Tren al Infierno

Capítulo 7 El Hambre Eterna

Mi nombre es Clara Durán. Y durante treinta y tres años, no viví… devoré.

Mi vida fue un intento constante de llenar un agujero. Un vacío que llevaba dentro desde que tengo memoria, negro y silencioso, que absorbía todo lo que tocaba. Y yo le arrojaba cosas, cualquier cosa, con la desesperación de quien intenta apagar un fuego con gasolina.

Comencé con la comida, por supuesto. No era hambre, era ansiedad. Era el único momento en que el zumbido en mi cabeza se callaba: cuando mi boca estaba llena. Los azúcares grasos, los carbohidratos blandos, la sal que quemaba… eran mis tranquilizantes. Mi cuerpo se expandió, se convirtió en un paisaje de curvas y pliegues que intentaba, sin éxito, contener la nada que sentía. Cada rollo de grasa era otra capa de relleno para el vacío.

Pero la comida no era suficiente. Necesitaba más. Devoraba series de televisión, maratones enteros hasta que los ojos me ardían. Deslizaba el dedo sobre las redes sociales, consumiendo vidas ajenas, tragándome la felicidad falsa de los demás como si pudiera digerirla y hacerla mía. Compras online. Paquetes que llegaban a mi puerta, llenos de cosas que no necesitaba, cuyo único propósito era el momento efímero de rasgar el cartón. Sentía una punzada de emoción, y luego… nada. Solo más embalaje para tirar al abismo.

Las relaciones eran lo peor. Los hombres eran el plato principal. Me tragaba su atención, sus cumplidos, sus promesas. Los consumía con una necesidad voraz, chupando su energía, su amor, su paciencia, hasta que se agotaban o huían. Y entonces, buscaba al siguiente. No era amor. Era canibalismo emocional. Dejaba cadáveres exhaustos a mi paso, y yo seguía hambrienta.

Todo era un festín de significados. Hasta él.

Se llamaba Leo. Era diferente. Tranquilo, sólido. No era un manjar excitante; prometía ser un alimento sustancioso. Con él, por un tiempo, el hambre pareció calmarse. Intenté domesticar mi apetito, mordisquear en lugar de tragar. Pero el vacío rugía, exigiendo más.

Comencé a sabotearlo. A crear dramas, a exigir pruebas de amor imposibles, a devorar su paz con mi necesidad insaciable. Quería que él llenara el agujero, que fuera la comida, la serie, la compra y el hombre perfectos, todo en uno. Lo presioné, lo agoté, lo consumí.

La noche que me dejó, dijo algo que aún me quema: "Clara, no es que tengas hambre. Es que eres el hambre misma. Y no hay amor en el mundo que pueda saciar un agujero sin fondo".

Su partida fue el último bocado. Y como siempre, después de comer, solo quedó el vacío, pero esta vez era más grande y resonante que nunca.

Mi fin no fue dramático. Fue la consecuencia lógica. Un ataque al corazón. Mi propio cuerpo, tan lleno de todo lo que había ingerido, decidió reventar bajo el peso de tanta nada. Me desplomé en mi sofá, rodeada de envoltorios de comida para llevar, con la pantalla del televisor encendida, iluminando un living lleno de cosas y absolutamente vacío.

Y ahora estoy aquí. En este tren que avanza hacia una oscuridad que conozco bien. Y el vacío que siempre intenté llenar… ahora es todo lo que hay. No hay comida, no hay distracciones, no hay amantes que consumir. Solo yo y el hambre. El hambre eterna, insaciable, que finalmente se ha convertido en mi única y verdadera compañía.

La Gula, querido lector, no se trata de la comida. Se trata del terror a estar a solas con el vacío que llevas dentro. Y créeme, no importa cuánto tragues, el vacío siempre gana. Porque al final, te das cuenta de que no estabas tratando de llenarte… solo estabas intentando ahogar el sonido de tu propia alma, pidiendo ayuda a gritos en un pozo sin fondo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.