Nadie respondió ante el comentario de Dylan. ¿Había sido sarcasmo o simplemente decía la verdad acerca del misterio lugar al que estaban a punto de entrar?
El muchacho se dio la vuelta y comenzó a caminar por las arenas blancas que daban comienzo. James fue el segundo en seguirlo, después Miranda, y por último, Max.
Desde que habían mencionado el nombre de aquél lugar, James comenzó a imaginar múltiples escenarios para darle un sentido. ¿Un desierto sin gravedad? ¿Acaso comenzarían a flotar en cuanto pusieran un pie dentro de él? La Isla era extraña en muchos sentidos, en muchos aspectos, sin embargo, si Dylan decía ya haber pasado por ahí, entonces no había volado por los cielos hasta desaparecer. ¿Por qué razón tenía ese nombre?
Parecía que la Isla misma escuchaba sus pensamientos, ya que, en cuanto su mente comenzó a trabajar en ello, pudo ver la respuesta al instante.
Dylan estaba unos pasos frente a él, y en cuanto levantaba un pie para seguir avanzando, las arenas blancas perdían todo peso posible y comenzaban a flotar en el aire, sin velocidad, sin vida. No tenían gravedad.
Instantáneamente, como si tratara de entender lo sucedido, James miró hacía sus pies. Pasaba lo mismo. En cuanto levantaba uno, los granos de arena de alzaban junto con éste, y permanecían en el aire durante unos segundos.
—¡Esto es increíble! —farfulló Max, asombrado.
—Todo objeto que sea tan ligero como una pluma, perderá el control sobre su propio eje y comenzará a flotar —explicó Dylan mientras caminaban con lentitud—. No es peligroso. Sin embargo, hay zonas en el desierto, por allá —señaló hacía el sur—, o por allá —señaló al norte—, donde la gravedad es casi nula. Puedes comenzar a flotar por centímetros si no cuidas bien tus pasos.
—¿Por qué hay un lugar así en la Isla? —preguntó James—. Algo tan sin sentido como esto debería tener por lo menos una explicación.
Dylan se detuvo y esperó a que los Pasajeros se reunieran.
—¿Ves al fondo? —señaló hacía el oeste.
A un par de kilómetros de distancia, podía verse entre las blancas arenas un muro de color blanco. A pesar de estar lejos, se apreciaba un poco su longitud hacía ambos extremos del desierto. Una muralla.
—¿Qué es? —preguntó Miranda.
—Un muro que rodea el centro de la Isla.
—¿Estamos en el centro de la Isla? —inquirió Max.
—Aún no —respondió Dylan—. Sin embargo, no cualquiera podría llegar al Árbol Milenial. Necesita protección.
—¿Un Árbol mágico y extraordinario, que controla toda la existencia y de dónde nace la vida misma necesita protección? —exclamó Miranda.
Dylan frunció su ceño, para inmediatamente cambiar su rostro a una faceta de terror mismo. Algo estaba saliendo mal.
—¿Qué? —preguntó la chica.
—Dylan dijo que las criaturas que vivían debajo tienen un oído muy ágil —murmuró Max, mirando al suelo.
—¡Ay, por favor! —farfulló Miranda—. Sólo hice un comentario en voz alta.
—No sé si alguna vez hayan despertado a una pantera hambrienta y muy gruñona —Dylan, con cuidado, comenzó a caminar hacia atrás, haciendo ademanes a que los demás siguieran sus pasos.
Estaban en peligro.
—¿Tú sí? —Max estaba totalmente aterrado.
—No es algo muy agradable.
De pronto, el suelo se agitó.
Como si un pie gigante hubiera pisado el lugar donde el grupo se encontraba, millones de granos de arena comenzaron a flotar por los aires. Algo se había sacudido por debajo de ellos.
—¿Por qué nos pasa esto siempre? —se quejó Max, comenzando a seguir los pasos de Dylan, al igual que James y Miranda—. ¿Por qué? Nos dicen que no hagamos algo porque puede pasar esto, y miren, terminamos haciendo ese algo, y lo malo comienza a suceder.
El suelo se volvió a agitar, sólo que de un modo más violento y con un estruendo.
—Vámonos —susurró Dylan.
—Es una excelente idea —respondió Miranda.
Conforme fueron avanzando, los estruendos por debajo de las arenas siguieron escuchándose. Dylan mantenía la postura y la calma, indicando al resto de los Pasajeros que todo estaba bien.
En ese instante, un cuerpo en extremo largo apareció bajo las arenas, como si se tratara de una ballena, moviendo todo a su alrededor.
—¿Alguien más vio… esa cosa? —Max estaba paralizado.
—¡VÁMONOS! —bramó Dylan antes de comenzar a correr.
En ese preciso momento, como si se trata de simples aguas del mar, una bestia de metal emergió del suelo. Esa parte del desierto explotó en dos segundos, movilizando la arena hacia toda dirección posible.
—¿Qué demonios es eso? —gritó James antes de comenzar a correr.