En el hotel, Iván se encontraba acostado en la cama, oculto bajo las sábanas. Hacía tiempo que no había sentido tanto miedo y no sabía cómo controlarlo, y esperaba ansioso la llegada de su compañero de habitación. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, el recuerdo de la cara de satisfacción de su madre al denigrarlo, mientras le decía que jamás sería como su hermano, lo llenaba de ansiedad e impotencia, ¿Por qué su madre nunca pudo quererlo? ¿Qué culpa tenía de haber nacido? ¿Por qué su hermano no tuvo algo de compasión hacia él? ¿Por qué su padre lo obligaba a regresar a la tortura sólo para tener una mujer en la cama? Qué sentido tenía haber nacido, no sería mejor morir de una vez, en lugar que la naturaleza decida el momento. Una simple soga podría acabar con ese sufrimiento que lo perseguía, o quizás atravesarse a un camión en plena autopista. ¿Sería dolorosa la muerte? –se preguntaba mientras abrazaba su húmeda almohada.
La puerta de la habitación se abrió, y Jorge entró cerrándola tras de sí. Escuchó a su amigo llorando, el incidente había provocado que su depresión clínica empeorara desde esa mañana. Jorge ya sabía qué hacer, así que hurgo en la maleta de Iván para buscar un bolso con sus medicamentos, tomó un frasco especial para estos casos, llenó un vaso con agua y se sentó a un lado de la cama de Iván.
—Lamento mucho lo que hicieron los muchachos, sabes que ellos no hacen cosas así, pero estaban emocionados y es normal que quisieran saber más de ese secreto que nos guardabas.
—No era un secreto, simplemente es algo que me gusta tener solo para mí, y al ver el local vacío, quise saber cómo se escuchaba mi canción con la guitarra, ya que solo la había oído en mi mente.
—Está bien, disculpa, use la palabra equivocada. Ven toma la pastilla que te mandó el médico, y no te pongas remolón.
Con una especie de rabia contenida, Iván levantó la sábana para poder ver a los ojos a su amigo que estaba sentado en la cama con un vaso de agua y una pastilla roja y blanca.
—¿Pará qué quieres que la tome? No entiendo la vida, nunca sé que decir cuando alguien me pregunta algo. Yo creo que es mejor que ya no sea el vocalista del grupo, no entendí todas esas miradas sobre mí, sé que me estaban juzgando, y eso no me gusta. ¿Y si me pongo nervioso la próxima vez que cante al ver esas miradas sobre mí? No, no, no puedo seguir cantando, prefiero tocar algún instrumento, sabes que aprendo muy rápido.
—Anda, toma la pastilla, así te sentirás mejor.
Sin verlo a los ojos, Iván cogió la pastilla y se la metió a la boca y luego tomó un sorbo de agua. Por costumbre, abrió la boca y levantó la lengua para mostrar que sí se la había tragado.
—Esta pastilla no me gusta, me hace sentir raro.
—No te quejes tanto, lo único que hace es tranquilizarte y hacerte olvidar un poco lo que pasó, eso es todo.
»A ver, vamos a analizar lo que acaba de pasar. Sabes que no soy experto en esto de hacerte entender las cosas, pero creo que puedo ayudarte. Las personas que fijaron su vista en ti no te estaban juzgando, te estaban felicitando por ese hermoso regalo que les ofreciste con tu canción. A todos se nos puso la piel de gallina con lo decías y la forma como lo decías, no te imaginas lo hermoso que nos hiciste sentir. Fue como ir a un lugar donde nada puede hacerte daño, donde todo lo que te rodea te da amor, un amor tan hermoso que de la emoción algunos no pudieron dejar de llorar de la emoción, ¿Te imaginas? De alguna manera tus palabras reflejaban las cosas hermosas que vivimos hace mucho tiempo y ya habíamos olvidado. Sé que te cuesta entender lo que te estoy diciendo, pero solo piensa que fue algo maravilloso, ¿No te gustaría sentirte así al menos una vez?
—Sí, me gustaría –dijo con la voz apagada.
—A todos nos gustaría sentirnos así siempre, pero la vida no es así, la vida es un chasco, la vida no es fácil para nadie, y esta noche nos recordaste a todos que alguna vez en la vida fuimos especiales para alguien. Sé que tu papá te hacía sentir así.
—Sí, aunque no todo el tiempo.
—Tampoco nadie es perfecto, ni tú, ni yo, ni ninguno de los que estábamos en el local.
—Pero tú no viviste lo que yo viví.
—Es cierto, y no sé qué decirte, es muy fácil decirle a alguien que pase la página, pero en tu caso sería pasar todas las páginas del diccionario, con sus sinónimos y antónimos. Entiendo que no es fácil, no obstante te sientes a gusto con nosotros y estamos aquí para apoyarnos, aunque a veces no lo parezca.
La cara de Iván estaba húmeda por su llanto, y se pasó las mangas de su camisa para secarse. Le mostró una leve y sombría sonrisa a Jorge, y cuando se disponía a cerrar los ojos, su amigo se lo impidió.
—Quiero aprovechar de decirte algo mientras la pastilla te ayuda a sentirte mejor. No quiero que pienses que estás obligado de alguna manera a hacer algo, yo voy a respetar lo que tú decidas hacer.
La cara de Iván comenzaba a mostrar de nuevo angustia, más confiaba en su amigo, y sabía que no lo obligaría a hacer algo que no quisiera. En eso se basaba su amistad.
—Se trata de lo siguiente. Tú sabes muy bien que el mundo de los músicos no es muy sencillo, dependemos que alguien necesite un grupo musical para un evento, o para tocar un fin de semana en un local. Se me ocurrió que podríamos incluir en el repertorio de canciones una de las tuyas, claro, si te parece bien, y así de seguro nos contratarían más seguido.
—Cuando canto me olvido de mis tristezas, de mi pasado y me encanta hacerlo con todas las canciones que me han dado, pero, mis canciones son algo mío, forman una parte de mí, y de seguro salgo corriendo si veo que no les gusta la canción o si lo hago mal.
—No seas tonto, Iván. Esta discusión ya la tuvimos en el pasado y has estado cantando con nosotros casi año y medio, no veo cual es la diferencia que cantes una de las tuyas. Además, nosotros tenemos que tocarla mientras cantas, no nos vas a dejar por fuera, ¿no es cierto?