Travesuras del Corazón.

08.

El comedor de mi casa fue diseñado para impresionar, cada centímetro estaba pensado para reflejar elegancia y estatus, la mesa de roble oscuro que podía sentar a doce personas cómodamente, las sillas tapizadas a medida, la lámpara central importada desde Florencia, los candelabros simétricos, las servilletas de lino que nunca se usaban, lo mantenía impecable, silencioso, perfectamente iluminado. Era un espacio silencioso como una sala de museo donde no se debía hablar fuerte ni mucho menos reír. Ese comedor había sido un santuario
Durante años, comí ahí un par de veces, eran contadas con una mano, a veces con un informe a un lado, a veces con la televisión encendida en el otro cuarto para escuchar las noticias en el fondo, otras veces, ni siquiera me sentaba allí, comía en la cocina, de pie, sin pensar demasiado, comía por necesidad, no por gusto hasta que llegaron Leo y Lía y el comedor jamás volvió a ser el mismo.

Esa noche, Lía decidió que cocinaría.

—Hoy cocino yo —dijo con una sonrisa radiante y el cabello recogido en un moño desordenado que dejaba escapar mechones de colores como si fuera arcoiris andante. Sus ojos brillaban como si estuviera a punto de hacer una hazaña, yo sentí que venía encima una tormenta.

—¿Estás segura? —pregunté, mirando de reojo mi reloj —Puedo pedir algo, será más rápido.

—Eso es exactamente lo que diría un hombre sin alma culinaria y amargado —dijo, y me apuntó con una cuchara de madera como si fuera un arma —Hoy vamos a tener una cena de verdad porque la vida es muy corta para cenas por delivery. Vamos a ensuciarnos. A cocinar de verdad. A reírnos mientras se quema la salsa. ¡Espaguetis para todos! —Leo, que estaba en su mundo dibujando sobre el respaldo del sofá (algo que fingí no notar), saltó al escuchar la palabra espaguetis

—¡Guerra de comida! —Leo alzó los brazos como si acabaran de nombrarlo presidente.

—¡No! —contesté inmediatamente.

—¡Tal vez! —gritó Lía al mismo tiempo. —Me arrepentí de todo en ese instante, pero ya era demasiado tarde.

Los primeros minutos fueron tranquilos, Lía preparaba espaguetis con salsa de tomate, picaba cebolla como si tuviera un título en acrobacias culinarias, y cantaba desafinado mientras lo hacía, Leo la observaba desde una silla, con los ojos muy abiertos, preguntando qué hacía cada ingrediente y de paso, metía los dedos donde no debía.

—¿Esto es orégano o bichos?

—Orégano, Leo. ¿Dónde vivías antes? ¿En una cueva?

Yo me senté a leer algunos correos desde la tablet, intentando no intervenir, solo escuchaba sus risas desde la cocina, Leo seguia haciando preguntas sobre los ingredientes, se ofrecía a revolver, metía la nariz donde no debía.

—¿Esto se puede lamer?

—¡Lía, no dejes que lama la cuchara! —me quejé

—¡Es solo tomate, Adam! No es plutonio.

—¡Plutonio es lo que usaba el Doc de Volver al Futuro! —añadió Leo, emocionado. Me rendí de mi intento de trabajar, dejé la tablet y me levanté de mi silla para observarlos.

Lía tenía harina en la mejilla, salsa en el delantal, y una mancha de tomate justo en la parte superior de su cabeza, no supe cómo llegó ahí y no quise preguntar.

En algún momento, alguien prendió la música, no sé si fue Leo o Lía, pero de repente sonaba una canción italiana animada. Y Lía empezó a bailar mientras removía la salsa. Y Leo la imitaba. Y sí, era ridículo.

—¿Quieres ayudarnos? —preguntó ella mirándome sonriente.

—Yo no cocino.

—¿Y entonces qué haces?

—Analizar estadísticas, administro, Invierto, organizó.

—Pues ve organizando los platos, inversor. Que esto ya casi está. —enarque una ceja hacia ella. —No me mires así, ve.

Decidí hacer lo que me había pedido, busqué mi vajilla menos lujosa, cosa difícil y puse tres platos medio hondos en la mesa y los cubiertos. Minutos después, nos sentamos en el enorme comedor, Lía insistió en que esa noche teníamos que cenar ahí. Tal vez por burla, tal vez por darle uso al lugar, llo mas posible fuera por el placer de verme incómodo.

La mesa estaba servida, en la mesa los cubiertos alineados, pan en cesta, hasta una botella de vino abierta (que yo no recordaba haber autorizado y en el centro de toda la mesa, una fuente humeante de espaguetis con salsa roja que parecía recién salida de una cocina de locos.
Lía se sentó a un lado. Leo al otro y yo al centro, como el árbitro en una competencia que no había pedido y que ni siquiera quería.

—Esto se ve increíble. —murmure mirando el montón de pasta y el pan con ajo que dejó en mi plato.

—Gracias. Buen provecho —exclamó ella alzando la copa. —Por la vida, por la comida y por el caos.

——¡Y por los dinosaurios! —añadió Leo, levantando su vaso.

—Espera, ¿qué?

—¡Salud! —gritaron ambos ignorándome. Resople resignado, no había nada que pudiera hacer en ese momento, solo comer e ir a descansar.

Y empezamos a comer lentamente, o eso creí. Leo tomó un espagueti con los dedos, lo levantó como si fuera una cuerda y lo dejó caer de nuevo en el plato, salpicando salsa por toda la servilleta blanca.




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