Travesía [pasajeros #2]

Capítulo 31

—Perfecto, perfecto — soltó Max cuando el grupo comenzaba a entrar a la jungla nuevamente—. Estamos buscando una Pirámide sobrenatural, que nadie ha podido encontrar, en una Isla que no existe, bajo una tormenta que lleva casi seis horas sin parar. ¿En serio quieren seguir? 

—Es el camino más rápido a la Pirámide —indicó Dylan—. O eso creo.

—¿Eso crees? —se bufó Han—. ¡Estamos en los confines de la Tierra, casi! 

Dylan rió por lo bajo.

—No, ya he estado ahí, y no se parece en nada a esto.

Tomando en cuenta las quejas de Max, el muchacho tenía razón con respecto a aquella parte de su Travesía.

Después de haber revelado el hecho de que la Pirámide del Triángulo era capaz de moverse por toda la Isla a voluntad propia, Dylan convenció a los demás de que debían partir en ese momento. Recogieron las tiendas de acampar, prepararon las provisiones, y llegaron los minutos de despedida. 

El peligro en la Isla era notable, y ya todos habían sido testigos de ello, por lo que nadie sabía si esa era la última vez que convivían unos con otros. James abrazó a Dianne fuertemente y no se separaron el uno del otro hasta que Max tosió lo suficientemente fuerte como para darles a entender que ya habían pasado varios minutos. Dylan, en cambio, platicó algunas cosas con Selina, apretó cariñosamente su mano, y la envolvió entre sus brazos para luego despedirse dándole un beso en la mejilla. El líder de la Isla, despidiéndose de lo que más apreciaba en la existencia misma.

—Andando —indicó.

Pocos minutos después de partir de aquél risco, las nubes gobernaron los cielos, y una tormenta comenzó a caer. 

Una lluvia no era nada extraño, y menos en un lugar tan tropical y verde como la Isla, pero a medida que avanzaba el tiempo, la tormenta se iba intensificando al grado de obligar a Dylan y a los Pasajeros a buscar refugio en una caverna que había en el paso.

Sin embargo, el descanso duró poco. Después de cuatro horas, James sugirió proseguir aquella búsqueda.

—Esto no va a parar.

—¿Es normal que llueva así en la Isla? —preguntó Luna, alzando la voz—. No recuerdo huracanes así.

—Ni siquiera cuando hundimos el American Sea vivimos algo como esto —advirtió Han, gritando también—. ¿Es normal?

—Quiero pensar que no es el clima en sí —dijo Dylan—. Es la Pirámide.

—¿Qué está haciendo? ¿Poniéndonos a prueba para ver si somos capaces de llegar a ella sin rendirnos? —gritó James. 

Dylan se detuvo ante lo que parecía ser una ladera, que gracias a la tormenta que los estaba azotando, se había vuelto un río rápido que sería difícil de atravesar. Sin responderle a James, el muchacho se apoyó en un árbol, y comenzó a subir por su tronco con ayuda de las ramas que había cerca.

—¿También eres Tarzan? —exclamó Max.

—El único modo de pasar es por aquí —dijo Dylan.

Aunque se encontraban bajo un tumulto de grandes árboles, la lluvia era tan intensa, que parecía que no había miles y miles de hojas, ramas y copa de árboles por encima de ellos, sirviendo como una enorme sombrilla. El agua seguía cayendo. 

James permitió que Luna subiera detrás de Dylan, y acto seguido, él comenzó a trepar por sus ramas. El árbol era demasiado ancho, por lo que su corteza resistiría el peso de cinco personas. Una vez que llegó a la misma altura a la que Dylan estaba, se apoyó sobre sus rodillas para ayudar a Max a subir. 

—¿Qué estamos buscando exactamente? —preguntó Han, en cuanto logró subir al último—. ¿Cómo encuentras una Pirámide que se mantiene en movimiento?

—Esa es una excelente pregunta, y me siento orgulloso de poder responderla —dijo Dylan, moviéndose hacia el frente para verificar que la extensa rama ancha no se partía debido a su peso—. La primera vez que llegué a la Isla supe que no era un incidente. Yo era capaz de encontrar la Pirámide, pero el problema radicaba en el cómo.

—Nuestro problema sigue radicando en el cómo —terció Max.

—Poco se conoce acerca de la Pirámide misma —siguió diciendo Dylan—. De dónde vino su Creador, un hombre llamado Elías, y porqué edificó una maravilla de tal prestigio. Sus intenciones, sus propósitos. Sin embargo, desde el primer momento, Elías dejó una especie de mapa para poder encontrar la Pirámide, sin importar en qué lugar de la Isla se encontrara.

—¿Tú tienes ese mapa? —preguntó James.

—Nos dirigimos al lugar dónde lo dejé —respondió el muchacho. Se inclinó lentamente, tomó la rama con ambas manos, y de un brinco logró balancearse hasta caer al suelo, del otro lado de la ladera que se había convertido en el río rápido—. Está más seguro de ese modo.

—¿Acaso crees que podremos hacer ese tipo de piruetas? —masculló Max.




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