Nadie dijo nada al momento, sino que todos dirigieron su mirada a Dylan, quién, a pesar de estar casi estupefacto, supo mantener firme su semblante.
Era obvio que Ben estaba jugando con su mente. Estaba intentando atacar desde todos los flancos posibles, y no quería brindarle la oportunidad a Dylan de defenderse. Lo estaba observando. Sabía que el muchacho, junto con los Pasajeros, llegarían a la Fortaleza. Sabía que Scott resultaría herido. Sabía que si comenzaba a atacar desde todos los frentes posibles, alteraría la tranquilidad del chico.
No podía permitirle eso. Tenían que actuar. Y debían hacerlo ya.
—¿Dylan?
Era Selina. La chica ya estaba casi a su lado y lo miraba fijamente a los ojos.
Ella había sido su apoyo, su soporte desde hacía mucho, y aunque él era el líder, ella tenía la experiencia, los conocimientos e incluso el carácter. Sin ella, Dylan no sería capaz de mantenerse firme ante la situación.
—Tenemos que actuar rápido.
—¿Actuar rápido? —saltó James—. ¿Qué…?
—Síganme.
El muchacho salió de la enfermería sin responder las preguntas que James, Cooper y Miranda comenzaron a hacer. Scott, a regañadientes, tuvo que quedarse en la cama bajo los cuidados de un par de doctores.
Dylan se dirigió rápidamente hacía una rampa que subía varios pisos del cuartel principal de la Fortaleza. En cuanto llegó al segundo piso, saludó a un par de soldados y entró a la primer oficina que hubo en frente. Era una habitación de gran tamaño, con varios escritorios, algunos archiveros y un par de mapas en las paredes. En cuanto los Pasajeros hubieron entrado, seguidos por dos de los soldados, Selina cerró la puerta.
—¿Qué demonios está ocurriendo?
—Ben quiere que le entregue la Isla de un modo pacífico —indicó Dylan, colocando ambas manos sobre el primer escritorio y respirando con rapidez—. Es una especie de indirecta a que, de lo contrario, me declararía la guerra.
—¿Eso es malo? —preguntó Cooper.
¿Malo? Era la peor noticia que podrían escuchar.
—Ya viste cómo un raptor casi mata a Scott —indicó James—, y… lo que escribió en la pared.
—Me recuerda a Harry Potter —musitó Max.
—La diferencia es que no se trata de un colegio —dijo Selina—, ni de una serpiente gigante. Esto es algo mucho más grande.
—Ben querrá desestabilizar el equilibrio interno de la Isla, para así poder crear un caos en las dimensiones —corroboró Dylan.
—¿Por qué demonios querría Ben hacer eso? —soltó Dianne.
—¿Venganza, quizá? —preguntó Han.
—Aquí la idea es que debemos actuar ya —exclamó Dylan.
—Parece que nos ocultas algo, viejo —la voz de Cooper sonó demasiado seria, tanto que incluso James volteó a verlo como si no lo conociera—. ¿Por qué no lo dices ya? Parece algo personal entre tú y el anciano.
La situación se había tensado. Dylan miró fijamente a los Pasajeros y luego al par de soldados. Recordaba sus nombres. Ashton y Stan. Ambos estaban dispuesto a seguirlo, casi casi, hasta el fin del mundo. Sin embargo, aquella no era la cuestión. Parecía que todos los presentes querían saber qué se traía el chico entre manos, y qué tenía que ver con un anciano que haría lo que fuera por tener el control de la Isla.
—Diles —sugirió Selina—. A ti no te gustaba que Owen guardara secretos. Ahora estás en sus zapatos.
Tenía razón.
El chico suspiró y miró nuevamente a todos. Merecían una explicación. Uno de sus amigos estaba dos pisos abajo, en una cama de la enfermería. Quizás ya no sufría tanto, pero al menos les debía aquello. Una explicación.
—Hace algún tiempo, después de haber solucionado el caos que un hombre llamado Bill causó en el Triángulo, tomé las riendas de la Isla. Al principio, mucho antes de entenderlo, quizás era el último trabajo que pensaba tener. ¿Qué clase de trabajo era estar en una Isla que no existe, manteniendo su equilibrio para mantener las dimensiones adjuntas, conociendo cada criatura y cada habitante de la misma?
»En fin… heme aquí. Había aún muchas cosas que arreglar internamente. El Triángulo estaba a salvo. La dimensiones igual. Pero yo no estaba tranquilo. Sabía que fuera de la Isla había gente que conocía de ella, y muchos de ellos tendrían malas intenciones.
—¿Malas intenciones? —preguntó Dianne.
—Imagina qué tipo de personas querrían hacerse con el poder de un lugar increíble, con naturaleza propia, leyes propias, reglas propias. La Isla no estaba lista para ello, ni yo. Muy en el interior, sabía que si llegaba alguien con pensamientos así, no se podría hacer un frente posible de detenerlo. El Triángulo estaba estable, pero la Isla aún no. Eso pasó hace unos años.