Scott miraba el fuego atentamente. El frío que había caído en aquella parte de la jungla parecía no terminar, y aunque Liam les aseguraba que al día siguiente llegarían a la Bahía Negra, un lugar donde el calor era muy notable, no sabía porque no le creía.
—No sé porque te lo digo, viejo —murmuró Cooper—, pero este lugar es más atractivo de noche. ¡Ni siquiera hay mosquitos!
—Sí los hay —terció Brad, sentado a su lado—. Sólo que… el mal clima los ahuyenta.
—Que Dios nos bendiga con más climas así.
—¿Segura que estás bien? —preguntó Scott, dirigiéndose a Selina.
Desde que habían salido de las catacumbas, se internaron en la selva, atentos a cualquier movimiento que pudiera haber. El Usurpador quizás les estaba siguiendo los pasos.
Selina les explicó, minutos después de sentir el dolor en el cuerpo, que ella y Dylan tenían una conexión que provenía desde la misma Isla. Un especie de pacto, entre el líder y su compañera, donde uno sabía qué pasaba con el otro. Estaban unidos mediante un lazo bastante fuerte.
—Algo le sucedió a Dylan —musitó aquella noche, cuando Liam y Brad se encargaban de alzar una fogata, mientras que Cooper y Scott levantaban el campamento con lo poco que habían logrado sacar de la Fortaleza.
—¿Crees que esté bien? —le preguntó Dianne.
Estaba preocupada. Si algo le había sucedido a Dylan, entonces James quizás había corrido la misma suerte.
—Dylan puede que sea un necio en muchas cosas —dijo Dianne—, pero siempre ha encontrado un modo de salir de muchos apuros.
Dianne soltó una risita nerviosa.
—¿Necio?
Intentó recordar algún momento donde James se mostrara así. Necio. Terco. Testarudo. Lo recordó al instante. James siempre quería encontrar el modo de contarle de su trabajo, y aunque se esforzaba, Dianne nunca lo dejaba.
—Recuerdo el momento en el que lo conocí —Selina sonrió.
—¿Cómo fue?
—Dylan era un millonario… hacía fiestas cada fin de semana en su yate. Un día salí del Triángulo, buscando a alguien que pudiera ser capaz de ayudar a la Isla. Alguien que no supiera nada de la misma. Alguien puro. Y lo encontré a él.
Dianne prestaba mucha atención a cada palabra que decía Selina. ¿Por qué sentía que eso era importante? ¿Por qué pensaba que Dylan pasaba mucho tiempo con James, y Selina con ella, para intentar instruirlos en el liderazgo de la Isla? ¿Era eso?
¿James y Dianne como los próximos líderes del Triángulo?
—Necio, terco, pero a la vez… alguien que necesitaba de la Isla. En el fondo, Dylan quería renunciar a todo lo que tenía. Buscaba ser salvado. Y… bueno, vivimos demasiadas cosas. Él me salvó la vida en más de una ocasión. Pero… sigo recordando a aquél muchacho que, con toda la curiosidad del mundo, quiso saber qué hacía yo con su Brújula, aquella mañana del año dos mil quince.
—¡Viene alguien! —exclamó Liam.
Un hombre cansado, con barba, y el cuerpo empapado en sudor, emergió de la jungla. Estaba asustado. Tenía miedo en su mirada.
—¡JAMES! —bramó Cooper.
—
Los veía de lejos. El campamento no estaba bastante separado del río, como Ben había creído. Sin embargo, ya tenía el plan establecido. No podía fallar. Sería perfecto para completar aquella parte de la estrategia. Todo marchaba perfectamente. Todo iba como él lo había planeado.
Mataría a los Pasajeros. Pero… no sería él, sino James.
—¿Te gusta la idea? —era la voz del Pasajero, pero en realidad era el anciano quién hacía la pregunta—. Es perfecto.
El sufrimiento que tendría James después de eso no se compararía con nada. Sería una batalla ganada, y el anciano lo sabía.
Sin embargo, James comenzó a sentir el dolor de una pérdida. Una pérdida que aún no tenía. Que aún no sentía. Luchó con todas sus fuerzas para deshacerse de Ben. No podía dejar que eso ocurriera.
—¿Qué… haces…?
Ben lo sabía. Sentía que James estaba tomando el control de su cuerpo.
¡Lo había logrado!
James cayó de rodillas sobre el fango, y sacudió su cabeza varias veces. Tenía poco tiempo. Necesitaba advertirle a los demás del peligro que corrían.
Avanzó con rapidez a través de la jungla, hasta que logró escuchar a sus amigos.
—¡Viene alguien! —exclamó uno de los amigos de Dylan. Su mano derecha, si no se equivocaba.
Luego, emergió de las sombras.
—¡JAMES! —bramó Cooper—. ¡Amigo, qué gusto! ¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que te pasó?