Tres días en la oscuridad

17. La sombra

Movió su mano, hacia el costado e hizo un ademán de suspender un objeto invisible en el aire, pero en realidad  era un montón de brea gris que se levantó del suelo, con la figura de un hombre no tan alto, con sobrepeso, poco a poco descubrí que era de tez morena, ojos café oscuro y tenía barba. Al final, el hombre sacó aire de sus pulmones y se enderezó dejando ver su rostro.

—¡Abuelo! —pronuncié las palabras con sorpresa y tratando de controlar mis emociones.

—Hola Izy —dijo mi abuelo, sonriendo a escondidas de su captor.

—¿Qué demonios quieres hacer con él? —traté de gritar, pero la voz salió temblorosa y tenía un nudo en la garganta. Trataba de no ver a mi abuelo, porque me echaría a llorar o iría corriendo a abrazarlo. Ninguna de las dos opciones eran buenas y menos cuando el oponente era un demonio de alto grado. JAMÁS CONFÍES EN UN DEMONIO.

—¡Oh, tranquila niña! —dijo sarcásticamente —Lo único que haré con tu pobre abuelo es transformarlo en el líder de los licántropos más poderosos del infierno, sin voluntad propia, él nada más, me obedecerá a mí. Mientras, que… —lo interrumpí.

—No te atrevas, maldito bastardo —grité.

—Sígueme adorando pequeña, me das más poder con tu odio. Además yo fui quien secuestro a tu hermano Zeke —dijo el maldito provocándome. Mis manos me temblaban y ya no podía hablar, la furia era demasiada y ahora sabía quién fue el bastardo que se llevó a mi hermanito, para al fin vengarlo.

Pero…

En ese instante me di cuenta que la paz interior y el amor a los demás, son la solución que mi abuelo no pudo terminar de escribir, en su diario, aquella noche cuando lo habían asesinado… o más bien secuestrado.

 

Hace aproximadamente diez años, estaba leyendo un cuento, sentada en mi cama con mi gatito Nieve en los pies, estábamos cerca de la ventana escuchando la lluvia. Mamá se veía preocupada, pero no decía el porqué. Me acerqué a ella y le di un fuerte abrazo, tratando de tranquilizarla.

—Todo va a estar bien, mamá —le dije pensando que eso era mejor que preguntar.

—Lo sé, hija, pero tengo un mal presentimiento. Tu abuelo no contesta el teléfono. Creo que lo mejor, es ir a buscarlo a la cabaña.

—Yo te acompaño, mamá. Pasemos por papá al trabajo y vamos a buscarlo —propuse. 

Mi abuela hace varios años había muerto de un ataque al corazón, su muerte me había hecho llorar noche tras noche, me destrozó poco a poco, otra perdida iba a ser desgarrador para mi pequeño corazón, mal herido.

Sin hablar más, subimos al carro y pasamos a la escuela donde trabajaba mi papá, él subió al lugar del piloto, después de que mi madre se cambiará al del copiloto, mientras yo seguía atrás. Mamá le susurraba a mi padre lo que había pasado, yo era pequeña, pero entendía mucho de lo que estaba  pasando, tenía nueve años de edad. Una extraña sensación, como un mal presentimiento me invadió, haciéndose presente en un constante temblor que recorría todo mi cuerpo.

Al llegar a la cabaña salí disparada del coche, azotando la puerta, corrí por el medio del jardín descuidado de mi abuelo y al abrir la puerta, mis ojos se llenaron en lágrimas, él estaba tirado en el suelo, en medio de un gran charco de sangre y con grandes heridas en sus costados, que dejaban ver su carne y algunos huesos, mi grito resonó, hasta podría jurar que en todo el pueblo. Las lágrimas resbalaban incesantes por mis mejillas. El temblor en mi cuerpo se hizo más constante.

En la parte de atrás de la casa de mi abuelo Dante, había una entrada a un pequeño bosque llamado ojos de ángel, el mismo lugar donde había desaparecido Zeke, sin pensar me interné en él, dejando atrás todo rastro de la sociedad, incluyendo a mi padre y mi madre, desde que mi hermano Zeke había sido secuestrado en aquel lugar, sólo entraba con mi abuelo a pasear, el intentaba que le perdiera el miedo. Lo cual poco a poco, lo fue logrando con el paso de los años, hasta que aquel recuerdo quedó en una de las puertas del olvido y hace unas horas la volví a abrir.

 

Una lagrima rodo por mi mejilla al recordar a Zeke. 

 

Mi abuelo me llevaba a un pequeño quiosco donde me contaba historias fantásticas, dibujamos y pintamos los hermosos paisajes que nos rodeaban, árboles por todos lados, un lago en frente, conejos, venados y una que otra criatura que no lograba ver a simple vista.  

Corrí sin parar hacia ese quiosco, donde pase parte de mi infancia. Al llegar, me senté en la banca que estaba cerca del lago, mis lágrimas brotaban aún más intensamente, mientras mis sollozos se volvían más recurrentes, miré hacia abajo, la imagen de mi abuelo destrozado no paraba de perseguirme.

Sacudí mi cabeza tratando de borrar aquella terrible imagen. Observé el agua, estaba cristalina y serena, atreves de ella logré ver un cofre de madera, se veía en estado de descomposición por el tiempo, me tallé los ojos tratando de darme cuenta si era real lo que veía o no. Salté del quiosco, que no estaba muy alto, caí en la fría agua sin recordar que era invierno y a pesar del frío que dominaba. Me decidí a sacar el cofre del agua. Eso me hacía concentrarme, en otra cosa que no fuera la muerte de mi querido abuelo.

Metí mis manos en el agua, la mayor parte de mi ropa ya estaba empapada, la curiosidad y el frío ahogaban el dolor de mi pérdida.



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En el texto hay: angeles, demonios, apocalipsis

Editado: 01.11.2020

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