El cielo se torna gris oscuro, al ser cubierto de gruesas nubes. El viento sopla violentamente, parece que todos los árboles serán arrancados al mismo tiempo, desde sus raíces, es como si un gran huracán atormentara nuestro mundo, sin piedad alguna. Lo curioso es que no estamos en temporada de huracanes.
El aguacero está a punto de llegar a mi ciudad. Las gotas caen con un ritmo lento, anunciando la llegada del gran tifón, pero con el paso del tiempo, el ritmo va en aumento.
El aroma a muerte se percibía en el viento furioso y sediento de venganza hacia la humanidad.
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“¿A quién se le ocurre salir de su casa con éste terrible clima?” pienso.
Acelero mi paso, aunque no se nota mucho la diferencia. El aire se opone a que yo avance más rápido. Los árboles se agitan incansablemente y sólo siento como el viento me quiere lanzar lejos de mi hogar.
En varias ocasiones abrazo a los árboles, aferrándome a las ganas de seguir en el suelo, para volver a ver a mis padres y amigos que son mi única familia. Lo más valioso que tengo en el mundo.
Se escucha el viento, como si un titán estuviera azotando el planeta con un látigo gigantesco, sin clemencia alguna, para los humanos, que ya lo hemos lastimado durante tantos siglos. Ahora, nuestro planeta se ha convertido en el peor enemigo, y nuestras oportunidades para vencerlo son nulas, debido al desinterés del medio ambiente.
Deseo llegar a mi pequeña casa. Pienso en todas las personas y en lo poco que les importa cuidar el medio ambiente, recuerdo cómo tiran la basura en los mares y ríos, como queman basura, entre otros terribles males, como las monstruosas fábricas que emiten gases tóxicos y otros desechos.
Abro el portón de madera que amenaza con darme un portazo en la cara. El viento se está volviendo más feroz con el paso del tiempo, llegué a la puerta principal, la abro para entrar. Veo a mis padres abrazados, sentados en uno de los sillones grises, en el otro está Deniel y Abigail esperando ansiosos, moviendo los pies continuamente y tamborileando los dedos en la mesa de al lado.
Cruzó el umbral. Respirando a duras penas por el esfuerzo que hice al llegar hasta aquí, no puedo creer lo cansada que estoy y eso que sólo fueron dos calles, que parecieron un par de kilómetros.
Al verme, se abalanzan sobre mí.
—Izy ¿cómo estás? —dice Deniel mientras corre, para abrazarme.
—Hija ¿dónde te habías metido? —cuestionó mi madre, abrazándome en cuanto Deniel me soltó.
—Nos tenías muy preocupados —dijo mi padre acercándose, para abrazarnos a mamá y a mí, tan fuerte que nos podría sacar los pulmones. Fue algo lindo e incómodo.
—¡Tarada! No vuelvas a hacer eso —me replicó Abigail, primero dándome un fuerte golpe con el puño cerrado, en el antebrazo y después abrazándome —nos tenías muy preocupados.
—Lo siento —dije.
—No te preocupes, querida. Lo bueno es que ya estás aquí —dijo mamá.
—¿Alguien sabe qué rayos está pasando allá afuera? —Respire hondo y decidí cambiar un poco de tema, para relajar a mis padres —Sí, mamá. Lo bueno es que todos estamos a salvo, aunque, no pensé que todo esto fuera a pasar. El día de hoy decidí iniciar con una caminata matutina, en el parque que queda a dos cuadras de aquí, pero creo que no fue una buena idea —dije fingiendo una sonrisa y rascándome la parte de atrás de la cabeza.
—Con razón está pasando todo esto —se burló Deniel, observando mi rostro fijamente con sus ojos gris claro y su sonrisa tonta.
—¡Deniel! —le grité, enfadada.
—¡Izy, la desencadenante de los huracanes apocalípticos! —exclamó Abigail como si fuera la jefa de algún periódico anunciando su siguiente titular.
—¡Aby! —dije. Teniendo en cuenta que me odiaría por decirle así.
—Hija, es la verdad, tú y el ejercicio no se llevan bien —dijo mi padre apoyando a Deniel y Abigail.
—¡Papá! —dije sintiendo el calor en mis mejillas.
Recordé todo lo que estaba pasando fuera de la casa y me invadió la curiosidad, mordí mis uñas, tratando de pensar las palabras correctas, pero mis frases salieron como si tropezaran una con la otra —¿Alguien puede explicarme… que rayos… está pasando afuera? En las noticias de mi móvil no decía que…. un huracán iba a azotar la ciudad.
—No lo sabemos. Todo esto fue sin previo aviso, como dices, ni siquiera en el pronóstico del tiempo mencionan algo sobre un huracán, habían dicho que estaría soleado. Intentaré averiguar qué es lo que está pasando —terminó mi padre con tono solemne. Como si él pudiera arreglar este desastre.
—Todo saldrá bien —dijo ella no muy convencida.
—¡Izy! —escuché mi nombre. La voz era suave y fantasmal, como esas que escuchas en medio de la noche, mientras duermes profundamente. La curiosidad no se hizo esperar, escuché de nuevo mi nombre y esta vez sí pude percibir de dónde venía esa extraña voz. Era de mi habitación.