Las horas dentro de aquel almacén pasaban lentamente para los tres prisioneros, quienes estaban recostados en el suelo y esperaban a que el día iniciara. La arqueóloga Wenday lloraba del temor que sentía y Aiman abrazaba a su nieto con cariño. Los tres sabían que pronto amanecería y según Aiman serían transportados a la ciudad de Ombos para cumplir con la misión de la secta Dyet. Por lo mismo, Gafar miraba preocupado a su abuelo, quien mostraba en su rostro el miedo que tenía ante la incertidumbre de la situación, ya que no estaba seguro si podrían salir de ella sin daño alguno.
Mientras tanto, en el exterior la mañana despuntaba rápidamente y se escuchaba el movimiento de las personas que trabajaban en el lugar, para lo cual los secuestrados se encontraban atentos a cualquier movimiento, a pesar de que no habían dormido nada durante esa noche sus cuerpos se preparaba para escapar. Ellos estaban en silencio, cuando dos de los mercenarios entraron al lugar, levantándolos para sacarlos les amarraron las manos y los guiaron a una de las mesas que estaba dispuesta con el desayuno, donde los hicieron sentarse. En el lugar les amarraron los pies para que no intentaran escapar, mientras les retiraban las esposas para que comieran lo que quisieran, aunque ninguno de ellos tenía hambre sí tomaron un poco de la espesa bebida que les habían servido, puesto que sus bocas se encontraban completamente resecas por el miedo que sentían.
El sacerdote Moad los observaba desde una de las ventanas de la cocina, estaba preocupado por lo que le había dicho el temible Seth por teléfono la noche anterior, quien lo confronto por la existencia del niño, al cual habían dado por muerto cuando el automóvil de sus padres chocara a las afueras de Libia o, al menos eso le habían confirmado sus hombres hacia unos ocho años y fue el mismo informe que le hizo llegar al caótico dios. Sin embargo, el niño no era importante para ellos, puesto que ambos sabían que la momia del faraón Uadyet tenía que estar en contacto con su último descendiente así que usarían al anciano para ello, ya que era el más cercano al linaje del aquel hombre.
En aquel momento el reloj marcaba las nueve de la mañana, así que el sacerdote se preparo para subir por sus compañeros y ordenar a los mercenarios que llevaran a los tres individuos a los vehículos blindados que los esperaban al exterior del edificio. Mientras el hombre hablaba con el jefe de los hombres, Gafar bajó sus manos a su pantalón con el objetivo de sacar su pequeña navaja para defenderse de ser necesario, pero ésta no se encontraba en sus bolsillos, mas, tanteo la piedra de turmalina con forma de cocodrilo y recordando a Bek la tomó rápidamente en su puño, el cual posó sobre la mesa con nerviosismo.
Los mercenarios alistaron a los tres prisioneros, colocándoles las esposas en sus manos y sosteniendo entre dos hombres a la arqueóloga salieron del restaurante para subirlos a un par de camionetas; la mujer estaba en la segunda camioneta y el anciano con su nieto en la primera. Mientras un par de hombres se colocaba a su lado, Gafar mantenía en su puño la piedra de turmalina pensando completamente en su amigo.
Entre la vegetación del río Nilo, el imponente cocodrilo negro descansaba tranquilamente, su mente estaba en blanco, pero al sentir un hormigueo en su lomo abrió los ojos abruptamente y pensó inmediatamente en Gafar, algo en su interior le decía que su joven amigo estaba en peligro. Así que alzó su cabeza intentando percibir hacia donde lo llevaba aquella sensación, sin estar seguro avanzó por la tierra lentamente y se sumergió dentro del agua fría.
Mientras que los automóviles avanzaban hacia el sur, el cocodrilo buscaba señales de aquel extraño sentimiento de preocupación, nadaba intranquilo alrededor de las naves que se encontraban amarradas al embarcadero de Edfu. Cuando los cuatro vehículos se detuvieron frente al muelle que conectaba con un navío mediano, descendieron los mercenarios y bajaron a sus prisioneros, primero escoltaron a la dama hacia el puente, después descendió el anciano y al final el adolescente, quien en un arranque de adrenalina escapó y corrió hacia la orilla del Nilo.
La piedra estaba empapada en su sudor, mientras su mente rogaba porque el reptil llegara y los salvara de aquellos hombres; sin embargo, al acerarse a la vegetación que rodea al río uno de los mercenarios lo atrapó antes de lanzarse al agua fría, el fornido hombre lo jaló hacia él y cargó para llevarlo al navío. Mientras Gafar gritaba el nombre de su amigo a todo pulmón, el cocodrilo nadaba a toda velocidad, ya que a lo lejos había escuchado la voz del joven badawi. Tanta era su preocupación que sus patas lo ayudaron a sacar su gran cabeza a la superficie, donde vio al joven siendo cargado por un corpulento hombre, ambos subían a uno de esos viejos navíos que rondaban la zona llevando mercancías.
El navío encendía sus motores, mientras el mercenario noqueaba a Gafar para que dejara de gritar, ya que eso seguramente molestaría a su cliente. El cuerpo inerte del joven fue entregado a su abuelo, quien junto a la arqueóloga se replegaba hacia el fondo de su camarote, en el cual los habían encerrado para llevarlos a la ciudad de Ombos.
Bek, aterrado, miraba el vapor que dejaba el navío y que avanzaba rápidamente, él sabía que su amigo badawi estaba dentro de ese infernal aparato pidiendo su ayuda, así que debía salvarlo. A pesar de que el enorme cocodrilo nadaba a buena velocidad detrás del barco no lograba alcanzarlo, lo cual generaba una gran perturbación en la corriente del río y hacía que su descomunal sombra asustara a cientos de peces y a varios pescadores, así como a algunos turistas que iban en las embarcaciones vacacionales tomando fotografías del paisaje.
Dentro del navío que llevaba a Gafar, los lideres de la secta debatía sobre el transporte de los artefactos que tenían en su poder, mientras el sacerdote Moad tocaba en el camarote continuo al de los prisioneros. El hombre estaba nervioso puesto que conocería en persona al terrible dios del desierto, ambos ya se habían encontrado en el mundo de los sueños para dialogar sobre los informes de los herederos de Uadyet, pero nunca había estado ante su temible presencia, la cual se percibía a través de las puertas y las paredes del barco, aunque seguramente sólo el sacerdote podría detectarla.
Editado: 30.12.2020