Sentado delante de una mesa estaba Iván, torpemente quiso pedirle matrimonio a la mujer que amaba, sin darse cuenta que ella apenas había conocido una parte mala de su vida. Se sentía egoísta, las palabras de Elisa le habían calado hondo, ella decía la verdad, un matrimonio va más allá de un simple papel. «Sé que ella no puede concebir después de lo que le pasó, y quizás en un principio me atrajo la idea de estar con ella, no había riesgo de perpetuar un ser maligno como lo había sido mi madre. Pero ahora sé que la amo, y si ella tuviese al menos un óvulo, con gusto alquilaría un vientre para concebir un hijo nuestro. Si ella me preguntase ¿No te da miedo ser padre? Sin duda le contestaría que me aterraría la idea, incluso mucho más que la mayoría de los hombres, ellos no tuvieron por madre el monstruo que me tocó en la vida. También le diría, que de la misma manera como salí de la oscuridad en donde mi madre me sepultó, puedo mantenerme en esa misma luz en la que ella me mantiene para amar al fruto de nuestro amor.
»Sin embargo, ya no es así. Esos desgraciados le quitaron lo más preciado para una mujer, le quitaron su derecho a ser madre, y no hay vuelta atrás. ¿Y si le dijera que sí, que sí quiero hijos con ella? De seguro no me creería. Esto debíamos haberlo hablarlo antes de la estupidez que hice hoy. Pensé con la cabeza equivocada, era su derecho conocer cómo sería su vida conmigo si yo le decía que no quería hijos. No me queda más que esperar, y que me permita darle la respuesta que no me dejó pronunciarle».
* * *
La vieja banda llevaba varios días practicando el repertorio. El tecladista era un poco amargado, pero hacía bien su trabajo. El de la batería era muy extrovertido y siempre mantenía de buen humor a todos. El cantante que ellos usaban era muy bueno, no tenía un registro de voz como el de Iván, más sin embargo, era ideal para las canciones que Ignacio había seleccionado. La única queja que tenía Ignacio era el repertorio para los otros dos locales. No quería que fuese el mismo, y Luis le insistía que ya ensayar las canciones de Adrián que jamás habían tocado, de por sí, ya les quitaba mucho tiempo. Iván pensó un momento, y les propuso una solución intermedia. Debían eliminar o aumentar las canciones que Héctor, el nuevo cantante, ya conocía a lo largo de su trabajo en la banda, según como reaccionara el público en el local donde se presentaran.
—La verdad que Iván tiene razón –habló Héctor–, de pronto al público no le gusta el imitador de Adrián.
—¿Por qué lo dices? –preguntó Luis.
—No te ofendas Iván, pero tu voz no es tan buena como la de Adrián, puede que a la gente no le guste.
Las carcajadas de Ignacio no se hicieron esperar, y Luis intentaba contradecirlo, pero el estruendo de la risa de Ignacio no permitía que nadie lo oyera. Iván le puso una mano en el hombro a Luis, dándole a entender que no dijera nada.
—Es cierto –le respondió Iván–, por eso soy imitador y no el original. ¿Te imaginas a Adrián en esos locales que se hacen llamar de lujo? Con el ego tan grande que tiene, no entraría nadie en el local.
De nuevo las carcajadas de Ignacio llenaron el lugar, y Héctor lo miraba sin entender de qué se reía.
—Yo también quiero cantar una canción de Adrián –exigió Héctor.
—Mira, eso no va a poder ser. Si yo hago el arreglo de una canción de Adrián para tu registro vocal, y antes o después canta Iván, te la vas a ver mal, y eso no nos conviene a la larga. Luego nadie nos contrataría.
—Insinúas que no puedo cantar una canción de mi ídolo, porque te diré que no hay una que no me sepa.
—No, tarado, el problema es que la banda tiene dos cantantes separados, y la gente compara, y no vas a quedar bien parado.
—Pues se buscan a otro cantante para sus tocadas –dijo enfurecido.
—Pues coge pista galán, que con Iván nos va ir mejor –le respondió Luis de forma desagradable.
—No se amotinen de esa manera –intervino Iván–, voy a buscar una canción de Adrián que Ignacio prepare para que la cantemos a dúo, te garantizo que te van a adorar.
—¿Estás loco? Yo nunca he hecho algo así –se quejó Ignacio.
—Tranquilo, yo me encargo, reviso el registro vocal de Héctor y te digo donde vas a hacer los arreglos.
—Ahora resulta que eres compositor, cantante, y que sé yo que más.
—¡Para que te cagues princesa, él es el compositor de Adrián! –le gritó Luis.
Iván e Ignacio se pusieron pálidos con esa aseveración, y Héctor no dejaba de ver sorprendido a su colega. Luis se dio cuente de su error y trató de corregirlo.
—Bueno, dos de sus composiciones le gustaron a Adrián, tú sabes que esos cantantes buscan canciones donde sea.
—Sí, eso es –intervino Iván–, tuve suerte, dos de mis composiciones le gustaron, claro, le cambió muchas cosas para adaptarlas a su estilo.
—Así es, –reafirmó Ignacio–, y tú sabes que yo no juego con esas cosas.
—Me dejas revisar tu registro vocal.
—Si no hay de otra.
Iván lo hizo cantar escalas y arpegios para ver su espectro, y en su mente se forjaron los cambios para una de sus canciones. Siguieron ensayando hasta llegar la noche y se fueron a descansar. Al llegar al hotel, llamó a Ignacio y le explicó lo que iba a hacer y que trataría de tenerlo listo para que a la mañana siguiente pudiera terminar de incorporar a Héctor a la canción.
* * *
Llegó la primera noche de presentación en el uno de los mejores antros de lujo de la ciudad. Jorge ya había preparado todo para la venta de licores y controlar el movimiento de dinero durante la noche. El local estaba a reventar, el representante había invitado a un buen número de las personas más importantes de la ciudad, ofreciéndoles el mejor espectáculo. La banda inició con Héctor, con una de las mejores canciones que sabía cantar a la perfección, y luego cantó dos más. Las personas estaban disfrutando de la buena música, los más jóvenes bailando en la pista, y la comida y el licor lloviendo en todas las mesas.