Tren al Infierno

Capítulo 2 El Espejo Oscuro

No hubo un accidente. No hubo una explosión. Solo la fría y súbita certeza de que ya no estaban entre los vivos. Siete almas despiertan en la oscuridad perpetua de un vagón de tren que avanza a toda velocidad por un paisaje desolado e imposible. No hay conductor, no hay destino visible, solo el estruendo metálico de las ruedas sobre unos rieles que, según una leyenda susurrada al oído por una voz incorpórea, conducen directamente a las puertas del Infierno.

Cada uno de los siete pasajeros porta en su alma la marca invisible de un Pecado Capital, un lastre que los arrastra hacia la condenación. Para ganar una segunda oportunidad inexistente, o quizá solo para retrasar lo inevitable, la entidad que gobierna el tren les impone un macabro ritual: deben confesar, uno a uno, la verdadera historia de sus vidas y cómo su pecado los definió, corrompió y, finalmente, los mató.

Así comienza un viaje a través de sus propias almas:

· El Orgullo, un cirujano arrogante que dejó morir a un paciente por no admitir un error.

· La Avaricia, una ejecutiva despiadada que destruyó miles de vidas por un puñado de millones.

· La Lujuria, un artista obsesivo cuyas musas terminaban siempre en tragedia.

· La Ira, un hombre aparentemente tranquilo cuyo rencor acumulado estalló en un baño de sangre.

· La Gula, una mujer que devoró su vida, sus relaciones y su salud en un abismo de excesos.

· La Envidia, una amiga que anhelaba con tanta fuerza la vida de los demás que decidió arrebatársela.

· La Pereza, un joven cuya indolencia fue el arma letal que condenó a quienes dependían de él.

Con cada confesión, el tren se transforma. Los recuerdos se materializan en los pasillos, los pecados toman forma en las ventanas y el vagón se convierte en un espejo de sus tormentos internos. Pero a medida que las historias se revelan, se dan cuenta de que no están solos por casualidad. Sus destinos están entrelazados de manera siniestra, y las confesiones no son para redimirles, sino para atarles más fuerte a su castigo eterno.

"Tren al Infierno" es un viaje claustrofóbico y psicológico donde el mayor misterio no es a dónde van, sino el horror que llevan dentro. Y la pregunta que los aterra: cuando el tren se detenga, ¿qué les espera en el andén final?

La oscuridad no era la ausencia de luz, sino una sustancia en sí misma, espesa, fría y consciente. Fue desde ese vacío primordial que la conciencia de Elías se reconstituyó, no con un suave despertar, sino con el brutal tirón de la existencia. No había un cuerpo, no en el sentido terrenal, y sin embargo, sentía el áspero tacto de la tela bajo sus dedos, el frío del metal contra su espalda. Un traqueteo sordo y rítmico llenaba el silencio, un sonido que se colaba en los huesos que ya no tenía.

Abrió los ojos que creía perdidos.

Estaba en un vagón de tren, antiquísimo. Las lámparas de gas colgaban del techo, proyectando parpadeantes óvalos de luz amarillenta que no lograban disipar las sombras densas en los rincones. El aire olía a óxido, a cenizas frías y a algo más, algo agrio y metálico, como el miedo mismo hecho aroma.

No estaba solo.

A su alrededor, otras seis figuras se incorporaban lentamente, con la misma confusión y el mismo terror mudos en sus miradas. Una mujer de traje impecable, sus joyas brillando de forma obscena en la penumbra; un hombre con las manos calludas y un brillo de violencia contenida en los ojos; una joven de belleza etérea y vacía; un hombre obeso que respiraba con dificultad; otro con una sonrisa torcida de envidia y resentimiento; y una última figura, joven, cuya postura gritaba una indolencia incluso en medio del pánico.

Antes de que alguno pudiera articular una palabra, la voz surgió. No provenía de ningún sitio y de todos a la vez. Era un susurro grave que resonaba dentro de sus mismas almas, una caricia de hielo en la conciencia.

"Bienvenidos al Expreso de las Almas Perdidas. El viaje hacia su destino final ha comenzado."

La mujer del traje caro, la Avaricia, encontró la voz primero, afilada y desafiante. "¿Qué es este disparate? ¿Un secuestro? ¡Exijo una explicación!"

El susurro helado respondió, impregnado de una burla antigua. "No hay nada que exigir. Solo hay que escuchar. Murieron. Sus corazones cesaron, su aliento se extinguió. Y ahora, son carga para este convoy. Carga marcada."

"Cada uno de ustedes lleva consigo la mancha de un Pecado Capital, un fardo tan pesado que ha torcido su destino hacia este único riel. Son el Orgullo, la Avaricia, la Lujuria, la Ira, la Gula, la Envidia y la Pereza."

Las palabras flotaron en el aire, pesadas como losas. Elías, el Orgullo, sintió una punzada de indignación. ¿A quién se creía ese... eso... para juzgarle?

"El tren no se detendrá. Avanza hacia las puertas del Infierno, donde su tormento será eterno. Pero... se les ofrece una ceremonia. Un último ritual." La voz hizo una pausa, saboreando su siguiente frase. "Confiesen. Relátense los unos a los otros la verdad de sus vidas. Cómo su pecado los moldeó, los corrompió y, finalmente, los mató. No para limpiarse, pues ya es demasiado tarde para eso, sino para comprender la profundidad de su caída."

El silencio que siguió fue más aterrador que la voz. Fuera de las ventanas, no había paisaje. Solo un vacío negro y absoluto, un abismo que devoraba la luz y la esperanza.




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