Travesuras del Corazón.

02.

Siendo sincero jamás tuve problemas con nada, a mí me daban un contrato de cien páginas, lo leía en media hora y hago un analisis completo de si es rentable o no, me daban un informe con pérdidas, balances, proyecciones, y podía armar un plan de negocios en menos de un día, pero tener enfrente a un niño que aseguraba que soy su papá… me convirtio en un tipo torpe, callado, confundido, un idiota con corbata que no sabia ni dónde meter las manos.

Así me encontraba exactamente doce horas después de que Leo llegara a mi puerta con su mochila rota, una nota garabateada, y una seguridad en la voz que jamas imagine tendría un pequeño recién abandonado por su madre pero que aún cree en la gente.

Dormí mal esa noche, para ser exactos, no dormí, estuve en mi oficina, sentado en el sofá con la cabeza a mil por hora, buscando respuestas de que debía hacer, revisé la nota una y otra vez, miré las pertenencias de su mochila, su dibujo en la servilleta. Leí informes sobre custodias, sobre paternidad legal, sobre abandono, nada de ello me ayudó en absoluto ni me preparó para lo que tendría que vivir.

Ni bien despertó Leo le indique donde podía bañarse y deje que se pusiera una de las pocas ropas que traía en la mochila haciendo nota mental de comprar lo que necesitaba para verse presentable.

A las nueve en punto de la mañana nos encontrábamos sentados en la sala de espera de un laboratorio privado en espera para realizar los exámenes, algunas de las enfermeras nos miraban extraño, un hombre con traje de casi mil dólares sentado al lado de un niño comiendo galletas de chocolate, con su ropa maltrecha y contándole su vida al técnico de laboratorio como si fueran amigos de toda la vida.

—Me gusta más el chocolate blanco, pero Adam compró estas —le decía, con la boca llena —Aunque él no come galletas, dice que no tiene tiempo para eso. —El técnico se rió, yo no.

Yo en ese momento tenía un nudo en el estómago que no se me soltaba ni con café con laxante, había decidido hacer la prueba de ADN, porque aunque sus palabras y su nota parecían reales, yo necesitaba estar seguro.

No porque no creyera en él, sino porque, si lo aceptaba demasiado rápido, si me lo permitía emocionalmente, ya no había vuelta atrás, no sabría cómo soltarlo y eso era demasiado aterrador.

—¿Va a doler? —me preguntó mientras se sentaba a mi lado, con la manga remangada.

—Un poco. Pero va a ser rápido. —Asintió un poco dudoso aun así, cuando se lo hicieron no lloró ni se quejó, sólo se quedó mirándome de reojo, viendo como me hacían la misma prueba y a la expectativa, como si esperara que yo saliera corriendo en cualquier momento.

Después de firmar todo nos fuimos a desayunar, él se comió dos panqueques, una tostada y un jugo de naranja, yo estaba tan nervioso que me dedique a jugar con el tenedor mientras lo escuchaba hablar. Él hablaba demasiado, no había quien le cerrara la boca.

Me contó que su mamá solía leerle cuentos antes de dormir, que tenía una tortuga llamada Rocky, que no le gustaba la leche caliente y que le daba miedo quedarse solo, aunque no lo decía en voz alta para que nadie pensara que era un bebé.

—¿Tú le tienes miedo a algo? —me preguntó de pronto. Lo miré sin saber bien qué decir, estaba masticando con los cachetes inflados.

—Sí —respondí dandole un sorbo a mi cafe.

—¿A qué?

—A no saber qué hacer contigo. —Confesé sin dejar de mirarlo, él sonrió como si no fuera tan grave, como si… me entendiera.

—¿Podemos tener una mascota?

—No. —La conversación terminó allí.

Mientras esperábamos los resultados de la prueba lo lleve al centro comercial, allí deje que eligiera toda la ropa que deseaba, de los colores que prefiriera, para mi sorpresa, eligió mucha ropa elegante, parecida a la mía, llevaba blazers, pantalones y camisas.

No me sorprendió demasiado su elección, era algo que yo hubiese comprado para él, así que, estábamos caminando el mismo sendero.

Despues de alli, fuimos a elegir los muebles que tendría en su habitación, si resultaba no ser mi hijo, le dejaría que se llevará cada cosa comprada para que pudiera vivir cómodamente, él no se quejo, fue eligiendo sus cosas una a una, estudiándolas bien.

Esa misma tarde llegó el resultado, no fui capaz de esperar a mi abogado, ni a una asistente legal, fui yo mismo quien abrió el sobre con las manos temblorosas, solo, en la biblioteca de la casa, mientras Leo dormía una siesta en el sofá.

Me dejó frío, estaba claro e irrefutable, no había cómo negar la innegable.

99,99%. Compatible.
Padre biológico confirmado.

Me quedé sentado mirando ese papel como si fuera el mapa de un tesoro imposible de encontrar, mi nombre estaba escrito allí junto al de él, unidos por algo más fuerte que un apellido, por la sangre..

Era mi hijo.
Mi sangre.
Mi responsabilidad.
Y no tenía ni puta idea de cómo ser padre.

Un par de recuerdos de mi padre llegaron a mi mente, su cinturón, los gritos enojados, las noches sin abrazos.
«No quiero repetir eso. No voy a repetir eso» pensé mientras salía de la biblioteca a mirarlo.

Me senté en el suelo a su lado viéndolo dormir, dormía con la boca entreabierta, el cabello revuelto y estaba abrazando una almohada con fuerza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.