Una vez que venció el miedo a la pared de agua en la habitación de Tilus Motfals, la joven eiquel decidió entrar siendo arrastrada con fuerza al centro, no paso unos segundos que cayó en el espacio sin líquido, aquel donde crecía el pasto verde, cuando pudo respirar calmada miró la luz azul flotante y sin dolor de su pecho salió una esfera de luz roja que ascendió hasta la azul para integrarla, desplomándose al acto las paredes de agua. Tenía miedo de ahogarse, intento nadar hasta arriba, pero era arrastrada como por un drenaje, y se dio por vencida.
Cuando volvió en si estaba en el abinol, en la absoluta oscuridad de la creación; sintió que el viento soplaba desde abajo y saco sus alas para que alumbrara algo, incluso esa luz fue consumida, trato de mantenerse valiente en ese tenebroso lugar donde no se sentía temperatura, esperaba por Tilus, de repente un niño le hablo, se alegró porque era la voz que quería escuchar.
—¿Dónde estoy Tilus?
—En mi lugar, solo a partir de mi lugar puedo ponerte a prueba.
—Tengo miedo Tilus.
—No va a ser fácil, puede que te duela, pero si salvas al bebé entonces serás como Asgui para mí.
—¿Ese bebé es importante?
—Él nos salvara cuando lo necesitemos, tu nacerías para salvarlo, por eso no tengas miedo.
—Está bien, lo hare, intentare salvar al bebé; puedes llévame —tomo aire como si tuviese que sumergirse de nuevo.
Unas voces la llamaban en un lenguaje desconocido, una mano movía su hombro con ansiedad, entonces la eiquel se levantó adolorida sintiendo el abrazo cálido de dos criaturas que la acariciaban animándole, ella era la más pequeña, y como un recuerdo de su pasado sabía que estaba entre hermanas. Solo les respondió acariciando una de las cabezas que la consolaba, no tenía muchos cabellos y sus orejas eran casi inexistentes, su mano recorrió el rostro casi plano por su nariz chata, el tamaño de sus ojos era enormes sin pestañas con un fino parpado, su boca fina y larga, de lengua bífida que escapaba de una comisura entre el tubérculo y bermellón del labio; de piel suave y con vellosidades gruesas, separadas bastante una de otra.
—Quiminao, Quiminao háblanos, ¿estas bien? —pudo entender que la llamaban en un idioma que se escuchaba como susurros de resoplidos y siseos; era su lenguaje secreto que interpretaban atreves de las vibraciones cuando golpeaban las vellosidades del brazo y cuello; sentía las palabras en su piel y llegaban a sus odios como melodías. El lugar tenía algo de luz que llegaba desde un ventiluz con barrotes de la puerta del calabozo y otro que daba a los picos de las cordilleras, así las pudo contemplar con una visión en colores fluorescentes y apreciar sus pequeños cuerpos.
—No se angustien, estoy bien —le respondió mientras sentía que su lengua salía, vibraba en fonación de cuasi palabras, incluso sintió en sus vellosidades la emisión de consuelo que quiso darles.
—No te aflijas Laomao, él se la llevo, ayudémosle a descansar —dijo la que estaba aferrada a Silma y acariciaba el rostro de su hermana mayor. Eran criaturas apenas púberas pera su etnia de criaturas pequeña; el más alto de todos podía medir tan solo ciento sesenta centímetros; sus manos tenían cuatro dedos con un pulgar, además de brazos largos; sus piernas eran cortas de andar parecido a los gorilas; vestían harapos que alguna vez fueron túnicas de su cultura.
En su hermoso jardín las lianas abundaban, era una forma de desplazarse, escalaban árboles gigantescos, nadaban en aguas cristalinas bajo la luz de su vieja estrella. De ciudades pequeñas, pero había tantas como la naturaleza les permitía construir, el cielo era dominado por bestias usadas como transporte y sobre el suelo casi siempre una que otra lluvia bañaba la vegetación y dejaba tras su paso un espejo sonoro, como en todos los suelos inúndales, que maravilloso lugar fue su casa. La vida se dividía en el andar sobre el océano y las extensas llanuras de gigantescos bosques; atrás había quedado todo para estas criaturas, en ese momento se redujeron a ser mascotas de un Ialu.
—Timiquimi, llevémosla al jergón y descansemos un poco por hoy —le dijo Laomao y cargaron a Silma que exhausta del dolor se había vuelto a dormir en los brazos de sus hermanas. Era un calabozo silencioso, sin custodia, ya la cárcel se había formado en sus cabezas y aunque se le olvidasen echarle el pasador a la puerta, ellas no huirían.
Pasaron horas que perdí la cuenta, lo que paso después marcaria la historia para muchas criaturas y más para ellas. En un momento la puerta se abrió y entro un mutgon ultlit, un cualchoctlo, que tomo el aro de hierro colgado al costado de la puerta, a este se unían tres cadenas con grillete que terminaba en su collar donde se ajustaba una clavija y se colocaba el candando. El sonido metálico de la traba se escuchó alzarse entrando a levantarlas con brusquedad, les coloco las cadenas como si fueran sabuesos caza. Caminaron apresuradas tratando de seguirle el ritmo al mutgon; Silma algo adolorida intentaba lograr que su cadena no se tensara y termine arrastrándola. Cuando salieron del palacio sombrío y húmedo cavado en la montaña protegido por un volfandir de ill, los vientos helados de la sima congelaban sus pieles poco cubiertas; ahí las espera su dueño, entonces fueron entregadas al Ialu y este las arrastro hasta una especie de vagón que tomaron dos moliuxcloxes. También los acompaño en otros vagones un pequeño kerrier y entre las venticas subieron para desaparecer, lamento que no fue en otro jardín.
—Hemos visto demasiado, y conocido mucho Ilems Imn, perdón ¿Cuál es tu nombre ahora? —me dijo Eleiraquim.
—Héctor me llamo ahora —le respondí sonriendo sabiendo que entendió mi dolor y repudio—. Estar en este cuerpo humano me hace juez involuntario, solo es eso. Los humanos les ponen nombres a todas las cosas, algo que no vi en otros lugares, pero acá su condición fue llamada alguna vez homo sacer.
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Editado: 31.12.2023