Me quito el vestido. Sin ayuda resulta más difícil de lo que pensé. Andriy me ayudó a abrochármelo. Me pongo mis pantalones deportivos favoritos y un top ajustado. Me desarmo el peinado con las manos, masajeando las raíces del cabello, y saco la maleta.
Casi salto del susto cuando se abre la puerta y entra mi compañero de cama. Recorre con la mirada todo: a mí, la maleta, el vestido colgado cuidadosamente en el armario abierto. Lo capta todo… y entiende perfectamente.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta con un leve tono de molestia.
—Empacando mis cosas —respondo con una falsa ligereza.
—¡Eso ya lo veo! —cierra la puerta detrás de él y se cruza de brazos.
No digo nada. ¿Qué debería decir? ¿Que pensé que me había convertido casi en su novia? ¿Que creí que se había olvidado de la mujer con la que estuvo años? Me da vergüenza admitirlo siquiera.
—Recorrí todos los pasillos buscándote. Y tú aquí —guarda silencio un momento y luego lanza con sarcasmo—: “simplemente empacando tus cosas”.
Lo miro desde abajo, en silencio, con un trapo en las manos.
—¿Pensabas despedirte al menos? ¿Dejarme una nota?
Empieza a regañarme.
—¿O quizá anotar tu número en algún lado? ¿Cómo se supone que voy a encontrarte después? —inhala y exhala hondo, cierra los ojos.
Y a mí me revienta que encima se atreva a enfadarse conmigo.
—¿Y para qué quieres mi número? ¡Te vi abrazando y besando a tu ex! —le grito.
Andriy abre los ojos de golpe… y se echa a reír.
—¿Dije algo gracioso? —le lanzo la sudadera que tenía en las manos.
Me agarra por las muñecas. Me resisto. No quiero que me toque. Nos besamos de verdad… y media hora después él se besaba con su ex. Me repugna estar con él ahora.
Se me vienen encima recuerdos del año pasado, cuando pasé sola la Nochevieja… cuando una vez más no fui la elegida. Empiezo a suplicarle que me suelte. Pero Andriy me tira a la cama, se sienta encima mío, mis brazos atrapados entre nuestros cuerpos. Se inclina sobre mi rostro.
—¡No la besé! ¿Me oyes? —giro la cara.
Una lágrima solitaria me cae por la mejilla.
—¡No! ¡La! ¡Besé! —dice con rabia, marcando cada palabra.
Me trago el dolor en silencio.
—Ella se me colgó encima mientras yo salía a buscarte. Me hablaba de lo bien que estábamos antes. Quería besarme. Pero le aparté las manos y le dije que tengo a una persona increíble a mi lado. A la que no voy a traicionar. Ni emocionalmente ni físicamente.
No quiero parecer débil… pero me duele tanto. No puedo creer lo que estoy escuchando. Apenas lo conozco hace tres días. Con ella estuvo años. Giro el rostro, cierro los ojos, me encierro en mí misma.
—¿Me oyes? —me toma el rostro con ambas manos.
—Sé lo que es sentirse destruido por dentro. Sé lo que es que pisoteen tus sentimientos.
Se inclina y me besa suavemente. Recoge con los labios la humedad de mi cara. Limpia con los dedos el rímel corrido.
—Yo mismo estoy sorprendido. Apenas nos conocemos… y ya quiero protegerte de todo, envolverte con mi calor.
Siento su mirada recorriéndome. Igual que aquel día en el tren.
—No me dejes solo aquí. O déjame ir contigo.
Abro los ojos y lo miro largamente. Él roza mi nariz con la suya. Lo rodeo con los brazos y le devuelvo el beso.
Creo que ahora sí… nos convertimos en una pareja de verdad. Porque esta fue nuestra primera pelea.
—¿Tienes pasaporte?
Asiento.
—¿Lo trajiste contigo?
—No. Está en casa.
Mira el reloj en su muñeca. Se levanta de golpe.
—¡Vístete! Vamos por tu pasaporte. ¡Nos vamos de vacaciones! ¡Vamos, vamos! ¡No tenemos mucho tiempo!
Lanza su ropa dentro de su bolso. Agarra la mía. Empaca todo de forma torpe.
—¿Quieres cambiar algo en tu vida?
Asiento de nuevo.
—Entonces levántate. Vamos a cambiar nuestro destino. Juntos.
Los invitados ya empezaban a retirarse a sus habitaciones. Nosotros los encontramos en el vestíbulo. Nos miraron… a nosotros, nuestras maletas.
—¿Se van a algún lado?
—Sí. A donde haya palmeras y océano —respondí.
La novia y su dama de honor torcieron la cara con desagrado. Andriy me abrazó y dijo a sus amigos:
—Pregunten a Mila por qué terminamos.
Chocó los puños con los chicos, se dio la vuelta y me llevó con él.
Al pasar, escuché de reojo a la novia hablando con su mejor amiga. Pero ya no me importa lo que vaya a contar. Yo camino feliz hacia mi futuro.
En la estación, compramos los primeros boletos que había hasta nuestra ciudad. Plazacama, claro. Dos literas laterales. Pero nos da igual.
Al subir al tren y acomodarnos, armamos la mesa, me hago un hueco para descansar, nos sentamos juntos, muy pegados. Andriy me besa a escondidas, cuando nadie mira. Yo le muerdo juguetonamente el cuello. Es medianoche, casi todos duermen, algunos están con el móvil. Nadie nos presta atención.
Sus manos se enredan en mi cabello, su boca busca la mía. Su lengua llama a la mía al campo de batalla. Me estremezco de placer. Su sabor, su cercanía, sus caricias… todo me llena de escalofríos. A pesar de que sigue siendo, en esencia, un casi desconocido.
Después de un rato abrazados, nos dormimos.
Por la mañana, cuando el tren llega, somos de los primeros en bajar. Vamos directo a los taxis.
Le doy mi dirección y volamos hacia mi casa.
Un típico edificio de apartamentos. Subimos al segundo piso, doblamos hacia mi departamento… y ahí nos espera una sorpresa.
Ya se imaginan cuál.
Sí, mi ex. Reposando contra la pared, justo al lado de mi puerta. Nos mira algo confundido: nuestras manos entrelazadas, la maleta en manos de Andriy.
Me quedo paralizada.
—Ksyusha, mi sol. Te extrañé —dice, levantando el ramo de flores que pensaba regalarme.
Tres claveles… Rojos.
No tengo nada en contra de los blancos o rosados, ¡por si acaso!
Lo miro con lástima. Pensé que dolería. Pero no. Ya no.