El cocodrilo disminuyó su velocidad llegando a un cúmulo verdoso cercano al puente, el cual conecta el Este de Kena con el Oeste. En ese lugar Bek debía pasar por debajo de la exclusa. mientras que Gafar cruzaría por una parte de la ciudad fingiendo que era un habitante del lugar.
El nuevo día les brindaba un sol perfecto para secar las ropas de Gafar, así como para recargar la energía de Bek, quien al estar tomando el sol por varias horas se abalanzó a la profundidad del río, cazó algunos peces y continuo su recorrido.
Gafar emprendió su camino, comenzando su andar hacia las casas y recordando que debía pasar al departamento de justicia de la ciudad, por lo cual atravesó el puente que conecta a ambas partes del lugar. En su caminar por el lugar se detuvo a ver como los navíos pasaban bajo la exclusa que los humanos habían construido. En su infancia, él había observado a los navíos, desde cruceros hasta mercantes, llegar a los puertos de Alejandría, el Cairo, Asiut y Luxor. Siempre se preguntó que se sentía navegar en uno de ellos.
Mientras el joven admiraba el andar de los navíos, el cocodrilo aprovechaba para colarse entre los grandes barcos. A pesar de que podía descender hasta el límite de la exclusa, él prefería no correr el peligro de quedarse atrapado o, peor aún, de morir en el intento de liberarse. El intrépido Bek pasaba junto a un crucero cuando una joven, que sostenía un cigarrillo con su mano derecha, lo miró desconcertada. En un intento por grabar ese momento la mujer tiró su cámara al río, la vibración que generó la penetración del objeto metálico sobre la superficie acuífera distrajo al cocodrilo, haciéndolo mirar hacia la joven, quien nerviosa se retiró un metro de la barandilla.
—Esos humanos— pensó el reptil.
La exclusa regresó a su estado normal y los transeúntes, incluyendo a los vehículos, circularon hacia el lado oeste de la ciudad. Gafar iba entre la multitud, escuchaba lo que decían del mercado y del hospital de especialidades, sorprendido por las delicias del mercado preguntó su ubicación y aprovechó para encontrar la oficina de gobierno del lugar.
Bek avanzó rápidamente, debía evitar a cualquier otro humano que no fuera el adolescente. Se sumergió varios metros dentro del río mientras los navíos pasaban sobre él y aturdían a los peces del lugar. En su coleteo arrastró unas cuantas algas, las cuales le servirían para atraer a algunos peces y alimentarse después de su largo recorrido.
Mientras más nadaba hacia la profundidad del río un grupo de imágenes circulaban en su mente, unos pequeños humanos corriendo a su alrededor, unas féminas saludándolo y ofreciéndole frutos, así como un joven ataviado en telas brillantes y piedras doradas lo invitaba a subir por la escalinata de alguna construcción perdida en el tiempo. Como siempre le sucedió sus sentidos se desconcentraron haciéndolo chocar contra unas rocas. Aturdido ascendió a la superficie, su hocico le dolía, sus ojos veían borroso y su mente traía nuevas imágenes. Aquella visión era diferente a las que tenía con recurrencia.
Él se encontraba en un pasillo obscuro, a lo lejos se observaban un par de antorchas, un viento las acariciaba al igual que su vestimenta. Sus pasos eran titubeantes, sus zarpas sudaban y sus ojos miraban preocupados a un chacal que custodiaba una puerta de madera gruesa.
Otras dos antorchas estaban colocadas sobre la puerta, sus pasos se detenían delante de la entrada, mientras el negro chacal se hacía a un lado dándole una palmada en su espalda erguida. Sus zarpas estaban sobre la puerta cuando el chacal pronunciaba unas palabras de aliento, aunque su voz era fuerte sonaba amistosa.
La visión lo dejó confundido y exhausto, sus miembros temblaban y su coleteo lo llevaba hacia la vegetación. En el fondo sabía que era un recuerdo muy poderoso, pero no entendía si era el más antiguo de sus recuerdos, ya que las imágenes que veía en su andar por el río eran coloridas, tenían un sabor agradable y este último le había dejado un resabio amargo.
Al pasar las horas, su mente se despejó y finalmente su hambre sació. Esperaba al joven recostado entre unas rocas, una nueva noche se acercaba y había que aprovecharla para salir de la zona habitada por humanos antes de que estos se enteraran de su presencia, puesto que siempre que lo miraban intentaban cazarlo para demostrar su superioridad.
Mientras tanto Gafar estaba embelesado por el lugar, no dejaba de pasar de calle en calle hasta que sintió el calor producido por la figura de turmalina. Al sacarla recordó a Bek y salió corriendo con la piedra en mano. En su intento por llegar al cocodrilo el niño se perdió por un par de horas, sin embargo, esta vez la piedra no lo guío a su destino.
Editado: 30.12.2020