Travesía [pasajeros #2]

Capítulo 17

Ante la mirada de curiosidad e interés de los Pasajeros, Dylan prosiguió su camino a lo largo de las blancas arenas de la playa. 

—Cuando dices que llamaremos al capitán del Surcouf, ¿estabas hablando de un modo literal, o figurativo? —Max corrió hasta alcanzarlo, y en cuanto lo hizo, disminuyó la velocidad de sus pisadas.

—Hablo de un modo literal —explicó Dylan—. El Surcouf y su capitán están en esta Isla. Aunque… no sé si nuestro amigo esté presente en este momento.

Los Pasajeros seguían a Dylan de cerca. A lo largo de la playa no encontraron a ninguna persona que pudiera calificar bajo las características de “un capitán del siglo XX”. 

—¿Qué estamos buscando, realmente? —preguntó James.

—Se supone que era un submarino de la Segunda Guerra Mundial, ¿no? —preguntó Miranda—. Eso dio a entender Han.

—Así lo era. Bastantes misiones, algunas terminadas en completo fracaso, escapes de último minuto, e incluso cambio de bandos. 

—Suena a una excelente historia —soltó Max—. ¿Qué fue lo que…?

—Su capitán, llamado Thiago, dice que salieron de las Bermudas un día por allá del año mil novecientos cuarenta y dos, sin embargo… nunca llegaron a su destino —dijo Dylan—. Muchos dicen que fue embestido por una nave americana, otros, que fue abandonado a su suerte junto con la tripulación, en medio de una batalla. 

—¿Qué versión crees tú? 

Dylan se detuvo justo ante una columna de palmeras que habían caído mucho tiempo atrás, bloqueando el paso a través de la playa. Sobre sus troncos había crecido bastante musco, e incluso algunas algas ya formaban parte de su estructura. Eso quería decir que tenía años, seguramente, que llevaban en esa posición.

—Thiago dice que en cuanto el Surcouf comenzó su viaje, sintieron un temblor bajo el agua. Golpeteos. Instantes después, el submarino dejó de funcionar, arrastrándolos al inmenso abismo. En cuanto despertó, el submarino estaba atrancado a este lugar. Thiago ha hecho de todo para poder salir de la Isla, sin lograrlo todavía. Se aferra a que el Surcouf y él son uno mismo, y si el submarino no sale, él tampoco.

—¡Qué inspirador! 

—Aquí es el lugar —Dylan se acercó a las palmeras y posó su mano sobre la primera. 

—¿Cómo es Thiago? —preguntó James, colocándose detrás del muchacho, y mirando a sus alrededores.

—Una sabandija suele tener muchos aspectos —respondió el chico—. ¡THIAGO! 

—¡THIAGO! —gritó Max.

—¿Qué haces? —James se giró para verlo mejor.

—¿No estamos en una carrera desesperada, al estilo Carrera de la Muerte, para salvar al mundo y a la Isla misma? —respondió Max— ¡THIAGO! 

Una ramita crujió a espaldas de todos, y en cuanto voltearon, se encontraron con una persona con la piel negra, un atuendo militar de bastantes años atrás con ciertos defectos como la falta de las mangas en la camisa, y el pantalón con bastantes hoyos en él, y un gorro de piloto aviador con los lentes rotos. Thiago tenía una barba bastante notoria, y debido a la complexión de su cuerpo delgado, parecía que no había comido en meses. 

—Ya voy, ya voy —decía mientras se colocaba el gorro de piloto encima de su cabeza—. Siempre buscando a Thiago cuando se necesita un favor, ¿ahora qué rompieron? ¿una linterna? ¿un paraguas? ¿el tonto Sony Eriksson que tenía Libby en la Fortaleza?

Thiago se detuvo en seco en cuanto miró al extraño grupo que lo miraba desde las palmeras. 

—¿Dy… Dy… Dylan?

—Hola, Thiago —le sonrió el muchacho—. Veo que te gusta salir de tu vehículo.

—Escucha, no fue mi culpa lo que pasó, ¿sí? —tartamudeó Thiago—. El puente se cayó solo, yo no tuve nada que ver. 

—¿Puente? —soltó Miranda—, ¿qué puente?

—¿El puente entre los riscos de las montañas? —Dylan frunció el ceño y dio un par de pasos al frente. 

Thiago sonrió amigablemente, y dos segundos después, ya se estaba dando la vuelta para comenzar a correr sobre las arenas blancas de la playa. James fue el primero en reaccionar de todos los presentes; dio un brinco por encima de los troncos de las palmeras, y de un brinco logró derribar a Thiago para así caer encima de un montón de mochilas, algas, e incluso algunos crustáceos. 

—¡Ven acá, asqueroso canalla! —Miranda fue la segunda en llegar a él, y al hacerlo, lo levantó jalándolo del cuello de su camisa—. Asqueroso cobarde. 

—¿Qué es lo que está ocurriendo? —Dylan tomó a Thiago de los hombros y lo colocó frente a él—. No estoy jugando, Thiago.

—¡Eso dices siempre! —farfulló él—. Queriendo encontrar respuestas, y siempre, siempre reitero, termino con una bala en alguna parte de mi cuerpo.




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