Pasos rápidos, pasos urgentes cruzaron el salón de Taiyims desde la puesta sur hasta la biblioteca que estaba en el sótano de la torre noreste de Tilus Motfals.
—¡Silma, Silma! —grito la droxirraru y ella sintió que se moría del susto, estaba tan absorta buscando el luheco que le recomendó leer Ialu Parnil.
—Ya limpié la cocina como me pidió la señora Lauguil, por eso estoy acá Melmones.
—No vine por eso, mis hijos quieren volver a Malquir hoy —Silma suspiro pensando que sus hijos eran el grupo de eiquel adultos y ancianos que siempre venían a ayudar en la Gran Casa todas las temporadas cálidas porque la paga era buena y siendo su tarea recorrer las habitaciones para verificar que este todo en orden. Traían la familia y disfrutaban del trabajo en Celmos—, entonces los voy a acompañar hasta que salgan de Celmos. Pero quería pedirte que vayas a Quingal a entregar este mensaje —le dio él tuvo cerrado con tapón sellado con mirtra—, para Ialusa Falchila.
—Hoy iba ir a la casa de Leulin, te lo dije, por eso la señora Lauguil preparo las golosinas para Lanil y Benil.
—Lo sé y esa será tu excusa para tirarle por la cabeza el mensaje y fugarte a lo de Leulin, yo ya entregué el resto estos últimos zumae y este es el más cerca, no te olvides de traerme algo para cenar de Mildil, mamá no da ni pista de volver.
—Está bien, voy.
—Acuérdate de no llegar tarde Silma, ya estamos en Manur, ahora ve a despedirte de mis hijos que nos estamos yendo.
El Mielmi de la media mañana calentaba cuando Silma observo alejarse a la caravana de soarfres perdiéndose en dirección a la entrada sur de Emirul. Dedico un pensamiento a Loalel y se preguntó si los hijos de Melmones también serian suyos o todas las caravanas que vería en su vida también serian sus hijos; sonrió con alegría, se dirigió a la cocina en busca de la bolsa para los pequeños miurkig, introdujo el mensaje y en un santiamén estaba en Quingal.
—Mi Alimalial ¿Qué la trae aquí? —pregunto un eiquel que le vio salir del bosque al camino de piedras.
—Solo traigo un mensaje para Ialusa Falchila ¿sabes dónde está?
—No exactamente, pero Emil Mumflei está en la cabaña del comedor, él le podrá ayudar.
—Gracias... —el eiquel por un segundo no entendió la intención hasta que nervioso le sonrió.
—Velsayi es mi nombre, perdone.
—Gracias Velsayi —y continuo el camino. Quingal estaba repleto de kerrieres eiqueles y había más fuccanes que la última vez, así que pensó que eran los del sur de Kurlanf, después de todo estaban en el Manur, apenas si veían a los ciudadanos que conocía y la gran mayoría le reverenciaban desde la distancia. En ese instante descifro algo que no pudo en Miriar: era evidente que, si el rumor decía que la Alimalial es una joven kulkania eiquel, seria ella, no había visto más kulkanais de su edad en su vida, por eso lo que le dijo Reasmo fue unívoco.
—¡Silma! —se acercó Filana de entre las criaturas atareadas como si estuvieran en una gran urbe—. ¿Cómo has estado Silma?
—Filana que bueno verte, estoy bien —la fuccana la tomo del brazo—. Estoy buscando a Ialusa Falchila.
—Vamos te llevo con Mum, él debe saber dónde está.
Cuando llegaron hasta la cabaña del comedor y Filana se despidió para continuar su camino. Silma se encontró con todo el aliquen fuccan que llego del sur; junto a ellos estaba Clisfonchil y Falchila; se acercó a la mesa larga, de inmediato se levantaron para recibirla. Eran los fuertes fuccanes de cabellera abundante y piel amarilla; toscos, aguerridos y nobles; la miraron esperando con incertidumbre que tenía que decirles.
—Perdonen por la interrupción, es que traigo un mensaje de Melmones para Ialusa Falchila.
—¿Y cómo te presento a mi aliquen Alimalial? —le pregunto la Ialusa.
—Soy kuindar Silma Yarrisol de Tilus Motfals, para servirles —respondió algo nerviosa, pero argullosa de sí misma. Mumflei que estaba junto a su abuelo se emocionó de escuchar eso.
—En nombre de los fuccanes es un honor conocerla kuindar Silma —dijo Emil Joblei Eranfil de Flanpir.
—El honor es mío —saco el mensaje del bolso y se lo entregó al Emil, lo paso al de lado y anduvo de mano en mano hasta que llego en las manos de la Ialusa, lo leyó y su rostro no revelaba más que la insípida emoción de esperar un mansaje que se conocía.
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un amor verdadero e incondicional, un mundo distinto al nuestro, un amor que duele
Editado: 23.07.2021