Tres Jardines - Mirada al Oriente

LA LILEILILIAN Y EL EIQUEL

Silma se despertó en su habitación, estaba algo atontada. En los días anteriores había perdido la noción del tiempo y el espacio; todo lo vivido le pareció un sueño extraño del que casi perdió la vida. Lo acontecido en ese lugar jamás podría rebelarlo y como dice una frase trillada, «ese secreto se lo llevaría a la tumba». Ella había adquirido el compromiso de cuidar de Tilus Motfals hasta que su vida se extinguiese justo como si fuera un hijo; dispondría de su poder así defender a los débiles en Eorgilmunil, porque a partir de ese momento ella era la nueva Amalial del planeta. Se sentó en su cama y miró el cielo como lo hacía a menudo, permaneció callada un instante, estaba tratando de acostumbrarse a su cuerpo otra vez.  

 

—Mantieol... —susurró y de inmediato Tilus como si conociese el sentido en que quería el agua, hizo aparecer una esfera de cristal que atravesó el suelo como atraviesa una burbuja de jabón en el aire, pero a gran velocidad y a medida que se acercaba a su mano iba desacelerándose hasta quedarse justo antes ella; la agarró y está se dividió en un cuenco, beber ese líquido daba fin a su largo ayuno; se levantó soltando el cuenco como si conociera su destino, este se volvió a convertir en esfera atravesando el suelo de nuevo. Después de vestirse se enfiló a la cocina encontrándose con Melmones despierta; al principio se asustó, pero después resolvió entrar.  

 

—Ya te levantaste, que bien —sentenció—. Desayuna rápido has tu equipaje, tenemos que partir —se levantó—. Salgo un rato espérame —se dirigió a la puerta y Silma la siguió con su mirada—, porque vuelvo... —desapareció riéndose como loca.  

 

Silma ya estaba sufriendo y con lo que le esperaba no pudo evitar suspirar, miró hacia la mesa de la cocina y esta se acercó al acto como si fuera arrastrada a su voluntad, eso la inquieto haciéndola reflexionar sobre el poder que Tilus le había otorgado; se sintió culpable de que fuera como un esclavo de sus caprichos.  

 

—Gracias por complacerme querido Tilus, pero deja que yo haga las cosas —tomó una fruta de la fuente que estaba ahí y se la llevo a la boca, sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Tilus ahora entendía los sentimientos de su nueva madre y pensó que seguro si tuviera ojos en ese mundo podría verla llorar.  

 

Y como era de esperarse Melmones no volvería hasta el otro día, cosa que no sorprendió a nadie y solo al siguiente día partieron con el alba. Salieron por la ruta comercial, caminaron varios karis, se adentraron en unos de los senderos ocultos en Celmos y siguieron el recorrido hasta llegar a otro camino comercial en los límites de la selva. Silma miró los caraslumileles sintiendo congoja, está vez no sería como en los viajes anteriores. Algunos días después cuando ya habían abandonado la región de Guillar y cruzaron la frontera norte del reino eiquel de Gerolinjia la tarde comenzaba a despedirse, se encontraron con una caravana de comerciantes de pieles eiqueles que las llevaron dichosos al reconocer a Melmones. En su carruaje tirado por animales cuadrúpedos parecidos a los venados, pero gigantes de pelaje naranja llamados volbi continuaron el viaje. Se despidieron cuando llegaron al primer pueblo que se toparon en la provincia de Odian, para después internarse en el bosque lindero; sus árboles eran enormes y de follaje rojizo todo era muy diferente a Celmos, tanto que hasta el clima cambio. Silma todavía no había digerido por completo todas las novedades que podía palpar o ver desde que salió de la selva, en especial el hecho de estar con muchas criaturas cosa que no experimento en sus otros viajes con Melmones, se había divertido mucho con los pequeños hijos de los comerciantes.  

 

—Ahora que estamos en este bosque solas ¿por qué no le pido a Tilus que nos lleves a Delmarus? —pronunció agotada mientras se dejaba caer al suelo, Melmones copió el acto, sacó una cantimplora y bebió agua, luego se la paso.  

 

—Bueno vamos a pasar la noche aquí porque ya está oscureciendo y nos faltan dos provincias para llagar a Delmarus.  

 

—¿Te enojaste por lo que te pregunté Melmones?, no me respondiste.  

 

—No, Silma si te escuché —y tomó aire—. Pero nadie se tiene que enterarse de este viaje, aunque ir a algunas ciudades sea parada obligada, y por más cansada que estemos tendremos que caminar como lo hacen las criaturas normales.  

 

—Pero esos comerciantes y el pueblo ya se enteraron.  

 

—Pero ellos no representan problema —alzó la voz al levantarse y se dispuso a irse, pero reflexionó un instante y volvió—. En este mundo hay muchos buenos laomis como Suñime o yo, y Tilus es igual que un gran volcán con miles de túneles subterráneos. En el momento que nos mueva de un lugar a otro, si hay un laomi cerca se dará cuenta por su mirtra; todos conocen el mirtra de Tilus, entonces descubrirán que mamá encontró a la nueva Amalial, por eso si vamos a cualquier lugar todo el mundo lo sabrá ¿y esto es?… —dijo esperando que Silma le respondiera.  

 

—Secreto...  

 

—Bueno ahora que estamos de acuerdo, ve a buscar leñas y yo revisaré los alrededores —salto tres veces en el mismo sitio y desapareció solo dejando el rastro de su velocidad como viento cálido.  




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