor comenzó a correr más aprisa hasta que, por fin, pudo subirse en uno de los vagones cuando el tren se detuvo. Entró y comenzó a ir hacia adelante.
Desesperado y con un gran dolor bajo su mano se abrió paso entre la multitud que lo miraba con horror, el chico sabía que estaba a punto de llegar con Lara, podía verla a través de la pequeña ventana en la puerta que dividía los vagones, fue entonces cuando volvieron a gritarle a sus espaldas.
—¿A dónde crees que vas? —Le preguntaron mientras le apuntaban.
La gente pronto corrió asustada fuera de ahí.