Dos días habían pasado desde que Elisa le había contado aquél episodio de su vida. Ella quiso volver a visitar a Iván, pero Jorge no se lo permitió, él no quería que ella supiera más de lo que ya sabía, y que tanto le había costado mantener oculto. Si la farándula se enteraba de la razón de la huida de Katrina, podría ser el fin de los patrocinios y el final de Adrián, aquél disfraz que Katrina le había elaborado a Iván para ayudarlo con su timidez.
Elisa aún recordaba cómo podía sentir el miedo en la mano de Iván, y lo comprendía perfectamente. Ella era muy perceptiva y había notado algo de la fragilidad del llamado compositor de Adrián. A Elisa le gustaba, se lo había dicho a Francisca, sin embargo acercarse a él, aumentaría probablemente la posibilidad de ver a Adrián, y más alta aún, la certeza de discutir acaloradamente con el patán de Adrián. Sin embargo, a partir de ese momento, cada vez que Iván fuese a trabajar a la disquera lo buscaría, quería entablar una amistad sincera con él, sin saber que se había enamorado de un hombre que apenas conocía.
En la mansión, Iván apenas se despertaba, vio el reloj a su lado y leyó las tres y media de la tarde. Aunque estaba triste, no tenía esa pesadez que siempre sentía al caer en depresión. Tenía algo de hambre, así que llamó a la cocina para que le trajeran algo de comer. El representante no se encontraba en ese momento, no obstante el hombre de seguridad le avisó por teléfono. Una mujer uniformada tocó la puerta, y entró con la comida que el llamado compositor había pedido. Ella lo miró confundida, casi todos los más cercanos a él conocían de sus profundas depresiones, y no era normal, a menos para ella, que se viera como cualquier otro día, sobre todo después de haber sido fuertemente medicado. Él se dio cuenta de la mirada de la camarera y le preguntó:
—¿Pasa algo raro? La veo diferente a otros días.
—No, no me pasa nada.
—Claro que sí, se le nota en su comportamiento.
—Bueno para ser sincera –dijo jugando con sus manos nerviosas–, se ve muy animado para como estaba ayer. Si me permite decirlo, siempre tarda dos o tres días en recuperarse.
—¿Sí? No había llevado la cuenta. Qué raro, ¿verdad?
—Habrá sido la visita de esa chica ayer.
—¿Cuál chica? –preguntó intrigado.
La camarera se la describió, e Iván supo que era Elisa. Poco a poco recordó aquella visita, y sobre lo que habían hablado. Esbozó una sonrisa, le dio las gracias a la camarera y le pidió que se fuera. Comió con apetito, y luego se sentó a componer. Escribió cinco canciones, de las cuales dos él sabía que serían un éxito. Abrió una gaveta que tenía llena de papeles y guardo allí las tres que no le habían gustado. Las tenía allí por si algún día encontraba entre alguna de ellas algo interesante para mejorarla.
Se levantó de la silla del secreter, se desperezó y se fue al baño a darse una ducha. Mientras el agua de la regadera caía sobre su cuerpo, recordaba aquella dulce voz que atravesó la oscuridad para llevarle algo de luz adonde se encontraba. «La chica no es lo que parece, es muy agradable y comprensiva, debería agradecerle» pensaba Iván mientras restregaba el champú en su cabeza. Salió del baño con una bata puesta, y restregándose el pelo con una toalla. Sin siquiera tocar, Jorge entró al cuarto muy preocupado, y vio los ojos de confusión que Iván tenía en su mirada.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué entras como una tromba?
—Me dijeron que te sentías bien, y eso me tiene muy preocupado.
—Espero que te estés escuchando, porque lo que dices no tiene sentido alguno.
—Pero, pero, nunca te recuperas tan rápido.
—Quizás esa chica me ayudó más que esos médicos con sus drogas, que te puedo decir –iba diciendo mientras se acercaba al secreter y tomaba las dos nuevas composiciones.
»Aquí tienes dos nuevas canciones, haz que las revisen a ver si les gustan.
—No entiendo –dijo Jorge estupefacto–, es la primera vez que ocurre algo así desde hace mucho tiempo.
—Eso me recuerda, debo agradecerle a esa chica, voy a mandarle una joya.
—No lo hagas, no se supone que Iván tenga mucho dinero, mándale flores, o una de esas malas composiciones que tienes en la gaveta.
—No, quiero ser espléndido con ella, el apoyo y compresión que me mostró vale más que cualquier cosa en el mundo. No obstante, es cierto, se la mandará Adrián como agradecimiento por ayudar a su compositor.
—Eso es una locura, puede descubrirte. Por favor, ya ayer le dijiste lo que pasó aquella noche, no te arriesgues más, te lo suplico.
—Siento que puedo confiar en ella, así que no te preocupes.
—Todos tenemos un precio, Iván.
—Pues no creo que mi fortuna pueda comprarla.
—Recapacita Iván, te lo ruego.
El cantante tomó el teléfono y llamó a su joyería favorita. Le pidió lo que quería mandarle, una hermosa cadena de oro de 18 quilates, con un dije en forma de gota de agua. Le hizo añadir un mensaje en una tarjeta que decía «Gracias por ayudar a mi compositor favorito, Adrián.» Como no sabía a donde enviarlo, le pidió que lo llevara a la disquera. Jorge estaba furioso, y por muchas explicaciones que daba, no lograba decir algo con sentido para el cantante.
Esa semana, Iván había terminado de grabar las pistas musicales, únicamente quedaba grabar la voz del cantante, así que sólo Adrián iría el resto de la semana. Se disfrazó como Katrina le había enseñado y fue a la disquera a la hora que tenía fijada. Eso era lo único que le gustaba a Hugo de él, su puntualidad. Nada más entrar a la disquera, allí en el pasillo, cerca de la puerta de Hugo, Elisa lo estaba esperando. Tenía puesto la cadena con el dije, en un hermoso escote, que no tenía mucho que mostrar. La cara de la mujer no era la que el cantante esperaba, y cuando se acercó a ella, logró agarrarle la mano antes de que le diera una cachetada.
—¡¿Se puede saber qué te pasa?! Ni siquiera he abierto la boca.