Tres Jardines - Escucha lo que Habla

LA MADRE DE TODOS LOS HORRORES

El sonido pendular del reloj George III pavoneaba el suelo nivelado compitiendo por la soberanía del sonido con un fonógrafo que la señora había comprado años atrás, así entre el agudo pendular y el «claro de luna» —Sonata para piano n°14; Opus 27, n°2 en do sostenido menor, de Ludwig van Beethoven—, la luz matutina revelaba el espanto que ocurría en el comedor del palacio de las torres octogonales cuando Miras acompañaba a Meredith durante el desayuno. 

Era una de esas mañanas donde la mesa revelaba su otro uso. El joven al principio pensó que era inútil una mesa de tres metros con base de porcelana blanca y seis patas de garra, con su tablero lustroso de ébano africano oscuro dividido en dos partes: la primera de un metro donde acostumbraban a comer los invitados, la otra de dos metros donde comían los dux durante su alimentación, en esa ocasión sacaban el tablero dejando al descubierto una encimera con un leve desnivel circular terminando en un desagüe que recolectaba líquidos en un tacho balde de queroseno. Tenía sus anotaciones mentales sobre el ritual de alimentación; si los dux no se nutrían de esta guisa adaptativa sobrenatural le costaría abatimiento, de algún modo era la misma maldición del ayunante, confeccionado a medida para los varalayines agregándoles una inmunda cualidad propia del castigo divino.  

Los cananeos traían al pasillo del palacio de torres octogonales, gentes amordazada en un carro de camarero adaptado para la demanda, por la forma en que vestían podía especular su origen y por su tamaño la edad, lo que siempre le sorprendía era sus rostros, más allá de la facie de horror se percibía su bondad; ancianos, adultos y niños todos los que calificara para reponer las fuerzas perdidas y mantener la longevidad, raras veces llegaban mujeres, él pensaba que era por la dureza de la realidad ya que su supervivencia le imponía la perdida de inocencia, solo vio niñas una que otra ocasión y por lo general eran aborígenes de lugares que desconocía. A estos hombres se los paraban frente al dux, luego le sacaban la arpillera que ocultaba su cabeza y antes que pudieran emitir cualquier gemido su vitalidad era devorada por la dogaresa que dividía su mandíbula en dos como todos los músculos del cuello aparentando alas sin plumas, intentando emprender un vuelo vampírico y en el fondo del hueco oscuro de la garganta una luz difusa aspiraba cualquier rastro de energía de vida, apagando todas las usinas mitocondriales; al terminar los cananeos llevaban el cuerpo hasta la encimera, lo colocaban boca abajo y rasgaban sus ropas para descubrir la espalda, servían a la señora de un cuchillo de cuello para después retirarse hasta esperar el sonido de la campanilla de servicio. 

Y con la fuerza que le dotaba la buena comida a una velocidad jielms, como si tuviera mil brazos que corten y desgarre la carne para llevarlo con avidez a la boca antes que muriesen las células madres dadoras de vidas, habitantes de los tejidos del raquis, medula ósea y cerebro. Aunque las totipotenciales y pluripotentes eran un verdadero banquete cuando las encontraban. Esta comida solo un hambriento podía olerla, por eso las caserías eran lideradas por los varalayines y mutgones, no era tan fácil encontrar ese olor, el inconfundible aroma de una persona santa, aquella que conseguía un estado espiritual en el que los pecados mundanos no consumían sus conciencias liberadas de toda maldad. Era un grupo pequeño que nacía por generaciones, pero también estaban aquellos que transformaban sus vidas y cambiaban de olor, otros casos más comunes eran los niños que si bien no saciaba el hambre con su pureza les permitía reparar el cuerpo. Terminada la comida en la mesa de porcelana quedaban desperdigados trozos de vertebras, pedazos de carnes, un cuerpo abierto con costillas salientes donde los pulmones reposaban, de su cráneo y cuello solo había un hueco donde alguna estuvieron las cervicales, el cerebro y el cuero cabelludo.  

Era su dieciochoavo cuerpo, más veces fue hombre que mujer, esta era su primera anfitriona. A partir del mil setecientos Anno Domini las Akis observaron el cambio en el mundo humano y eso las alentó a probar con la identidad que nacieron en el Vielminiami. Cada noche de luna nueva debía alimentarse, si no lo hacía su cuerpo se volvía rígido para después obitar. Como cosa que solo ocurría en un jardín de penitencia donde toda criatura de carne o sustancia era encadenada al ritmo caótico y vicioso de ese universo; el peor de los pecados para los cuerpos vivientes era: la gula, acto que la obligaba a saciarse con lo prohibido, hecho que manifestaba su entidad en un mundo de humanos.  

Cuando Munmeailis llegó a través del galeonye de Taiemilia sus primeros anfitriones fueron dominados por la locura y caos a causa de tener una leiolms en un cuerpo sin vorimor. La echaban de los pueblos y vagaba por el desierto o los cementerios, hasta que un día la encontró Jack el primer llegado, quien después de mucho andar entre humanos descubrió que cada kerrier debía conseguir su propio anfitrión, no solo para ser matusalenos, sino para conocer, aprender y ganar poder en lugares donde los mutgones les llevaban ventajas y los humanos eran ambiciosos en igual medida. Anduvo una edad dejando sus kerrieres en todas las ciudades conocidas como: embajadores, espías o guerreros. Cambiar de cuerpo dependía del uso excesivo del mirtra; en los grandes enfrentamientos con mutgones, querras y humanos, sus anfitriones perdían vitalidad, si bien su mirtra era tan poderoso como el aliquen mutgon, la desventaja recaía en la débil carne humana. El tiempo en que ella tuvo sucesivos cuerpos fue durante las «Cruzadas Negras», llamadas así por los hasideos porque cuando en el mundo real los humanos tenían campaña de invasión y conquista en medio oriente, mientras que los pueblos del mal estaban peleando por pasillos y territorios. Cientos de leiolms murieron en la contienda, fue cuando entendieron que cada perdida era invaluable frente a los mutgones con sus inyaris; entonces los varalayines sin importar el rango del kerrier serian preservados como dioses para sus cananeos. 




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