Cuando miro el arriba no veo nada solo un cielo nebuloso que apenas ilumina aquí, entre esta niebla y oscuridad el miedo se pierde; aunque si tengo un sentimiento parecido al miedo y es la perdida, entre tantas perdidas al final de la lista puedo decir que extraño la visión de la luz del día. Pero, así como le paso a Prometeo cuando fue encadenado a un peñasco, con mi propio Hefestos custodiando mi celda; yo cuento con lo mismo que aquel titan, puedo esperar aquí todo el tiempo que se me plazca.
No estoy solo, nadie está solo totalmente, porque incluso en la más absoluta soledad la mente te habla en la forma que desees, y esa es la cuestión que nos tiene a todos sujetos al destino, ese el yugo que nos obliga a elegir y trabajar siempre a favor del Mimilti. Pero para entender esto tendría que explicar, lo que me canse de explicar en el pasado; aunque las cosas no se conocen si no hay una boca que exprese un idioma y dé a conocer conocimiento. Y este es mi saber.
Existió un tiempo en el que no había criaturas conscientes después del Mimilti; ese tiempo esta guardado en el misterio de su existencia que solo a él le pertenece. Entonces el creo el Vielminiami un vasto valle fértil donde no existen las sombras ni la noche, irradiado por una luz imperecedera.
Recuerdo que en el habitaban diversas especies de nobles animales, también en sus aguas y aquellas que volaban en su cielo. El follaje vegetal era de muchos colores con flores y frutos abundantes; estaba lleno de manantiales, ríos y lagos que reflejaban las nubes del cielo. Se escuchaba el cantar infinidad de aves e insectos que alababa la gloria del Mimilti. Sus límites estaban demarcados por enormes cataratas que terminaban en el abismo del universo al sureste y al noroeste estaba limitado por una cadena de cordilleras heladas donde habitaban las águilas vigías. Si es como ya lo dedujeron todas las criaturas somos esclavos de los líquidos y pulmones, menos él.
La ciudad blanca y oro, era nuestro lugar de congregación, como lo piensan otro dispositivo del que todos somos esclavos y que nace con el idioma. Tenía techos puntiagudos que llegaban al cielo y terminaban en una esfera, con calles angostas hechas de alabastros. La ciudad tenía muchas fuentes de agua cristalinas rodeadas de jardines donde por costumbre los regentes nos reuníamos a cantar o dialogar sobre temas de infinita sabiduría que el Mimilti nos contaba en el recinto de poder y gloria, aquellos que entendíamos explicábamos a los que les costaba y todo tema era de maravilloso debate para después así transmitir a los comunes.
El recinto tenía forma de cubo con una puerta y una ventana banderola sellada sobre ella; la cúpula del techo era de cristal e irradiaba una luz intensa. Adentro del recinto había miríadas y miríadas de butacas en balcones donde cantaban los coros del Vielminiami adorando al Mimilti sin cesar incapaces de levantar su cabeza para verlo. Él gran creador de la vida no necesitaba moverse para saber lo que acontecía, porque cada ser animado o inanimado que existiese fue su creación y por lo tanto tenía una chispa de vida suya y como un inmenso tejido todos los hilos de la vida comienzan en él y terminan en su creación y llegado el momento de la muerte de cada criatura regresan a su lugar de origen. Viéndolo de lejos el solo quiere entretenerse porque no hay regla que no haya creado. Sus creaciones eran maravillosas, con una de caja sorpresa que guardaba cosas increíbles. Son tantos los dones que regalo el Mimilti a cada una de sus criaturas que por lo general rara vez estos seres descubrían lo que llevaban dentro de sí mismos. Y ese es el verdadero libre albedrio del que todos callan.
En la ciudad blanca y oro vivíamos los yauieles, somos parecidos los humanos, pero con la diferencia que nuestra piel era luminiscente como si estuviéramos rellenos de energías, y en nuestros globos oculares había dos luces como flamas; usábamos telas blancas parecida a la seda, eran enormes rectángulos que se cruzaban en el dorso y se ataban en el cuello dejando la espalda descubierta; éramos livianos por eso volábamos con el viento y cuando usábamos alas como las águilas vigías viajábamos distancias impensables, y nadie aquí presente a perdido ninguna condición excepto que perdimos nuestra luz. Nuestras casas no poseían puertas solo enormes ventanas sin persianas, porque no existía el invierno, incontables números de ventanas en cada torre donde nosotros residíamos, ese espacio era lo único que no compartíamos, que podíamos decir que era propio. No conocíamos el hambre o la necesidad de alimentarse y rara vez nos recluíamos a descansar fuimos creados para el trabajo eternos incapaces de morir, eso que pueden hacer las criaturas de carnes, nosotros solo dejamos de existir y así se disipa nuestra inteligencia.
En el comienzo nosotros no nos reuníamos en familias, ni tampoco nacían niños yauieles y cuando comenzaron a nacer fue paralelo a cuando empezaron a aparecer criaturas de carne. Entonces el Mimilti decidió que estos nuevos yauieles debían acompañar a los nuevos seres de carne en su vida para velar por ellos. Para un yauiel acompañar a alguien no fue una pérdida de tiempo, somos dueños de eternidad, el hecho era que salir del Vielminiami a custodiar una efímera criatura representaba razones ocultas, menosprecio de nuestro poder, favoritismo y miedo a perder un juguete preferido. Entonces vi su mezquindad y tuve la oportunidad para sacarle dos juguetes al mismo tiempo.
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un amor verdadero e incondicional, un mundo distinto al nuestro, un amor que duele
Editado: 23.07.2021