Travesía [pasajeros #2]

Capítulo 8

Owen volvió a morder la dona de chocolate que tenía en manos y asintió lentamente con la cabeza. Estaba deliciosa. ¿Cuánto tiempo tenía que no disfrutaba de una así? Durante su tiempo de estancia en Egipto, no podía darse un lujo como ese, su atención estaba en otro tipo de cosas. Sin embargo, sentado en una habitación espaciosa, solo, esperando a que el inútil de Jhonson regresara con los datos del caso que se estaba dando a conocer en toda la fiscalía, sin saber qué era lo que estaba a punto de suceder, comer una dona de chocolate era un glorioso manjar a esas alturas.

La puerta se abrió de golpe. 

Jhonson, un poco atareado, entró apresurado y dejó otro folder lleno de papeles. 

—¿Ya tienen cubierto el caso de Leslie? —preguntó Owen, sin tomarle mucha importancia a las hojas.

—La situación sólo está empeorando —terció Jhonson, jalando una silla y sentándose frente a Owen, intentando ignorar el hecho de que le prestaba más atención a su dona que a él.

—¿Ahora qué pasó? —la atención de Owen seguía en la rosquilla.

—¿Recuerdas lo que sucedió con Leslie Troshnor? —soltó el hombre—. Los periodistas quieren adelantarse. Todo el mundo quiere saber qué sucedió, por qué la Pirámide de Keops está cerrada al público…

—Tenemos la ventaja —Owen miró por primera vez a su compañero— de que esta Leslie no pertenece a esta dimensión.

—No logro entender bien todo eso. ¿Universos, líneas dimensionales? ¿Qué diantres hay detrás de todo eso?

—Imagina esta dona, o lo que queda de ella, en esta mesa. —Conforme las palabras fluían de su boca, Owen fue repitiendo los actos; colocó lo que quedaba de su rosquilla a un lado del folder que Johnson había dejado—. ¿Bien? Prosigamos. Ahora, imaginemos que detrás de mí hay otra mesa con otra dona. ¿Sí? ¿Correcto? Ahora… si tomo esta —Owen volvió a tomar su dona—, y la muevo a la otra mesa, ahora habrá dos donas de chocolate ahí. Entonces esta dona muere —la desapareció con un par de mordidas—, y la otra dona, de aquella segunda mesa, sigue existiendo.

—Tus ejemplos son tan inútiles.

—Tú eres el que quería entenderlo.

—¡A lo que me refiero es que no estamos llegando a ningún lugar! —bramó Johnson.

Habían pasado ya tres días desde que tuvieron aquella platica, encerrados en una oficina del aeropuerto. Ahora estaban en una fiscalía. ¿Fiscalía? ¿Por qué Owen le decía siempre así? No, no estaban en una. Se encontraban en un cuarto de interrogatorios, dentro de la MI6. Ambos tenían la autorización de entrar y salir, poseer información y hacer las preguntas necesarias. Desde entonces, Johnson no había parado. Iba de un lugar a otro, preguntando, cuestionando, juntando la información necesaria para poder resolver aquella anomalía. Owen, en cambio, sólo se sentaba y descansaba. ¿Por qué lo hacía?

—El cuerpo de Leslie llegará hoy por la tarde —indicó el agente—. Podremos estudiar a profundidad las heridas, y…

—De eso no hace falta —le atajó Owen—. Ese tipo de heridas son causadas por una entidad de la Isla. 

—Creemos que tu amigo Ben dejó una sorpresa aquí.

—Supongo que es una especie de seguro —Owen se levantó de la mesa y comenzó a dar vueltas alrededor del escritorio—. Si no consigue lo que necesita en la Isla, querrá tener algo que pueda apoyarlo desde aquí.

La verdadera pregunta era esa misma. ¿Cuál era el plan de Ben en la Isla? Según lo que leía en los informes que Johnson le llevaba cada media hora, los datos señalaban que un crucero, tres días antes, conocido como el American Sea había desaparecido de la faz de la Tierra sin tripulación, sin coordenadas de viaje, sin permiso por parte de la línea de cruceros, y lo más importante, bajo circunstancias misteriosas.

Si los Pasajeros habían logrado entrar a la Isla al mismo tiempo que Ben, entonces la situación, tanto dentro como fuera del Triángulo era demasiado riesgosa. ¿Por qué no había pensado en ello antes?

Rápidamente, Owen regresó al escritorio y tomó el folder que su compañero había dejado unos minutos antes. Al abrirlo, su cuerpo se paralizó nuevamente. 

Se trataba de un hombre llamado Francisco, proveniente de México. Su cuerpo, mutilado como el de Leslie, estaba sobre unas escaleras que daban camino a una enorme plaza. Sin duda alguna, España. La pregunta era… ¿por qué? La ropa de Francisco estaba hecha pedazos, y parte de la piel de su cuerpo estaba despegada del hueso. Se podía ver con claridad el músculo, las venas y, sin falta, la sangre. 

—¿Qué piensas? —le preguntó Johnson.

—La similitud entre este hombre y Leslie es el mismo. Ataque frontal, heridas profundas y muy graves —murmuró Owen, tomando las fotos y viendo una tras otra—. Antes de dejar la Isla, había una mujer llamada Pandora.




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