Después de varias horas, Dylan supo el porque de muchas cosas. Nada sucedía en aquella Isla por accidente, y sin duda alguna estaba a punto de confirmar aquella afirmación de nueva cuenta.
Después de que James había cerrado los ojos y perdido la vida, la lluvia comenzó a caer encima del Puerto, silenciando las muertes que habían tenido lugar, y dando un poco de paz y descanso a aquellos que aún podían mantenerse de pie. Selina y Luna habían logrado sobrevivir a la explosión del Mary Celeste, junto con Liam, Cooper y Scott. Todos estaban heridos, con quemaduras en los brazos, en las piernas, y en caso de Luna, en el cuello. Del otro lado del Puerto, Max y Killian aparecieron con sudor sobre sus frentes, una herida en la mano del muchacho, y con risas por algún chiste que el pirata había contado. Brad y Han, aún en la jungla, se mantenían a salvo, y Miranda tenía un disparo en la pierna derecha, nada que no se pudiera sanar. Todo marchaba bien. Todo estaba en orden.
Pero James había muerto. Había perdido todas sus fuerzas, y su última revelación hacia Dylan era algo que no quería compartir.
James había matado a Jim por accidente.
Eso era todo. Había sido todo.
Ahora se dirigían hacia la Ciudadela, que a aquellas horas de la noche se mantenía quieta y abandonada. ¿Ben se habría llevado a las discípulas de Pandora? Era lo más seguro, porque nadie salió de sus cuevas para atacarlos, ni se molestó en lanzar chillidos a medianoche para asustarlos.
Todo estaba tan vacío. Tan solitario. A excepción de la Pirámide.
Ésta seguía en su lugar. Paralizada, sin moverse, y dejando ver por sus cristales finos y hermosos el reflejo de la luna.
La luna estaba en lo alto. La Isla debía estar en alguna dimensión, en algún año, y por eso podía verse. Esa era la explicación que Dylan les compartía a todas las personas que le preguntaban sobre aquella anomalía natural del Triángulo.
Pero ahora eso no importaba. Sino el hecho de porque estaban ahí.
Entendía a la perfección porque la Pirámide se había dejado atacar por Ben, y el porque se había quedado en ese lugar hasta ese momento. ¿Después se movería? ¿Comenzaría su recorrido por toda la Isla? No. No era algo que pudiera funcionar. Pero el simple hecho de que la Pirámide siguiera ahí era una respuesta para Dylan a lo que tenía que hacer. No había otro modo, y aunque lo hubiera, no sabría llevarlo a cabo.
—¿Qué haremos, Dylan? —preguntó Luna, a su lado.
Todos tenían los ánimos bajos. Todos habían perdido la esperanza y la fe de que en algún momento vencerían a Ben. Su líder había muerto, Dianne había muerto. Todos estaban pereciendo poco a poco. Owen había desaparecido, y Aurora estaba con Ben. Un dueto imposible de vencer.
—Entraremos a la Pirámide.
Dio un paso adelante y como si se tratara de una cortina de agua, el muchacho desapareció tras el cristal de la maravilla, con Selina a su lado.
—¡Esto está muy Lucasfilms! —soltó Max.
Luna, riendo por lo bajo tras su comentario, lo tomó de la mano y siguió al líder de la Isla. Max era todo lo que tenía ahora. Sus dos hermanos… bueno, Jim, y luego James, habían muerto.
Poco a poco, el resto de los Pasajeros fue entrando a la Pirámide. No sabían qué habría en su interior. Ni siquiera sabían qué era aquella Pirámide, pero si Dylan se mantenía firme ante esa decisión, entonces era la respuesta que tanto estaban buscando.
El interior de la Pirámide era extraño. Parecía un templo bastante limpio y amplio. Dylan comenzó a caminar entre sus columnas, dirigiéndose al centro de la maravilla.
—La primera vez que estuve aquí, la Pirámide no me dio las respuestas que quería —dijo Dylan—. Pero me mostró lo que quería ver. Mi pasado, mi presente, mi futuro.
—¿Vamos a reclutar a Dylan del futuro? —se emocionó Scott.
—No —se rió Dylan—. Pero… aquí hay alguien que sé que nos ayudará.
—¿Por qué sabes que nos ayudará?
Dylan no respondió. No quería revelar esa información todavía.
Siguieron caminando a lo largo de diez minutos, moviéndose entre columnas, y pasillos. Era un laberinto de gran tamaño. Por un momento, los Pasajeros llegaron a pensar que a veces caminaban de cabeza, o de lado, y la gravedad no les afectaba en lo absoluto.
—Amigo, este lugar no se veía tan amplio desde afuera —terció Cooper.
—Pst. Llegamos.
Dylan se detuvo ante una fuente que había aparecido de la nada. El muchacho se inclinó, desabrochó sus agujetas, y dejó sus pies descalzos antes de poder dar un paso sobre las aguas.
Durante los primeros que dio, se mantuvo sobre ellas. Como si fuera un chiste, un juego, una ilusión. Pero conforme Dylan avanzaba, su cuerpo se iba hundiendo poco a poco.
Hasta desaparecer.
—¿Eso es posible? —preguntó Max, totalmente atónito.