La fiesta de Iván estaba a todo dar, la gente bailaba y se divertía, sin camisas o blusas, y algunas veces topless. Había licor y comida para tres noches de fiestas. Jorge estaba algo preocupado, pues este tipo de fiestas podía salirse de control fácilmente, y apenas bebía uno que otro vaso de ron. En todas partes había personal de vigilancia trajeado, que al igual que Iván, tomaban bebidas sin alcohol. El cantante se paseaba de arriba abajo de la fiesta, siempre con su copa de champagne llena de Ginger Ale, y la mujer que quisiera besarlo, él le correspondía y le pasaba las manos por todo su cuerpo. Las dejaba pidiendo más, pero él se alejaba educadamente pese a la insistencia.
Debía cuidar su peluca en todo momento, aunque el trabajo de pegarla estaba garantizado. La peluca rubia estaba hecha de cabello natural, no quería que si alguien le tocaba la cabeza se diera cuenta de su disfraz. Caminaba con sus lentes oscuros, que realmente no lo eran ante sus ojos. Se mostraba muy jocoso, y un camarero dedicado a él, le cambiaba su copa de champagne llena de Ginger Ale. Para Iván existían dos grandes leyes, impuestas por Katrina, no licor, no drogas. Era importante que no cayera en esos vicios, pues destruiría su tratamiento y dejaría de ser Adrián. No le gustaba para nada seguir obedeciéndola, pero el tren de vida que había iniciado, ya no tenía final.
Sólo había una regla que Adrián exigía dentro de sus fiestas, cero drogas. Por eso contrataba hermosas mujeres de los antros más finos, del tipo de Lucy, para que entretuvieran a los hombres y vigilaran el uso de las drogas, mientras caminaban seductoramente por los pasillos. Si alguien empezaba el uso de drogas, sutilmente se le informaba a la vigilancia, y ellos los sacaban de la fiesta de cualquier manera. A Iván no le importaba si tenían sexo en lugares escondidos, pero no donde el público pudiera verlos. Para eso la música no paraba, para que todos se mantuvieran bailando. La bebida dejaba de circular a partir de cierta hora y se les indicaba a los invitados que fueran saliendo de la fiesta. Como era común, siempre había personas ebrias durmiendo en cualquier lado, y los hombres de vigilancia los recogían, los metían en una especie de autobús, y los dejaban tirados cerca del parque de la ciudad. El personal de limpieza llegaba una hora más tarde, y al despertar del siguiente día, la mansión no mostraba rastro de aquella fiesta.
Los gastos eran sorprendentes, a pesar que no llegaban a mil los invitados, pero las nuevas canciones que escribía estaban haciendo fluir el dinero. Después de almorzar, se encerraba en su habitación y no bajaba hasta la cena. Simplemente, sacaba de su cartera la foto de Katrina, juraba una y otra vez que trataría de olvidarla, y dentro de esa mezcla de amor y odio se sentaba en su secreter a escribir nuevas canciones. En un mes era capaz de producir al menos cinco canciones exitosas al momento mismo de ser escuchadas en la radio.
Había un problema. Todo artista requería de dos personas, un productor y un representante, e Iván se negaba a tener un productor, ese era el trabajo de aquella traidora que se había embarazado de él, y tan solo escuchar aquel nombre, las náuseas llegaban a su boca. La disquera se hartó de su capricho, se necesita de la persona que buscara otros patrocinadores además de Salvatore Barbato. El inversionista no podía ya estar solo en la inversión del cantante. Jorge era buen representante, pero el mundo de la producción era diferente, y finalmente le asignaron a Francisca Yánez como productora. Jorge no se atrevía a decirle nada, hasta que finalmente ella misma decidió presentarse en el estudio de grabación. Iba acompañada de su asistente, una joven muy delgada y algo agraciada. Aunque tenía una bella cara, su cuerpo le faltaba un poquito aquí, y un poquito allá. Entraron al estudio de grabación y saludaron al ingeniero de sonido.
—Buenos días, Hugo. ¿Ese que está en la cabina es Adrián?
—Hola Francisca, pues sí, ese mismo es. Tienes suerte, siempre viene su compositor, pero hoy vino a grabar algunas pistas.
—Gracias Hugo. Elisa, espera aquí mientras me presento con el cantante.
—Como digas Francisca.
—¡No entres ahora! Si se pone princesa, te juro que me voy.
—No exageres, no por nada me llaman la amansa guapos.
Tal como le vaticinó Hugo, la presencia de la productora en su templo sagrado irritó al cantante.
—¿Cómo te atreves a entrar aquí? No viste acaso la luz roja en la puerta.
—No estoy aquí para oír tus quejas, para eso le pagas a Jorge –dijo en voz muy baja y sumamente dócil–. Vine aquí para presentarme, mi nombre es Francisca Yánez y soy tu nueva productora.
—¡¿Qué eres quién?! –gritó dentro de la cabina, y Hugo estaba casi levantándose de la silla para irse cuando vio la reacción de Francisca y la posterior reacción de Adrián.
—Tu productora –dijo en un tono muy bajo–. Debes entender, no vengo a perjudicarte, pero necesitas de más personas que te financien, si no tienes un productor ahora, no podrás seguir grabando, ¿comprendes leoncito?
—Puedo cambiar a cualquier otra disquera, mi contrato está por vencerse, y da igual donde grabe, yo soy la estrella –dijo en un tono más calmado que hizo que Hugo regresara a su asiento.
—Ya lo sé, pero hasta las estrellas explotan y se convierten en Nova, creo que es así, y ya no brillan más, ¿comprendes leoncito?
—Puedes dejar de llamarme leoncito –dijo molesto, pero en tono suave.
—Si dejas de rugir mientras hablamos, te prometo llamarte por tu nombre.
Él la miraba con rabia, sin embargo se sentía desarmado, aquella mujer estaba dominando la situación sin haber sacado ningún instrumento de guerra.
—¿Te explicaron por qué no quiero un productor?
—Algo sobre una traición amorosa de un amigo, pero aquí eso no importa, estos son negocios Adrián, los sentimientos los dejamos fuera del estudio, y aquí venimos a trabajar en lo que nos toca. Yo no te voy a molestar, para eso está Jorge ¿Crees que podamos hacerlo? –preguntó con voz firme extendiendo su mano.