Tres Jardines - Escucha lo que Habla

ENTRE GALLOS Y MEDIA NOCHE

Entrada la noche la lluvia seso y lo estimulo aquel el llamado natural y evolutivo a salir, quizás el dragón ya se había aburrido de pisar las nubes. Se levantó tratando de no despertar a su familia, camino con cuidado hasta la puerta del palafito intentado no quedar delatado por el ruido añoso del piso de madera, bajo con sigilo por la escalera dirigiéndose a la cocina a ver si todavía en la estufa de barro quedaba luz calórica, tomo una varita con la que removió el negro debajo de la parrilla encontrándose con una brasa rojiza, sopló para avivarla y tirando algo de yesca le devolvió el fuego, así encendió una vela que guardo en una lampara de ratán, se colocó su nón lá por si volvía a llover en el canino y apresurándose al inmenso mar de selva antes de que algún despierto por esas casualidades del destino lo viera marcharse en dirección del cultivo.  

Lê Los Tat Ngài fue bendecido por sus ancestros como pocos en la historia de su pueblo. Era visitado en sueños por visiones de un futuro donde el agua y el fuego danzaban junto a la sangre y los gritos, los demonios nacerían en su tierra, eso perturbaba su realidad y así como tenía un lado respetuoso de la espiritualidad, también tenía otro lado racional que justificaba la supervivencia de su familia. Al ser el único que entendía a los extranjeros era el designado a viajar a la gran ciudad para vender animales, en el mercado escuchó a unos franceses hablar sobre «él que concibe todos los deseos» y aunque entendía poco sobre las creencias occidentales igual resolvió intentar contactarlo. 

Pisaba charcos en su camino trazando un rumbo sonoro, en dirección que aislaba a todo espíritu del resto del mundo rígido de tradición supersticiosa. En esa noche insectos y animales alborotados le advertían de la estantigua, pero lejos de llenarse de cobardía tomaba como augurio de una decisión acertada. Cuando llego al campo de siembra rodeado de montañas donde el trabajo humano en piscinas de arroz yuxtapuestas en varias filas bajo el cielo nubarrado se entregaba temeroso al visitante; en uno de los senderos entre piscinas dejó la lampara y empezó a caminar de espaldas pronunciando con un torpe inglés un nombre, cada paso que lo alejaba de la luz lo hacía sentir un tonto, pero repetía el nombre sin reserva a salir corriendo ya que para él era más importante sus pesadillas que cualquier otra cosa exportada desde las bocas europeas, una vez en la intercepción de los senderos se detuvo al escuchar que alguien se acercaba desde su espalda. 

—Me has llamado y aquí estoy —le respondió una vos masculina en lengua muong de su etnia. 

—¿Thomas Brown? —dijo temblando. 

—Puedes girar —le respondió el varalayin. Tat no pudo saber del rojo cabello o la piel pálida, en la oscuridad lejana a la lampara que terminaba de sepultar su visión con la proyección de su propia sombra sobre el ente, solo pudo sentir que la cosa con forma de hombre era un gigante comparado con ellos.  

—¿Puedes concederme un deseo? —dijo tratando de controlar el temblor de cada uno de sus musculo, había validó la pena arrastrarse hasta allí y comprobar que podía escapar del destino de ese suelo. 

—Lo que me pidas a cambio de tu alma ese es el trato. 

—Estoy de acuerdo, toma mí alma a cambio de que me hagas un hombre rico y poderoso, que muchos me sirvan hasta su tumba para que yo reciba un bien. 

—Te daré lo que me pides y llegado el momento vendré por ti, ahora para cerrar el trato dime tu nombre y besa mi anillo —le extendió su mano donde brillaba un diamante con luz propia. El famélico muchacho inclinó su rostro sellando el trato con un beso—. Ahora vete según la forma, vive y espera por mí. 

En aquel segundo Tat sintió un vacío en su corazón, algo le faltaba porque de repente el miedo se fue como todo lo que alguna vez pensó que era repulsivo. Camino de espalda como al principio, pero sin dejar de mirar las siluetas de entre los senderos, regreso hasta la lampara agarrándola como gancho de apontaje para salir corriendo en dirección a la aldea; con cada zancada los animales aullaban de terror, el hechizo o la sustancia que lo envolvió también le separo del género humano.  

—¿Quién es tu djinn? —le pregunto Miras acercándose con una olla de cerámica perteneciente a una edad temprana de esa cultura. De tamaño mediano, dos agarraderas y una tapa, en el frente el rostro tenebroso de una criatura revelando sus intenciones. 

—Es un antiguo rey del desierto que perdió frente a Jack —se sacó el anillo guardándolo en la olla y está dentro de su abrigo Chesterfield azul marino con un bolsillo mágico—. Después de decidirte por un nombre necesitarás un djinn para atrapar humanos. 

—Todavía no entiendo el porqué de esto, de pedir su alma. 

—Solo los de abajo negociamos, no existe negocio con «los de halla», cuando los hombres negocian con nosotros un Volgo Akis viene por su luz y lo que queda de ellos nos pertenece —el joven lo escuchaba mientras caminaban en su pasillo y no entendía porque le mentía con descaro si sabía que él podría encontrar la verdad en otro lugar tarde o temprano ¿acaso otra vez le estaba poniendo a prueba? 

El pasillo de Thomas no fue una gran sorpresa comparado con el que había visto en Australia. Un extenso camino de ladrillo con parterres que decoraban el sendero junto a fuentes ornamentadas rectangulares, circulares y barrocas con la corona del rey limitaban las arboledas para finalizar en el palacio rectangular de tres plantas rodeados por una extensa fosa, engalanado con una opulenta cúpula plateada del renacentismo francés. Un paraíso barroco que fuera la envidia de un bendecido del clero; detrás un patio de armas y dos pabellones. Siguieron por el camino interminable con paisajismo de flora templada tan ajeno al monzónico del que llegaron. La electricidad había avanzado con el nuevo siglo convirtiendo a las velas en parte del pasado y era evidente que ese tipo de confort no se perdería un varalayin. 




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