Travesuras del Corazón.

13.

Era demasiado temprano esa mañana, demasiado para escuchar el sonido de Leo gritando desde la habitación que “tenía hambre y quería pancakes en ese mismo instante”.

Me encontraba haciendo mi rutina diaria antes de empezar a trabajar, había quedado en revisar unos números antes de ir a la oficina, mientras Lía se encargaba de la preparación del desayuno y el almuerzo. Mi estómago rugió hambriento pero no deseaba bajar a la cocina, no después del incidente del dia anterior, me obligué a recordar que la agenda estaba llena de llamadas, de correos, y de mil cosas más que hacer y traté de ignorar ese gruñido poniéndome la corbata y revisando datos en mi portátil.

Baje a la cocina encontrandome con una escena particular, Lía se movía por toda la cocina con naturalidad usando un pijama entero de un dragon de colores, con capucha y todo, algo interesante de ver, hablaba con Leo sobre algún truco nuevo que había inventado en el parque. Yo los observé durante unos segundos desde la puerta sintiendo una punzada extraña en el pecho.

«Esto se siente bien» pensé. «Lo que sea que esté pasando, es bueno.» Me quedé con esa imagen, hasta que un timbre en mi teléfono me devolvió a la realidad, era un mensaje de texto de un cliente, una pregunta sobre presupuestos, nada fuera de lo normal.

Contesté el mensaje rápido, luego cerré el teléfono y volví a lo mío, sin embargo, cuando quise ponerlo en la mesa del comedor, la pantalla del teléfono de Lia se iluminó sin yo haberla tocado, aparecía un aviso de “mensaje no leído”. Al levantar el teléfono, la pantalla de bloqueo brillo y vi que en el ícono de la app de mensajería aparecía un número de “nuevos mensajes”: tres. Tres mensajes que, en realidad, preferiría no haber visto.

Sin pensarlo demasiado, desbloqueé el teléfono y deslicé el dedo para abrir la conversación. El nombre en la parte superior de los chat decía “Julián (ex)”. El corazón me dio un vuelco tan grande que me costó tragar saliva, estaba con el pulso leyendo el primer mensaje…

“¿Sigues pensando en lo nuestro? He estado recordando lo bien que la pasábamos…”

No pude seguir leyendo, cerré los ojos y llevé el teléfono hacia mi pecho como si esas palabras pudieran quemar mi piel.

«Esto no debería importarme», me repetí mentalmente.

Dejé el teléfono en la mesa y salí de allí, necesitaba aire, necesitaba pensar sin la tentación de aquel chat, crucé el pasillo hacia mi oficina, me senté en el respaldo del sillón, y me froté las manos contra la cara. Traté de respirar despacio

¿Por qué me sentía tan celoso? ¿Por qué me afectaba eso? Era solo la niñera de mi hijo, nada más que eso. Una mujer que entró a mi casa como huracán y que se hacía cargo de hacerlo feliz, de hacerme feliz. Sacudo la cabeza un par de veces para alejar los pensamientos. En ese momento entendí que lo que sentía eran celos, una mezcla de miedo a perderla.

Pasaron algunos minutos, en la cocina escuché a Lía cantar suavemente mientras terminaba de preparar el desayuno. Fue en ese instante que decidí que tenía que hablar con ella, quizá no debía mencionar a Julián de inmediato. Me levanté, notando que mi camisa estaba pegajosa de sudor nervioso y di unos pasos hacia la cocina.

La encontré inclinada sobre la estufa, girando la cuchara en una olla con avena caliente para Leo, su colorido cabello se movía al compás de sus movimientos y, por un breve instante, mi molestia se disipó al verla.

—Lía… —dije con cuidado—. ¿Podemos hablar un momento? En mi oficina.

—Claro, Adam. —Le hice un ademán para que me siguiera a la cocina, puso el desayuno frente a Leo y me siguió rápidamente, cuando entro a la oficina cerré la puerta tras de ella, no quería que Leo escuchara lo que tenía que decirle. —¿Pasó algo? —Por un instante me quedé mudo. Recordé el mensaje, luego recordé que no éramos nada, que no podía hacerle un reclamo por hablar con su exnovio, solo era su jefe, un jefe que no debía meterse en sus cosas personales, pero algo me empujaba a hacerlo.

—Vi tu teléfono… vi que estabas chateando con… con un tal Julián. —Ella parpadeó un poco confundida y a la vez nerviosa.

—Sí… Hablamos un rato esta mañana —habló tratando de parecer tranquila, pero sabía que no lo estaba. —Nada importante, es un viejo amigo, uno que hace mucho se alejo de mi, nada mas. —Vi en sus ojos que intentaba evitar que yo supiera el resto del contexto. Me mordí la lengua un poco para tratar de no hacerle más preguntas de las necesarias, pero me moría por saber la verdad, por saber qué sucedió realmente aunque no sabía exactamente por qué.

—No quiero que hables con él. —su mueca de extrañeza me detuvo en seco, ¿que estaba haciendo? —Me refiero a que, no quiero que uses tu teléfono celular mientras cuidas de Leo, puede pasarle algo a mi hijo si no eres profesional y lo descuidas por contestar mensajes. ¡Necesitamos reglas! —Exclamé sintiendo un patán

—No quiero reglas… quiero confianza —se paró desafiante frente a mi. —No voy a descuidar a Leo por un mensaje, eres un patán al creer que soy poco profesional, el poco profesional eres tú al revisar mis pertenencias personales y más aún, al leer un chat confidencial. Mi teléfono no es público.

—Debo estar al pendiente de quien rodea a mi hijo.

—Pues mírate a un espejo, tú eres más peligroso para Leo que yo, a duras penas puedes pasar tiempo con él, y cada vez que lo haces todo termina en desastre. —mis ojos se abrieron de par en par.




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