Travesuras del Corazón.

01.

Aquel no era un buen día, ni el clima, ni el café frío en mi mesa, ni el hecho de que mi asistente había renunciado justo antes de la reunión más importante del mes ayudaban a que pudiera empezar mi jornada de trabajo con algo de tranquilidad u optimismo.

Me la pase el día completo tratando de no volverme loco con todo lo que me tocó hacer en todo el día, no había nadie a la altura de mi eficiente asistente para manejar mis agendas.

Volví a casa con la cabeza llena de estrés, con todo lo que tenía pendiente para el otro día, a veces, me sentía más cómodo entre mis papeles y los negocios. La gente es complicada, los negocios no. En los negocios hay reglas, contratos, lógica. En la vida real… la vida real está llena de sorpresas y no del tipo de sorpresas que me gustan.

Apenas el auto se detuvo frente a la puerta principal, noté algo raro, más que algo raro, alguien raro.

Era un niño, un niño solo de no más de seis años. Se encontraba sentado en los escalones, con una mochila toda rota a un lado, los zapatos sucios y un gorrito rojo torcido que le tapaba media frente, estaba abrazando sus rodillas como si el suelo fuera más cómodo que todo lo demás en el mundo.

Me quedé mirándolo un momento, sin saber exactamente qué hacer, era muy extraño que a esas horas de la noche un pequeño o alguna persona apareciera en mi hogar, era un lugar con difícil acceso.

—¿Puedo ayudar? —pregunté a un par de pasos de él con algo de incomodidad sin entender del todo que era lo que estaba sucediendo.

El niño levantó la cabeza. Tenía los ojos grandes de color ambar, un poco tristes, pero no asustados, se notaba que habia estado llorando, su rostro se veia un poco demacrado y su cabello muy desordenado.

—¿Tú eres Adam Beaumont? —preguntó sin rodeos.

—Sí… ¿y tú? —Se puso de pie lentamente. Era más pequeño de lo que parecía, tenía un pequeño parche en el pantalón, una camiseta de dinosaurios desteñida y un chaleco oscuro.

—Me llamo Leo, mi mamá me dijo que viniera a buscarte. Eres mi papá. —me quedé completamente helado, lo lanzó de una manera tan natural, sin ningún tipo de duda, nada de “quizás” o “tal vez” no, solo una frase para que mi mundo cambiara por completo.

Por un segundo, pensé que era una broma, una cámara escondida, una venganza de algún ex empleado, pero al parecer no era ese el caso, él me miraba fijo esperando una respuesta y yo ni siquiera podía respirar.

—¿Qué? —susurré.

—Que eres mi papá. Mamá me lo dijo ayer, dijo que ya era tiempo de conocerte y después… Se fue, dijo que no volvería, que no la buscara jamás. —”Se fue” aquellas dos palabras tan tristes, que viniendo de la boca de un niño, duelen más que un golpe en el estómago.

Tragué saliva, no era bueno lidiando ni con niños, ni con nadie en general, en realidad siempre supe arreglármelas solo, siempre evité los problemas innecesarios y sin embargo, ahí estaba él metiéndome en medio de una tormenta de la que no sabía si iba a salir ileso.

—¿Dónde está tu madre ahora? —pregunte nuevamente mirando en todas direcciones.

—No lo sé. Solo me dio esto. —Sacó de su mochila una nota arrugada y me la extendió. Tenía mi nombre, mi dirección y un garabato de mapa indicando como llegar. Abrí el pedazo de papel y sentí mi sangre hervir.

No puedo hacerme cargo de esto, también tengo una vida, una que se arruinó cuando él llegó, ya no voy a soportar más esto, ahora es tu turno. Cuídalo si quieres. L.

Cuídalo, como si fuera tan fácil. No se estaba deshaciendo de un perro o de una planta, era un niño.

—Mira, Leo… Esto es muy, no se como decirlo, inesperado, muy inesperado. ¿Tienes hambre?—No sé por qué fue lo primero que se me ocurrió, estaba nervioso, enojado y asustado. No me imaginaba como se estaba sintiendo él.

Mi madre solía decir que todo se solucionaba mejor con el estómago lleno, aunque ella tampoco fue precisamente un ejemplo de estabilidad emocional, para ser honesto.

Leo asintió como si llevara esperando esa pregunta toda la tarde, viendo su rostro supe que aquello no era una broma de nadie, nadie saltaria de atras de un arbusto o de la puerta gritando “sorpresa”, era un broma, si, una mala broma del destino nomas. Ese niño estaba solo y había venido a mí porque era lo único que podia hacer, lo unico que le habian dicho que hiciera.

Le deje pasar primero, yo caminaba rígido, él en cambio, caminaba como si ya conociera la casa, se quitó los zapatos en la entrada, dejó la mochila en el suelo y preguntó si podía sentarse en el sofá.

—Si, claro. —Fui a la cocina, preparé un sándwich torpemente y se lo llevé.

Él lo recibió con una sonrisa, tenía las manos pequeñas, llenas de arañones y algo sucias, cuando se llevó el primer bocado a la boca, me miró como si le hubiera dado el mejor manjar del mundo.

—¿Vives solo? —preguntó, masticando con entusiasmo.

—Sí.

—¿Y no te aburres?

—Estoy ocupado la mayor parte del tiempo. No tengo tiempo para aburrirme.

—¿Y tienes juguetes?

—No.

—¿Mascotas?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.