La tormenta caía como si fuera el mismísimo fin del mundo, y en cuanto James salió del puente colgante entre la Montaña Flotante, y el risco, se aseguró de que Luna a sus espaldas estaba bien.
—¿Estás herida?
—No, yo sólo…
—¡QUIETOS! —bramó una voz a espaldas de James.
Tantas sorpresas le había dado aquella Isla, tantos giros inesperados, que no se inmutó en cuanto se dio la vuelta y se encontró a sí mismo frente a más de una docena de hombres que parecían saber bien qué estaban haciendo ahí. La mayoría de ellos portaban armas, sin embargo, eran pistolas, o rifles, demasiado antiguos como para pertenecer a ese siglo. O al menos, a los dos anteriores.
—¿Quiénes son?
—La pregunta es quién eres tú, amigo mío —uno de los hombres, con un bigote notorio, y con la barba apenas brotando en su rostro se adelantó a los demás—. Mi nombre es Killian. ¿Dylan está contigo?
—Está en el puente —le escupió Luna—. ¿Qué quieres?
—¿Se conocen? —James comenzó a colocarse frente a su hermana, de un modo defensivo. ¿Qué querían? ¿Quiénes eran?
—Es un idiota —soltó Luna, frunciendo el ceño.
—La pequeña Luna no sabe de lo que dice —Killian chasqueó la lengua, y varios de sus hombres rieron a carcajadas.
No les molestaba la lluvia en lo absoluto. Pero a James ya lo estaba cansando. Sus huesos le dolían, el cabello, mojado y goteando, y su barba, provocándole más frío del que debía tener.
—Alejen a los hocicortos —ordenó Killian—, y en cuanto llegue Dylan, golpeen a estos dos. No quiero que nadie vea el camino a la punta de la Montaña.
—
James despertó de golpe. Ya estaba acostumbrado a abrir los ojos y no recordar en qué parte de la existencia se encontraba. Sin embargo, aquella bruma en su cabeza se despejó a los pocos segundos, y poco a poco regresó el recuerdo que había en su mente. La tormenta había sido la peor parte, y después de que Dylan, Max y Han lograran llegar a las tierras de la Montaña Flotante, aquél pirata, Killian, los había privado de su libertad.
Algo había dicho de Ben antes de que un fuerte golpe los dejara sin conocimiento.
—¿James?
Era Max.
—La oscuridad no está ayudando en nada —murmuró James.
—No estamos a oscuras —terció Han, cerca de James—. Tenemos algo cubriéndonos los ojos.
—Vendas —Dylan estaba frente a James, pero como a cinco metros de distancia—. Piratas engreídos.
—No puedo creer que los piratas estén en esta Isla al mismo tiempo que nosotros —dijo Max—. Esta Travesía está poniéndose muy interesante.
—Por favor no digas nada de películas —murmuró Luna—, aunque si me dieras a opinar… la Maldición del Perla Negra es la mejor.
—¡Pero En el Fin del Mundo es más gloriosa!
—Niños, ¿podrían esperar a que nos liberemos de esto? —dijo Dylan—. Si quieren, los llevo al cine y les invito un café.
—¿Dónde estamos? —preguntó James.
De pronto, alguien le quitó al líder de los Pasajeros la venda que cubría su vista. Lo que observó en primera estancia era una enorme caverna, con estatuas de diferentes animales rodeando el corredor que llevaba a otras salas. Killian apareció frente a él, sólo que el pirata le daba la espalda. Le estaba quitando las vendas a los demás Pasajeros.
Al final, se la quitó a Dylan.
En cuanto éste vio a Killian, frunció el ceño.
—Explícate —le ordenó.
¿Acaso Dylan y Killian se llevaban bien? ¿Por qué ese tono de voz en el muchacho?
—Ben llegó al Puerto hace tres días —dijo Killian, mientras con una navaja cortaba las sogas que mantenían las piernas y las manos de Luna adheridos—. Thiago iba con él.
—Ese sucio traidor.
—¿Qué esperabas de una rata? —le espetó el pirata—. En fin, Ben estaba buscando apoyo. Aliados. Ya tenía contactos con los Habitantes, y no quería dejar de lado a los piratas.
—¿Tienen un puerto? —preguntó Max.
—El más grande de la Isla —respondió Killian—. Más de un millar de piratas viven ahí.
—Centrémonos en lo importante —indicó Dylan. Killian ya estaba frente a él y cortó las sogas que lo tenían sujeto—. ¿Consiguió algo, Ben? ¿Refuerzos?
—Más de los que me gusta imaginar —respondió el pirata, dándose la vuelta y comenzando a cortar las sogas de Han—. Mi padre accedió. Sabes cómo es. Cualquier oportunidad que tenga de matarte la tomará, no importa cómo se presente.
—¿De quién se trata? —quiso saber James.
—El Capitán Geoffrey —dijo Luna—, un hombre no muy amigable. Gruñón, nefasto, amenaza con disparar su pistola cada veinte minutos.