Tres Lunas, Primera Luna

Uno, Primera Luna, La Oscura.

La noche de mi nacimiento estuvo marcada por misticismo, la Luna ciega me acompañaba. Eso marcó mi futuro, los dioses de los Lobos ya habían decidido por mí, como es su costumbre no preguntaron. La maldición se presentó en mí tan solo un par de años después, en cuanto fui capaz de comunicarme con otro ser. O quizá siempre estuvo allí sólo que no me percaté de ello, hasta después.

La primera vez que lo vi estaba entre brumas, un Lobo inmenso como hombre, y como animal. Fuerte, su cabello rubio largo hasta media espalda. Sus bellos ojos de un azul grisáceo, facciones duras... Era majestuoso,  digno de admirar,  el estaba...  Estaba,  rodeado de muerte.

Su propia muerte.

¿Cómo era posible que los dioses permitieran ver eso? Yo sólo era una niña, eso era cruel. Pero nadie tenía la respuesta a esa interrogante,  nadie podía darme el consuelo de saber porque.

Con el paso del tiempo mis visiones acerca del futuro de algunas personas se hizo más clara, más exacta. Incluso comenzaban a ser más nítidas,  supuse que mi maldición estaba creciendo.  Los Lobos comenzaron a llamarme La Oscura, porque mis predicciones siempre traían perdida, muerte y oscuridad. Un apodo cruel para una niña de cinco que no pidió esto, pero que aun así fue maldecida.

Marcada por un don más allá de la comprensión humana, fui desterrada de mi hogar a los siete años. Pero no fueron mis padres quienes lo hicieron...  Ellos me amaban.  Fue la gente del pueblo,  ellos me acusaron de brujería, de ser la consorte de Satán, que su Dios me castigaba por ello con las visiones de la muerte. Mi madre fue la única que no creyó eso, ella pensaba que había sido una bendición de los dioses de mi padre.

Después del ataque de los pobladores a nuestra familia,  donde mi padre perdido la vida por defendernos.  Ella me acompañó hasta donde sus fuerzas alcanzaron.  Mi madre había salido herida, y sus fuerzas menguaban , por lo que escapar era apremiante.

Yo sabia que mi padre moriría esa noche, y él también lo supo cuando vio a los humanos venir por nosotros. Estamos lejos de su gente,  no habría manera de que ellos llegaran a tiempo. Mi padre podría matar a diez,  pero ellos traían fuego y armas de acero... lo superaban  en número.

En medio de un bosque, de un país que no era el mío, lejos de lo que había sido mi hogar. Mi madre encontró la muerte a manos de los Venántium, los mismos que cazaban a los Lobos, me cazaban a mí. Ella me defendió con uñas y dientes, pero una simple humana no es rival para ellos. Destrozaron su ropa, destrozaron su cuerpo, pero no destrozaron su espíritu. Antes de llegar allí, la trate de persuadirla para que fuéramos a casa.

Ella no me escucho, dijo que este era el único camino, que no había más. Que ellos me encontrarían, que solo con ellos me salvaría. Yo no quería aceptar que ya no había una casa a cual volver,  y que mi familia estaba condenada a muerte.

Antes de morir, sólo una palabra salió de sus labios.

-Corre.

Eso hice, corrí lo más rápido que mi frágil cuerpo humano me permitió, esquivé ramas y raíces,  pero dos de ellos venían tras de mí.

Esto no podía ser verdad, yo no había percibido esto en mi visión, algo había hecho para cambiarla. Las lágrimas de terror comenzaron a salir de mis ojos, no quería gritar pero, ya que más daba. Ellos me iban a tener he iban a hacerme lo mismo que a mi madre, en el peor de los casos, en el mejor para ellos, obligarme a predecir para ellos.

Tropecé con una rama, y caí de frente al suelo, escuche como se fracturó mi nariz. La sangre resbalaba por mis labios, mi vista estaba borrosa. En ese momento ellos me alcanzaron, me rodearon, me quede recostada viendo el cielo. La fría aceptación de mi destino me llego como una luz en mi cabeza,  yo siempre traería la muerte. La luna brillaba en todo su esplendor, sentí el aliento pútrido de una de esas cosas cerca de mi cara.

Mi fin había llegado, por fin dejaría atrás esa maldición, por fin seria libre de esa oscuridad. Cerré mis ojos y me abandone, que hicieren de mi lo que quisieran... espere... espere... Y espere...

Abrí los ojos, y ese rostro hermoso de ojos grises estaba frente a mí, viéndome. Él hombre, aquel de quien soñé su muerte estaba frente a mí, viéndome, era real. En ese momento no sabía si estaba al inicio de una visión, no podía distinguir entre la ficción y la realidad.

-¿Te tocaron?

Su voz toco mi alma, me sentí en casa.

-No... mi... mi mamá...

-La tenemos, está con nosotros... le daremos un entierro digno de un guerrero.

-Si.

Eso era lo que mi madre merecía, el hombre me levanto en sus brazos y me llevo con él. Me llevo al corazón de la manada, ignoraba en qué país me encontraba, él solo me hablaba para calmarme, me despertaba para que comiera algo. El viaje fue sumamente largo, cambiamos de caballos constantemente.

Hasta que llegamos a un inmenso castillo negro, escondido entre montañas y bosques.

-Aquí vive el Alfa de los Lobos.

-¿De qué?

-No finjas que no sabes quienes somos Verona, tu madre era la esposa de uno de nosotros, dio su vida por defenderlas cuando los desterraron... ¿Lo olvidas?

No, no lo podría olvidar jamás.

-¿Sabían de mí?

-Sí, hace unos días nos pidió ayuda para sacarlas de ese lugar, capturaron a tres del grupo de cuatro que enviamos. Lamento haber llegado tarde esta noche, no creí que siguieran con vida, hasta que el movimiento de los Cazadores nos alertó.

-Era su destino, si lo hubieras interrumpido, su muerte habría sido peor.

Él guardo silencio, creo que no esperaba mi respuesta.

-Bienvenidos sean a mi morada-. Dijo un hombre de cabello negro y unos ojos azul hielo.

-Mi señor-. El hombre que me salvo, clavo una rodilla en el suelo y agacho su cabeza.

-Vamos levántate Cross, eso no me gusta.

-Solo muestro mi respeto mi seños Záitsev.



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En el texto hay: lobos, amor, magia

Editado: 24.02.2021

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