Abrí los ojos con pesadez, mi cabeza estaba matándome, sentía que martillaban dentro, pero el aroma pan recién horneado y a café seguía inundando mis sentidos, como si ambos quisieran recordarme que era un nuevo día lleno de actividades aun cuando mi cabeza tuviera ganas de quedarse enredada en la almohada.
Me levanté casi a rastras de la cama e hice mi rutina diaria, salí en busca de un café cargado intentando que aquello eliminara mi malestar, no planeaba estar en la cocina más tiempo del necesario, la mañana iba a ser demasiado larga, tenía en mi agenda un par de reuniones y lo más seguro era que al llegar a la oficina los teléfonos no dejarían de sonar.
Mi intención era desayunar rápido y largarme a la oficina, pero Lía apareció detrás de mí llena de energía y de pronto me vi arrastrado a una batalla culinaria improvisada, ella preparaba la comida, según dijo, para compensar las mil velitas rotas de esa casa que yo quería en orden.
La seguí con la mirada a través del pasillo, caminaba sin zapatos, con el delantal a medio ceñir, y en sus manos llevaba una sartén que dentro tenía unos huevos, queso y un puñado de perejil que, a juzgar por su expresión victoriosa, parecía ser su más reciente experimento culinario.
Me encantaba la perfección, todo lo que tenía que ver con ello, no me gustaba dejar nada a azar, y verla caminando campante por los pasillos con aquello en sus manos me dio más dolor de cabeza del que tenía.
—¿Necesitas un poco de agua para lavar eso? — pregunté inquieto —Y tal vez un bowl más grande, no sé si la sartén aguantará toda la mezcla… —Lía giró sobre sus talones, se detuvo frente a mí y puso los ojos en blanco y sonrió con ese aire travieso que tenía siempre y dejó la sartén sobre la encimera con un golpe suave.
—Relájate, Adam, confía en mí por una mañana, quiero que te sientes a ver cómo transformo estos ingredientes en algo delicioso. Mete la mano detrás de la alacena y agarra la botella de aceite de oliva, por favor. —enarqué una ceja pero asentí.
Tomé con cuidado la botella de vidrio y la coloqué en la encimera, mientras mis dedos quitaban la tapa mientras pensaba en lo lejos que había quedado mi reacción, esa de evaluar cada herramienta, cada aviso de seguridad, cada posible error. En ese momento estaba allí, parado como un acompañante, observando, de pronto, ella volvió a agarrar la sartén para prender la estufa, encendió el fuego y vertió un chorrito de aceite
—¿Quieres saltear los huevos, Lia?
—No, primero voy a dorar el ajo —dijo, inclinándose sobre la sartén para removerlo con una cuchara de madera junto a los ajos picados —Quiero que el sabor se impregne, ya sabes, que dé ese aroma que te hace querer más. —Me acerqué un paso más para mirar lo quer estaba preparando, casi podía saborear esa tortilla extraña que esta haciendo, sin darme cuenta, di otro paso y mi hombro chocó contra el borde de la encimera, haciendo que mi cadera golpeara la de ella.
El golpe fue suficiente para desestabilizar a Lía, ella dejó la cuchara caer y se inclinó demasiado hacia adelante, con el pie trasero resbaló en una gota de aceite que había caído en el piso antes. En cámara lenta, vi sus ojos abrirse de golpe, intentó recobrar el equilibrio, pero el piso y el aceite conspiraron en contra. Antes de que comprendiera lo que pasaba, Lía se deslizó de lado y, casi instintivamente, yo la sujeté del brazo para sostenerla, con tan mala suerte que al hacerlo perdí el equilibrio también.
El cuerpo de Lía cayó hacia adelante con toda la fuerza, la tire con fuerza hacia mí, de tal forma que acabó encima de mi pecho. Un segundo después, giró contra mí, sus piernas se enredaron con las mías, instintivamente la rodeé con los brazos, no tanto para sostenerla sino para evitar que la caída fuera peor, aunque con mi cuerpo tenso no sabía si ella estaba consciente de mi tacto.
—Lo siento, lo siento —murmuró ella, con la voz casi ahogada —¡Ay, qué tonta soy! —Su mejilla reposó contra mi pecho, y pude sentir su aliento acelerado
Jamás hubiera imaginado que un accidente como ese provocaría la cantidad de sensaciones que me invadió, un vértigo dulce, mezcla de nervios y cariño, de calor y electricidad.
Mi respiración se entrecortó un instante, Intenté apartar una mechita de pelo colorido que caía sobre sus ojos y noté cómo mis dedos rozaron su piel suave y palida.
—¿Estás bien?
—Sí… creo que sí —dijo, levantando apenas la cabeza para mirar mis ojos —Bueno, me duele un poco la rodilla, pero no es grave. —Su voz fue apenas un susurro.
Me di cuenta de que, a pesar de mi instinto de mantener orden, ella había demostrado, una vez más, que algunos momentos estaban más allá de las reglas.
Respiré profundo y la ayudé a levantarse. La tomé de la cintura, la empujé suavemente para que sus pies volvieran a tocar el suelo, comprobé que no hubiera huesos rotos ni esguinces graves. Ella se quedó quieta, apoyada contra mi pecho, y yo la sostuve con cuidado, notando cómo mi mano temblaba un poco al rozar su pecho contra el mio.
—Gracias —dijo en un susurro —Eres un héroe de cocina, lo juro.
Por un instante, nos quedamos así, en silencio, luego ella se excusó, volviendo en si, haciendo un gesto de apartarse, y noté que sus mejillas se encontraban sonrojadas.
—Haré un poco de limpieza. Tú descansa… y quizá sí te vendría bien una compresa de agua fría para la rodilla. —Le pasé un brazo por la espalda para reconfortarla, intentando que las cosas no se fueran por otro lado.