Era una de las preguntas más tontas que Owen había escuchado en su vida, sin embargo, tenía todo el sentido del mundo. Era imposible, totalmente imposible, lograr comunicarse con alguien que había nacido en el siglo XX si el emisor del mensaje se encontraba ocho siglos atrás. No existía el modo.
—Te escucho, Owen —lo presionó Johnson—. ¿Cómo?
Owen no respondió al momento. No había modo. Sin embargo, Jeremías estaba ahí, y él podía ser de gran ayuda, y más en un momento así de crítico.
—Necesitamos de tus habilidades —indicó Owen, mirándolo con seriedad.
—¿Mías?
—Ustedes son capaces de moverse entre las dimensiones, entre las líneas de diferentes universos; claro está que puedes saber a ciencia cierta, sin transportarte de un tiempo a otro, en donde está cierta persona.
Jeremías no respondió. Se limitó a mirar a Owen con la misma mirada con la que él lo estaba mirando a él.
Owen conocía las habilidades de un Salvador. Ellos parecían ser uno mismo con la energía de la Isla, y podían moverse de una dimensión a otra sin necesidad de portales. Si alguien en aquella dimensión podía ayudarlos, en ese preciso momento, era Jeremías.
—¿Tienes pensado algo? —preguntó Chase—. Ese hombre no te responde.
—La estoy ubicando —Jeremías había cerrado los ojos. Algunas piedras a su alrededor, así como el agua de un charco que había cerca, comenzaron a moverse como si del Salvador estuviera manando una ráfaga de energía lo suficientemente fuerte como para alterar la tranquilidad del lugar. Al finalizar, Jeremías abrió los ojos—. Aurora viajó al año dos mil diecisiete. España.
—España es muy grande, y trescientos sesenta y cinco días son aún peor —observó Owen—. ¿Tienes la fecha exacta?
—Necesitamos comunicarnos con la señorita Brown antes de que esa loca llegue a tocarle un pelo —indicó Johnson—. ¿Alguna otra brillante idea?
—¿Una llamada telefónica? —se aventuró a decir Chase.
Owen chasqueó los dedos y terminó señalando al novato.
—¿Qué? ¡No! Era una…
—¿Cómo demonios haremos que una llamada salga de aquí? —le espetó Johnson sin siquiera mirar a Chase—. ¡No hay red!
—No la hay, pero podemos usar la energía que se ha estado usando para el control de los portales —indicó Owen, mirando al Salvador.
—No, Owen —lo cortó Jeremías—. Ya mandé a otro grupo de Salvadores para resguardar a la chica. Seguro en estos momentos están intentando ubicarla y llamar su atención mediante susurros. No puedes abusar de la poca energía que queda en esta dimensión. Después de haber cortado la raíz que conecta la dimensión con el Triángulo, sólo es cuestión de tiempo para que la poca energía de luz se agote. Si Aurora sigue abriendo portales, la energía…
—Si no usamos la energía, Aurora terminará matando a todos los Pasajeros, creará un colapso mayor en la línea temporal, y la dimensión se sumirá en un caos de gran magnitud —respondió Owen—. Es tu decisión. A menos que tengas un mejor plan.
Jeremías frunció el ceño.
Era obvio que Owen había dado justo en el clavo. Era trabajo de los Salvadores mantener el orden en todas las dimensiones que rodeaban el Triángulo, por lo que, si alguna de ellas estaba en peligro, ellos harían lo que fuera para mantener el orden y la paz, o al menos eso esperaba Owen.
—Dale tu teléfono —le dijo a Chase.
El novato se quedó pasmado.
—Pero… es nuevo, y…
—Chase, el destino de este universo, tu universo, está en juego. ¿Y te preocupas más por un simple…?
—Dame eso —Johnson le quitó el celular a Chase justo cuando lo sacaba del bolsillo—. ¿Ahora qué? ¿Se lo doy a la marioneta?
—Gracias —Jeremías lo tomó entre sus manos, y puso la palma sobre la pantalla. Segundos después, ésta comenzó a prender.
Ninguno de los presentes supo qué pasó con la línea del celular de Chase, sin embargo, después de unos momentos, Jeremías se llevó el aparato al oído y esperó.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Chase.
—Necesito ubicar la señal de algún teléfono conocido, y cercano. Un tal Scott Walsh.
—¿Bajo la red de quién? —repitió Johnson.
—Un Pasajero —dijo Owen.
—Gracias a Dios, Scott… ¿Por qué no respondías mis mensajes? —la voz de una mujer sonó al otro lado de la línea.
—Dianne. Dianne. Dianne.
—¿Por qué no simplemente decirle lo que está a punto de pasar, maldición? —clamó Johnson dando un pisotón al suelo.