Travesía por el Nilo

Una tumba

En el año de 1993, durante una excursión en el valle de los reyes, un grupo de arqueólogos y su equipo encontraban la tumba de un faraón que no estaba registrado en las dinastías del Antiguo Egipto. Su nombre no figuraba en la entrada ni en los registros antiguos, así que esperaban poder abrirla para descubrirlo. Durante la primera semana de excavación lograron ingresar a las primeras cámaras, en ellas encontraron estatuillas de algunos dioses y una que otra pintura característica de la dinastía I. Pero no había otra entrada para las siguientes secciones, un poco deprimidos suspendieron el trabajo.

 

En los siguientes tres días se encontraron con una caravana de badawis, los cuales les propusieron utilizar unos explosivos de menor intensidad que la pólvora pura. Cuatro de los seis arqueólogos estaban de acuerdo con esa idea, así que pusieron manos a la obra con ayuda de ocho badawis, entre ellos Aiman, quien tenía mucha experiencia en construir esos explosivos. Mientras los adultos armaban y ubicaban los explosivos dentro de la segunda sección de la tumba, los más jóvenes ayudaban a los otros dos arqueólogos a limpiar las estatuillas.

 

Gafar, con ocho años, llevaba unas brochas que la arqueóloga Wenday le había pedido para limpiar una de las tablillas que habían podido extraer de la tumba. Cuando el jovencito estaba a punto de llegar con el grupo de limpieza tropezó con una roca y al caer de bruces la estructura arenosa se quebrantó creando una especie de agujero en ella. Por ese pequeño orificio, Gafar cayó a una cámara obscura. La joven arqueóloga corrió en su ayuda y con un poco de trabajo logró ingresar dentro de la cámara, cuando sus pies tocaron el suelo encendió su walkie talkie para pedir una linterna y unas cuerdas.

 

Pasados unos minutos, el equipo de excavadores envió los artículos que necesitaba la arqueóloga, ella le entregó una pequeña linterna a Gafar mientras encendía la más grande. Al alumbrar las paredes descubrieron diversos jeroglíficos con una cierta repetición, para Gafar parecía uno de esos hechizos que los ancianos de su tribu cantaban contra los djinn.

 

Mientras la arqueóloga tomaba nota de algunos de los jeroglíficos, Gafar miraba los jarrones que se encontraban rodeando la habitación. Entre ellos había uno que estaba quebrado, al pasar la luz sobre aquella abertura algo brilló en su interior. Con mucho cuidado el jovencito retiró la parte superior del jarrón encontrando una pequeña estatuilla de cocodrilo.

 

—Mire, qué bonito —. Tomándola en su pequeña mano se la mostró a la investigadora.

 

—¡Oh! Parece que es de turmalina —dijo sopesando la estatuilla y admirándola por unos instantes.

 

—¿Se la llevará? — preguntó apenado el niño.

 

Julie lo miró pensativa —. No, por favor consérvela.

 

Le entregó la pieza de piedra a Gafar y él sonrió alegremente. Ella volvió a su trabajo mientras sus compañeros intentaban agrandar la abertura de la cámara. De ella lograron extraer unas cuantas piezas, desde tres pinturas hasta veinte jarrones y seis estatuillas, pero ninguna momia.

 

 

Mientras aquel descubrimiento ocurría, un cocodrilo negro se bamboleaba entre las algas del río Nilo, él asomaba su gran cabeza para admirar esas construcciones que poco a poco se convertían en ruinas y que en alguna parte de su memoria se vislumbraban colosales. Sus ojos se lubricaban con una especie de lágrimas que corrían sobre su escamosa piel, mientras que sus instintos despertaban para pedirle alimento, distrayéndole de sus borrosos recuerdos.



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En el texto hay: suspenso, dioses de egipto, egipto

Editado: 30.12.2020

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