Travesía [pasajeros #2]

Capítulo 41

Dylan fue el primero en mantenerse firme en cuanto vio que James bajaba los grandes escalones que tenía la Pirámide. A sus espaldas, Ben soltaba todo tipo de maldiciones al observar que el líder de la Isla seguía con vida.

—¿Qué acaso tú no te mueres nunca? 

En cuanto llegaron al suelo del zócalo de la Ciudadela, ambos hombres se detuvieron. Ben no traía nada en manos con qué amenazar a sus adversarios, pero la sonrisa en su rostro era suficiente para dar a entender que tenía la situación bajo su control. 

—Suelta a James —Dylan alzó su pistola y apuntó directamente al rostro del anciano.

A espaldas de él, Max y Luna retrocedieron un par de pasos. Han, al contrario, alzó el rifle que tenía en manos y esperó a un lado del muchacho. Estaba listo para lo que ocurriera después. 

—¿En serio ustedes no entienden? Ningún arma hecha por la mano del hombre puede hacerme daño.

—Lo mismo pasa conmigo, idiota —le reclamó el muchacho—. Déjalo ir.

—Dylan… —James soltó un quejido—, Ben quiere…

El anciano pateó al hombre en las piernas, obligándolo a caer al suelo. A partir de ese momento, la situación se volvió más tensa y critica. Ben volvió a sonreír justo al momento en el que Dylan alzaba su pistola y disparaba dos veces hacia el cielo. 

—¿Estás intentando asustarme?

—Para nada —Dylan bajó la mano y apuntó de nuevo a su rostro—. ¿Quieres que sigamos con este juego?

—Ya perdiste —le escupió Ben—. No hay nada que puedas hacer para detenerme. Todo lo que has intentado ha fracasado. Perdiste la lealtad de muchos hombres y mujeres de la Isla… y tu mejor aliado está a punto de ceder ante mí.

—James… —susurró Luna.

Tenía lágrimas cayendo por sus mejillas, y aunque no pudiera hacer algo, Max la mantenía a su lado. Era claro que intentaba protegerla.

—Deja ir a James —repitió Dylan con voz queda.

—La verdad es que no puedo hacerlo —se bufó Ben—. Verás, Dylan, el mundo necesita arreglos. El único modo de hacerlo es estableciendo un orden. Para ese orden, se necesitan manos fuertes, una espalda firme que sea capaz de soportar el peso de la creación misma.

—¿De qué demonios estás hablando? —le reclamó Han.

—¡Es puro disparate! —soltó Max.

—Eso ya lo veremos —Ben les dedicó una sonrisa antes de tomar a James del cuello. 

El asombro en Dylan, así como en el resto de los Pasajeros, los obligó a dar un paso al frente, intentando amenazar el movimiento de Ben. Sin embargo, el anciano comenzó a desvanecerse en el aire, para que parte del polvo que soltaba su cuerpo se fuera introduciendo en James. 

—¡NO! —bramó Dylan.

No esperó a que alguno de los que estaba detrás de él pudiera detenerlo. Disparó contra Ben, o sea, James, hasta que su cargador se hubiera vaciado. Las balas parecían desaparecer en cuanto rozaban el cuerpo de James, quién sólo movía la cabeza en seña de que Ben se estaba apoderando de su cuerpo. 

James alzó el brazo y con una ráfaga de energía logró someter a Dylan, Han, Max y Luna hasta que cayeron de espaldas, siendo golpeados por un viento de gran magnitud. 

—Niños, niños, niños —musitó James negando con la cabeza—. ¡Oh! ¡Qué bien se siente tener un cuerpo joven! Ahora… ¿en qué estábamos? ¡Ah, sí! ¡La Pirámide! 

James se volteó para quedar frente a la gran maravilla de cristal, y colocó su mano sobre sus lisos peldaños perfectos. 

¿Quién hubiera creído que aquellos peldaños cambiarían de material conforme estuvieran moviéndose por la Isla? Recordó al instante cuando vivía en el Triángulo, antes de que Dylan lo exiliara, y su curiosidad por encontrar la mítica y enigmática Pirámide se había vuelto todo en su vida. Algunos decían que era una pirámide de piedra, otros, que era de lava. La Pirámide cambiaba su físico dependiendo del ambiente en el que se encontraba. ¿Por qué era de cristal en esos momentos? No lo sabía. No le importaba. No era importante.

—Tiempo de hacer las cosas como siempre debieron haber sido —James comenzó a rasgar el cristal de la Pirámide con sus uñas, ocasionando que el mismo material de la maravilla comenzara a quebrarse. 

Ben estaba agrietando la Pirámide. 

Dylan intentó levantarse, pero la herida de bala que le había hecho Ben tan solo unos minutos antes le estaba cobrando factura. 

—Tenemos que detener a Ben —soltó.

—Querrás decir a James —Max ya estaba de pie y ayudó al muchacho a levantarse. 

—Como sea —se quejó Dylan—. Es un asunto bastante…

Fue cuando Dylan vio lo que estaba ocurriendo del otro lado del zócalo. James rasgando las paredes de la Pirámide. Lo más extraño era el resultado en consecuencia: grandes grietas se podían observar a través del cristal.




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