Travesía [pasajeros #2]

Capítulo 14

El Árbol Milenial resultó ser mucho más de lo que cualquiera de los Pasajeros había esperando. Dylan, después de haber sobrevivido a la colosal carrera a través del desierto sin gravedad, los guió a través de unos conductos debajo del mismo hasta que cruzaron el muro que habían visto unas horas atrás. Dicho muro rodeaba un cráter de inmensas proporciones, y su profundidad parecía sobrepasar los mil metros. Sin embargo, en cuanto llegaron al final del conducto, ni James ni Miranda dijeron algo con respecto a la vista que tenían. Max, aún con sus ocurrencias, no logró formular palabra para describir la emoción que sintió al ver el Árbol más antiguo de la existencia.

—Ya pueden respirar —les sonrió Dylan, saliendo del conducto e iniciando el descenso por medio de las faldas del cráter.

Las faldas del cráter descendían hasta formar un inmenso valle, con pastos de color gris, un bosque frondoso de color negro y un árbol sobresaliendo entre todos los demás. Sus raíces, extendiéndose por los suelos, salían del bosque, y recorrían el valle hasta entrar en las faldas del cráter para así dirigirse hacia los restos de la Isla. Su tronco, más ancho que cualquier otro que se hubiera visto antes, tenía tantas deformaciones sobre su contorno que parecía crear un camino, o una escalera, para todo aquél que quisiera subir. Finalmente, la copa en sus alturas. Lo que llamó la atención de los Pasajeros era el color de las hojas. Hojas de color morado brillante que irradiaban vida.

El Árbol Milenial.

—Parece que me drogaron —murmuró Max.

—El color de sus hojas cambia cada determinado tiempo —les dijo Dylan, un par de metros en el descenso del cráter—; la primera vez que vine, eran de color azul. 

El descenso les llevó casi una hora. El camino era un poco complicado. Ciertas piedras se movían en cuanto alguno de ellos colocara un pie sobre ellas, por lo que tuvieron que sostenerse de algunas raíces para hacer un poco más fáciles las cosas. 

En cuanto llegaron al valle, Dylan sugirió un descanso para poder recuperar las energías. 

—El plan es subir al Árbol, averiguar en qué dimensión está Owen, y después, movernos a través de los portales hasta el submarino para intentar hacer contacto.

—¿Cómo haremos eso? —preguntó Miranda—. Saber en qué dimensión está.

—¿No estaba en la Dimensión Dos? —preguntó James.

—Las dimensiones no tienen número —terció el chico—; para ti puede ser la dos, pero para alguien que vive ahí, es la dimensión uno. Siempre será así.

—Dylan tiene razón —apuntó Max, mirando a sus alrededores—. Es como si nosotros dijéramos que esta Isla es muy extraña, pero alguien que lleva aquí toda su vida podrá decirte que es lo más normal de la vida.

—Así es.

—Vaya —soltó James.

—Andando —dijo Dylan, poniéndose en marcha nuevamente—. Guarden las armas, no queremos espantar a nuestros anfitriones. 

—¿Anfitriones? —preguntó Miranda.

—Hay un gran grupo de… bueno, ya lo verán.

—¿Grupo de…? ¡OH DIOS MÍO! —exclamó Max.

El valle daba inicio gracias a sus pastos grises, sin embargo, unos cien metros en dirección al Árbol comenzaba la verdadera vida. Lo más extraño no era el largo, ni el bosque negro que rodeaba el Árbol Milenial, sino las criaturas que pastaban cerca de allí.  

Dylan no reaccionó como cualquier humano normal lo hubiera hecho, pero eso estaba claro: él conocía la Isla, sus bestias, sus peligros… En cambio, James, Max y Miranda eran nuevos en ese mundo extraño y lleno de enigmas, por lo que estar frente a un inmenso grupo de dinosaurios era lo más extraño que les había pasado en la vida.

—Yo… yo… yo… —tartamudeaba Max.

Como si la escena saliera directamente de una película, el grupo de Pasajeros se encontró frente a un valle repleto de bestias prehistóricas. En el lago, unos cuantos dicraeosaurus bebiendo de sus cristalinas aguas, así como un grupo de estegosaurus recorriendo el lugar. Más adelante, algunos apatosaurus caminaban en conjunto en dirección a algunos árboles cercanos, quizás para alimentarse. 

—Esto es imposible —dijo James.

—Protegen, por así decirlo, el centro de la Isla —dijo Dylan—; del otro lado del bosque hay algunos que comen carne, pero se mantienen en aquellas zonas por seguridad de los herbívoros. 

—¡Tú eres… John Hammond! —terció Max—. Yo soy, bueno, Alan Grant es el más profesional de todos, pero también tengo algo de Ian Malcolm en mí…

—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó James.

—Jurassic Park —murmuró Miranda—, el niño quiere sentirse en una película de ciencia ficción.

—Pues a como están las cosas, no estamos lejos de convertirnos en una —se rió James—. ¡Esto es magnífico! 




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