La noche había sido muy húmeda, una fina llovizna había caído hasta pasadas la cinco de la mañana, y todos dormían acurrucados por el frío, y aquellos que estaban solos en la cama, abrazaban con fuerza una almohada, para así poder calentarse con su propio cuerpo. El despertador del reloj de mesa sonó, indicando que era hora de prepararse para un nuevo día. La mano de una mujer solitaria salió de entre las sábanas, y tanteó la mesita a su lado buscando apagar el reloj. Se sentía feliz, había soñado con el hombre de su vida, con quién había descubierto que era su alma gemela. Apenas lo conocía, tan solo unos besos apasionados habían podido sacarle a ese hombre oculto tras una cortina, una cortina de sufrimiento y soledad que la vida había colocado delante de él para protegerlo. En sus sueños sintió el roce de sus pieles desnudas y húmedas de pasión, junto al delicioso y tibio calor que aún podía recordar de su amado. Sintió sus labios unidos a los suyos, y aquél olor varonil que le hacía perder el control mismo de su cuerpo. Tan solo le faltaba algo, algo que aún deseaba con lujuria, pero que se negó a imaginarlo, pues quería conocerlo en su momento, el momento en que ella lograra romper esa cortina tras la que se ocultaba, y entregarse en cuerpo y alma a ese tímido hombre que había puesto su vida de cabeza.
Durante el transcurrir de esa noche, dentro de la habitación de un hotel, un hombre regresaba a seguir durmiendo en su cama, cuando notó una gélida brisa que entraba por la ventana. Se acercó a ella para cerrarla, y antes de hacerlo, vio como la llovizna mojaba la calle y los techos de las casa en rededor. A su mente vinieron esos breves momentos de felicidad de su niñez, aquellos momentos donde cerraba los ojos y escuchaba la melodía que formaba cada gota de lluvia al tocar cualquier cosa, no había ritmo, no había nada matemático en esos sonidos que se escuchaban, y otra melodía nacía cuando la lluvia arreciaba, y otra cuando amainaba, y cuando pensaba que la música se estaba deteniendo con las últimas gotas que caían de los techos y de los árboles, volvía a caer la lluvia sobre los tejados, a veces suave, a veces fuerte, y otra melodía diferente brotaba de nuevo. Finalmente cerró la ventana, y regresó a su mente las mismas pregunta que se hacía de niño, ¿Qué melodía se escucharía al caer los copos de nieve sobre las ventanas? ¿Sería similar a la del viento golpeándolas? ¿Qué melodía se escucharía en una tormenta de arena en medio del desierto? ¿Tendría ritmo o sería igual de descompasada que la lluvia? Nunca lo sabría. Lo último que recordaba era el sonido del viento pasar por entre las hojas de los árboles, algunas veces el sonido de un viento sigiloso, otras las de un pequeño tornado que elevaba las hojas un metro del suelo. No era igual al sonido de la lluvia que escuchaba de niño desde su pequeña habitación, pero era lo más que podía ofrecerle aquél centro de salud mental donde fue recluido. Despejó su mente, y se metió entre las sábanas de su cama para mitigar el frio que aún permanecía en la habitación.
La manta no era suficiente para calentarlo, así que sacó la almohada de debajo de su cabeza y la abrazó con fuerza para calentarse, escondiéndose debajo de la sábana para que su aliento lo calentara también. En ese momento creyó sentir en su espalda los brazos de una mujer, cuyas manos lo acariciaban suavemente, y regresó a su boca el sabor de aquellos deliciosos labios que ese mismo día había dejado abruptamente por miedo. A sus manos regresó aquella sensación que sintió del cuerpo de su amada, en aquél lugar donde ella misma había guiado su mano. Era una sensación nueva, una que le avivó el fuego en su interior, sin saber cómo apagarlo. Subió la otra mano y al palpar de nuevo esa deliciosa sensación, su amada gimió en su boca, y lo besó con más fuerza. La llama en su interior de pronto se apagó, sintió miedo de lo que estaba sintiendo y huyó de ella pensando que la había lastimado, pero en el fondo sabía que no era así. Adormilado, le dio un beso a la almohada y se durmió soñando en ese momento que había congelado en su mente, y que deseaba continuarlo. Tenía una especie de escozor en su estómago, y por mucho que trataba de mitigarlo, allí seguía. Solamente podía imaginar cual era el remedio que esa sensación, pero no sabía si algún día encontraría esa medicina.
Algo temprano en la mañana, alguien tocaba la puerta de la habitación donde dormía Iván, y Jorge que salía del baño fue a ver de quién se trataba. Era Andrés. Estaba a punto de irse a la disquera, cuando la productora le pidió el favor de avisar a Iván que ella lo recogería temprano para almorzar con él y hacer algunas cosas importantes para lo que lo necesitaba. Que estuviera listo a eso de las once de la mañana. Entre adormilado y con cara de enojo miró a Andrés y sin mediar palabra cerró la puerta. ¿Qué podría ser eso tan importante para lo que necesitaba llevarse a Iván? Jorge negó con la cabeza y se lanzó sobre la cama a seguir durmiendo.
Efectivamente, un poco antes de las once, ya Iván estaba vestido con la mejor ropa que había traído y con el aroma de la colonia barata que tanto le gustaba a una mujer de gustos exquisitos, como lo demostraba su ropa y su delicioso perfume. Al verla entrar al vestíbulo del hotel, Iván se levantó de prisa del sillón donde estaba sentado, y enmarcó una sonrisa de felicidad en su rostro que hasta ese día nadie había visto. Ella venía vestida con su atuendo de trabajo, ligeramente maquillada y un prendedor en la chaqueta con la forma de la nota Sol. Al ver aquella sonrisa de emoción, algo dentro de ella se encendió, quería correr y besarlo en la boca hasta enloquecer, pero se calmó un poco, se pasó la mano por la oreja, como si algún cabello la molestara, y al llegar ante él le dio un suave beso en la mejilla, un toque casi imperceptible, que se transformó en un volcán en erupción dentro del cantante. Se puso algo nervioso, pero la pudo saludar sin tartamudear, y pedirle que la acompañara, él la siguió colocándose al lado de ella. Ambos no sabían ya como contenerse, incluso ella le rozó la mano tratando de tomarla, y él tan solo le respondía con un roce suave similar al de ella. Ya en el auto, ella calmó aquella necesidad de volcarse encima de él hablando de los planes que tenía para ese día. Iván se quedó sorprendido ante lo que escuchaba, y al igual que ella, aquella lujuria que no entendía, logró desaparecer.