Observé al suelo y miles de personas nos veían desde la superficie de la tierra, sabía que mis padres estarían viendo todo el espectáculo que estábamos montando, me imaginaba los rostros de todos, asombrados por lo que estaban viendo, muchos buscaban binoculares para apreciar mejor la escena o cámaras con Zoom muy alto, que habían funcionado de nuevo, ahora que los tres días en la oscuridad han terminado. Aún no he encontrado una explicación sobre ninguno de estos sucesos.
“Espero que mis padres y mis abuelos estén bien” pensé.
Cada batallón estaba conformado por mil ángeles y el del enemigo por aproximadamente ochocientos demonios de distintas clases, desde los más pequeños hasta los más monstruosos que sobre volábamos el cielo, éramos casi incontables.
Los humanos que habían sobrevivido al apocalipsis, era pocos a comparación de todos los demonios y ángeles que estábamos en el campo de lucha, fueron más las personas que perecieron a causa de su propia maldad.
En la primera fila del enemigo había tres demonios montando caballos negros con alas, él del centro era Rey de los demonios, a la izquierda estaba una mujer vestida con cuero oscuro (no conocía su nombre), pero parecía ser muy poderosa y a la derecha estaba Arex. Ese maldito traidor.
Las armas que usamos en el campo de batalla o mejor dicho cielo de batalla, eran armas metamórficas. Podían transformarse en lanzas, espadas, dagas, ballestas, arcos y flechas infinitas.
No podía evitar sentir cierta ansiedad. Respire hondo tratando de controlar mi nerviosismo. De repente, se volvieron a escuchar las trompetas, todos sabíamos lo que teníamos que hacer (aunque no lo hubieran mencionado). Avanzamos hacia las tropas enemigas y ellos hacia nosotros. El revolotear de las alas se escuchaba, sólo faltaba una orden para que la batalla diera inicio.
Tres demonios de segundo rango encabezan el primer batallón, estaba conformado por los drazhan, el siguiente de licántropos que iban sobre enormes dragones oscuros con ojos naranjas, después le seguían los vampiros en su forma demoniaca con alas (como gárgolas) y al final ángeles caídos gigantescos.
Antes de que la orden de ataque fuera dicha. Una fisura por debajo de nosotros se abrió, era aún más oscura que el cielo, una fuerza extraña nos quería introducir en ella, el vacío nos helaba hasta los huesos. Era un ataque sorpresa de nuestro enemigo, estaba más que claro que no se podía confiar en ellos.
—¡Salgamos de este lugar! —se escuchó la voz de Gabriel.
Pero Rafael y Miguel ya estaban luchando contra Arex y la mujer demonio, de cabello corto hasta el hombro, liso y negro. Todo apestaba a amoniaco.
Miguel dijo una frase inentendible, parecía un idioma ancestral, por un momento pensé que era latín, pero no fue así, era tan viejo como el universo. La fisura se cerró al instante, desafortunadamente, ya era demasiado tarde para muchos de nuestros compañeros, varios cientos de ángeles se habían ido a lo más profundo del infierno, por medio de la fisura, era un portal.
“Nuestro sacrificio, es la salvación de la humanidad” pensé.
Transformé a Arya en un arco y flechas con su carcaj, que colgaba de mi cintura. Un demonio drazhan corrió hacia donde estábamos, puse dos flechas al mismo tiempo y apunté al medio de sus ojos negros, en el momento en el que el demonio fue herido, se cubrió de fuego y se desintegró en cenizas. Después, por el otro lado, un maldito vampiro volaba ágil, entre las nubes con sus alas negras. Convertí a Arya en una espada y le corté el cuello con una embestida, en cuestión de segundos se desintegraba, pasaba justamente lo mismo con el cuerpo de todos los demás demonios cuando eran asesinados, algunos eran simples de matar, pero otros nos estaban causando problemas, muchos problemas.
La ceniza formaba espesas nubes de polvo por todo el planeta, así era mejor, para los humanos, ellos ya tenían suficiente traume con todo lo que había pasado en los días anteriores. Los ángeles al morir regresaban a su hogar de donde no podrían salir nunca más, a menos que, otra gran guerra se desencadene.
—Tengo algo que hacer. —Dije —Yo me encargaré del Oscuro, el demonio que tanto hizo sufrir a mi familia y sé que Abigail se encargará de Arex, el maldito mentiroso, mientras los demás acabarán a la bruja negra —dije, mientras volaba hacia el lugar donde estaba el Oscuro, montando al caballo de la muerte, tan negro como las profundidades del abismo. El mal nacido me miró a lo lejos, sonrió, bajó del caballo y desplegó un par de alas de Dragón.
—Sabía que volvería a verte hermosa —dijo mientras escupía al aire —eres tan terca que no podrías rendir fácilmente, una niñita estúpida, que viene aleteando hacia mi, como una insignificante mariquita, pero esta vez, yo ganare y veré caer a todos los de tu especie —al terminar soltó una estrepitosa carcajada, que estuvo a punto de hacerme retroceder, pero me mantuve firme.
Miré a lo lejos donde estaban los demás ángeles, tenían heridas, pero no eran de gravedad. El Oscuro estaba lejos de la zona de batalla y ahora, yo estaba frente a frente con el mal nacido, iba a ser una pelea justa uno a uno, preparé a Arya haciéndola crecer en sus dimensiones, está brillaba dorada como los rayos del sol, que tanto anhelaba ver de nuevo, y sentirlos sobre mi piel.
—¡Ca-lla-te! —dije entre dientes, me temblaba la mandíbula, lo único que me faltaba, era gritar del terrible coraje que sentía.