Trataré de olvidarte

La incógnita

Al día siguiente, Elisa estaba sumamente nerviosa, no lograba comprender que podría haberle dicho al cantante para que entrara en shock. No era algo nuevo que una mujer abortara, muchas lo hacían, la única diferencia era que ella no lo buscó, y mucho menos que ella quedara impedida a tener hijos por el resto de su vida. Era la primera vez que le contaba a un extraño lo que aquellos gemelos le habían hecho, nunca se lo había contado a nadie, pero sintió, por algún motivo, que Iván era un hombre al que ella le podía contar cualquier cosa. Se sentía muy cómoda con él, y le gustaba su forma de ser.

Con su acostumbrado ímpetu, logró averiguar donde vivía el cantante, y fue hasta allá para saber de él, pues nadie le daba información de cómo se encontraba. Al principio le pareció bastante raro que viviera en la misma casa del desabrido cantante Adrián, pero eso no le importó, una cachetada más u otra menos, no cambiaría su relación con ese cantante de canciones de cuna, como ella le decía. Averiguo la dirección, y tomó un taxi que la llevara hasta allí. La mansión era hermosa y muy suntuosa, y lo que no se esperaba es que le negaran la entrada. Sin vergüenza en su cuerpo, tomó su teléfono y llamó a Jorge para explicarle dónde estaba y que quería ver a Iván, aunque tuviera que subir la cerca y ser correteada por quién fuera. El representante lo pensó por un momento y le dijo a Elisa que esperara un momento, que ya una persona iría a buscarla.

No fue mucho el tiempo que estuvo fuera de la mansión, pero para ella era como que cada minuto fuese una hora, y al llegar un hombre trajeado, lo regaño por tardar tanto tiempo. El hombre la llevó hasta dentro de la mansión, donde Jorge la estaba esperando.

—¿Cómo estás Elisa? Te deje entrar para que nos ayudes a entender que fue lo que pasó ayer.

—¡Claro! Y tú dijiste que yo te iba a contar la historia de mi vida. Pues no. Confieso que no sé por qué se lo conté, él me hace sentir tan cómoda y segura cuando está a mi lado, y realmente no creo haber dicho nada que lo pusiera en ese estado, por eso vine, quisiera preguntarle qué pasó.

—Yo no creo que eso sea conveniente, Elisa. Tú no lo conoces bien, y si no me dices que fue lo que le dijiste, no me ayudaras a que salga de esa situación. Los médicos lo tienen muy sedado, y aun así casi no duerme.

—Con más razón debo hablar con él, es conmigo que necesita hablar, es a mí a la que debe reclamar lo que sea que hice. Dime dónde está o te juro que hago una maratón por todas las habitaciones.

—Tranquila –dijo mostrando sus manos–. Tienes algo de razón en lo que dices. Sígueme, te llevaré a dónde está descansando.

—Gracias.

La chica siguió a Jorge escaleras arriba, hasta llegar a una puerta hermosamente decorada. Antes de entrar, el representante giró su cuerpo y le dijo:

—No puedo dejarte sola con él, no creo que le hagas nada, pero al menos de su boca obtendré pistas para hablar con los médicos.

—De acuerdo, no tengo nada que decir que él no haya escuchado antes, y no tengo que repetirlo delante de ti, ¿entendido?

—Está bien, entremos.

La habitación no era tan suntuosa como Elisa se la imaginaba, de hecho era una habitación algo desordenada, llena de pequeños papeles que tenían garrapateadas las letras de algunas canciones. Algunas estaban completamente lisas, como si se hubieran caído del secreter, y otras arrugadas en forma de pelota. Al fondo vio un cuerpo recostado de una cama. Su mirada veía al vacío y repetí algo que Elisa no lograba comprender. Se notaba que estaba fuertemente drogado, pero él se negaba a dormir bajo su efecto. Ella acercó una pequeña silla estilo Luis XV y antes de sentarse, le tomó la mano y se presentó.

—Hola Iván. Me dejaste muy preocupada ayer. ¿Te puedo ayudar en algo? De verdad no sé qué pude haber dicho para que estés así.

El giró su cara para verla a los ojos. Los ojos de Iván estaban enrojecidos y con poco brillo por los sedantes. Al reconocerla le preguntó:

—¿Por qué me lo contaste?

—No lo sé, nunca se lo conté a nadie, y me sentí cómoda haciéndolo.

—Mentirosa. Lo hiciste porque sabes lo de Katrina, ¿verdad? No te atrevas a mentirme. Querías herirme por lo que te dije.

Ella miró a Jorge desconcertada, no entendía nada de lo que él le estaba diciendo, pero igual continuó hablando.

—No conozco a nadie llamada Katrina. Quizás no me conoces muy bien, a nadie le interesó lo que me pasó a mí, que me puede interesar a mí la vida de los demás, aunque la tengan hecha un yogurt. Pero no sé, contigo me siento diferente, me siento conectada, cómo si te hubiera conocido de siempre. Quiero que confíes en mí y me digas que tiene que ver esa tal Katrina conmigo.

Iván trató de sonreír, y por razones que no entendía sintió sinceridad en sus palabras, y que podía hablar con ella abiertamente, sin juzgarlo. El cantante giró su cara para ver al techo, y ella le apretó un poco la mano para darle algo de valor.

—Yo la amaba muchísimo, no sabes cuento, era mi sol, mi luna, mi mundo, todo. Yo era un hombre maltratado por mi madre, hasta que me llevó a un centro de salud mental…

—Iván –interrumpió Jorge–, por favor, no sigas con eso. Es tu imaginación.

—Calla Jorge, ella es de confianza, no sé decirte por qué. Este hombre que está detrás de ti me sacó de aquél sitio y me dio trabajo, pero seguía siendo un hombre perturbado…

—Iván, por favor, no –interrumpió de nuevo Jorge.

—Allí conocí a Katrina. Me enamoré enseguida de ella. Ella sabía quién era, de donde venía, y quién era, y aun así se enamoró de mí. Fuimos muy felices. Sólo le pedí una cosa: que no tuviéramos hijos. Me daba miedo, yo se lo dije. Por mi sangre corre la sangre de ese monstruo de mi madre, no sabes de lo que fue capaz de hacerme, y no quería hacerle a un hijo mío lo que mi madre me hizo a mí. Katrina no me hizo caso.

—¡Iván, no! –gritó desesperado Jorge.




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