Al pasar los años, el desierto en su intento por tocar al río Nilo seguía alimentándose de la vegetación, mientras las caravanas de badawis navegaban sobre él. En una de estas caravanas, iban Aiman y Gafar, quienes llevaban unas telas para turbante. Su tribu había salido desde el campamento en Siwa y se dirigía a Jariyá. En ambos lugares todas las tribus se reunían para compartir historias y mercancías, así como darse información de trabajos en las principales ciudades de Egipto.
Durante su pequeña estancia en el campamento de Jariyá, Gafar sentía la necesidad de sentarse a orillas del oasis y observar durante horas la figura de piedra que hace cinco años una arqueóloga le había regalado. Parecía que la piedra ardía dentro de su bolsillo y necesitaba ser sumergida en el agua clara que surgía de entre la tierra anaranjada. Esto era algo extraño puesto que no había ocurrido antes, lo cual le preocupaba demasiado; pronto avanzarían hacia Luxor y no tendría a la mano agua clara para refrescar al cocodrilo de piedra. Así pasaron los días, él se dirigía en las mañanas al oasis, antes de que saliera el sol, y tomaba un par de horas mientras la figura se sumergía en las orillas del lugar, eso mismo hacia durante las tardes después de trabajar en la villa y antes de que el sol se ocultara.
El día de su partida llegó, así que ayudó a su abuelo con el cargamento. La tribu se puso en marcha, los camellos caminaban junto a sus amos y los niños correteaban alrededor de las carretas. Todo era tranquilidad hasta que una feroz tormenta de arena los atrapó provocando que los camellos se asustaran y corrieran sin rumbo fijo. Los hombres, incluyendo al anciano Aiman y al joven Gafar, corrieron detrás de su respectivo camello separándose de la caravana y terminando en diversos lugares del desierto, mientras las mujeres con esfuerzo armaban las cabañas que abrigarían a los niños y a las cabras que los acompañaban.
Dos o tres días habían pasado cuando Aiman y Gafar lograron localizar a su camello Heft, éste exhausto cayó sobre la arena. El cargamento de tela para turbante seguía sobre él, así que sólo les preocupaba el no haber traído consigo un poco más de agua, debido a que ésta se había quedado entre las carretas de la tribu. Gafar preocupado salió en busca de un poco de ese líquido vital. Su caminar era algo lento, pero su paciencia le mostró que Dios estaba de su lado, ya que entre unas rocas fluía un poco de aquel maravilloso y vital líquido; con algo de trabajo logró llenar su garrafa y refrescar su reseca boca.
Tomando el mismo camino regresó al lugar donde su abuelo se había quedado, pero su alma le decía que acelerara el paso puesto que algo malo iba a pasar; así fue como al llegar al arenoso terreno, sólo encontró a Heft recostado en la árida tierra, cubriendo su rostro con su propia sombra.
Gafar miró a todos lados, pero su abuelo no estaba en ninguna parte; su mente entró en un estado de shock, lo cual duró un par de minutos. En esos momentos, descubrió las marcas de unos neumáticos, las cuales pertenecían a unos vehículos todo terreno, así que su preocupación se incrementó. Por qué razón el ejército se llevaría a su abuelo, se preguntó mientras se debatía si era buena idea regresar con su tribu o buscar a su único pariente sanguíneo.
Gafar sabía que no podía obligar a andar a Heft, así que juntos descansaron. Cuando al fin el testarudo camello se levantó, Gafar trepó en él y avanzó sobre las huellas que aún se visualizaban sobre la arena. Todo lo que el joven podía ver era tierra árida y pequeñas ondas de calor que lo hacían ver un vehículo militar en movimiento. En algunas secciones del recorrido logró visualizar una que otra carpa de investigadores, las cuales estaban demasiado lejos del camino que seguramente había tomado el convoy que secuestrara a su abuelo.
El camino parcialmente rocoso que lentamente recorrieron había hecho que las marcas desaparecieran mientras más avanzaban sobre ellas. Gafar comenzaba a desesperarse, preocuparse y preguntarse si había sido una buena idea buscar por su cuenta a su abuelo. Pero también su mente no dejaba de pensar el motivo que tendrían aquellos hombres para llevarse a un anciano de setenta y cinco años, un hombre que no portaba armas y que seguro no los agredió. Con demasiadas incógnitas en mente, el joven continuo su camino disminuyendo el paso del camello.
Mientras Gafar se acercaba a la ciudad de Luxor, unos turistas, que tomaban fotografías al río Nilo, visualizaron a un cocodrilo negro de aproximadamente ocho metros. Aquel animal pasaba frente al Templo de Karnak, alzaba su cabeza mirando a hacia las ruinas que se alzaban en la orilla de su hogar, mas parecía que acababa de descubrir a aquellos fotógrafos que lo admiraban y temían.
El cocodrilo siguió su marcha dentro del río, su cola y cuerpo bamboleaban suavemente las aguas verdes, mientras los pececillos huían de su presencia. El imponente animal conocía de memoria esas aguas y sus profundidades, así como a los animalillos que usaba para alimentarse: cabras perdidas, uno que otro cuadrúpedo salvaje y peces. Pero en algunas ocasiones sus sentidos se distorsionaban, generando imágenes vacías para él, ya fueran humanos mostrando su dentadura, conjuntos de vegetales y frutas sobre una especie de nido entrelazado, o rocas enormes con formas y colores peculiares. Por alguna razón, cada que pasaba frente aquellas piedras derruidas por el tiempo, buscaba algo que le explicara porque presenciaba aquellas imágenes aleatorias.
Esas imágenes le producían un fuerte sentimiento de vacío, como si algo importante le faltara. Así era su vida diaria, llegaba a una población humana, miraba esas rocas naranjas, que solo eran habitadas por pequeños reptiles, y dejaba pasar las imágenes para continuar con su camino.
Editado: 30.12.2020