Los besos tenían un matiz entre frenesí y cariño, se había recortado las uñas pero aún así rasguñaban y eso hacía mis músculos vibrar de vida. Mis dedos se hundían en ella, lentos, suaves, duros y luego rápidos mientras mi boca viajaba por sus pechos.
Julieta gemía y cerraba los ojos en deleite cuando subía la intensidad. Sabía que solo era cuestión de tiempo para que iniciáramos nuestra pequeña guerra. No siempre era así, pero hoy parecía ser uno de esos momentos. Intento tomar el control y entre besos y mordiscos tuvimos nuestra pequeña lucha entre las sábanas, y por supuesto ambas ganamos la vida, el sudor y la calma del éxtasis.
Ahora era muy distinto, ya no había guerra, y las sábanas cubrían nuestros cuerpos vestidos mientras nos envolvíamos en un abrazo casi fraternal. Había llegado la luz en cuanto el granizo dejo de caer y el resplandor había despertado a Julieta. No dijimos mucho sobre nada en particular, las risas, los roces y las miradas aún estaban allí, pero ahora todo era de un color distinto.
Después de la cena, Julieta había insistido en que durmiera con ella y entre su olor y su voz no pude evitar recordar la última vez que estuvimos juntas, como un recuerdo precioso y nostálgico.
Esa era su última noche conmigo, no sabía si la volvería a ver a ella, pero ya quería volver a ver a Vic.